«Yo no tengo la suerte de Julio Cortázar», dice Ray Loriga sobre antigua declaración del escritor argentino

19/05/2019 - 9:57 am

La idea de Sábado, domingo le llegó a Loriga hace como 10 años y consecuente con su certeza de que a él nadie le dicta nada empezó a trabajarla antes de concluir «Rendición», lo cual de cierta manera lo ayudó a llevar la carga del premio Alfaguara.

Por Gustavo Borges

México, 18 may (EFE).- El español Ray Loriga, premio Alfaguara de novela del 2017, chupó su cigarro, hizo una pausa y con un aire de ceremonia lamentó: «Yo no tengo la suerte de Julio Cortázar, a mí nadie me dicta nada».

Se refería a una confesión del autor de Rayuela en 1980 cuando le reveló a los estudiantes de Berkeley que le daba vergüenza firmar sus cuentos porque tenía la impresión de que se los dictaban y a veces sentía ser un médium transmisor y receptor de cosas.

Loriga (Madrid, 1967) realizó esta semana una gira en México para promocionar su nuevo libro, Sábado, domingo, una historia que maneja el tema de la culpa, y en entrevista con Efe este sábado se dio unos minutos para hacer revelaciones sobre un tema que suele obsesionar a los escritores: el arte de la creación.

«Una novela lleva tanto tiempo que no puedes esperar la llegada de una musa porque necesitas inspiración durante dos o tres años seguidos», asegura.

La clave para Loriga no es el descubrimiento del hilo negro. Como suelen asegurar sus colegas, el secreto está en muchas horas de trabajo diario, más que en esperar en un dictado del más allá.

«Nunca he tenido esa sensación, creo que Cortázar probablemente exageraba cuando lo decía», dice.

En coincidencia con su medio siglo de vida, hace un par de años Ray ganó el Alfaguara con la novela «Rendición». La obra lo hizo merecedor de elogios y pasó mucho tiempo de gira, pero pocos saben que antes de terminar ese libro ya había comenzado a escribir su nueva obra.

«Sábado, domingo» comienza con las aventuras de un chico y su amigo, apodado ‘El chino’. Una noche de sábado se ligan a una camarera y sucede algo desastroso cuyos detalles el protagonista nunca llega a saber y le provoca un cargo de conciencia.

«En el caso de este personaje es un chico que se aleja de algo que ha sucedido, no quiere saberlo en su momento y piensa un poco en barrer debajo de la alfombra, pero un domingo 25 años más tarde necesita conocer qué pasó y sobre todo establecer cuál es su culpa en el asunto», explica.

La novela le presentó a Loriga una dificultad a resolver, cambiar el tono del adolescente protagonista de la primera parte, quien aparece en la segunda como adulto y con otra filosofía y discurso.

«Para mí esa fue la clave. La trama me sirve para hacer ese experimento, tomar un narrador que habla en dos momentos distantes de su vida. Esa coma de 25 años me permitió el juego y fue la parte más laboriosa de un libro poco extenso pero que me llevó mucho tiempo construir», revela.

La idea de Sábado, domingo le llegó a Loriga hace como 10 años y consecuente con su certeza de que a él nadie le dicta nada empezó a trabajarla antes de concluir «Rendición», lo cual de cierta manera lo ayudó a llevar la carga del premio Alfaguara.

«Al ser diferentes las pude hacer de forma paralela, cosa rara pero que funcionó bien. Acabé ‘Rendición’ y luego usé los ratos libres de la gira por el premio para adelantar ésta», comenta.

La novela se mantiene rodeada de un halo de misterio porque el autor no da señales hasta el final de lo que pudo haber pasado entre «El chino» y la camarera, lo cual mantiene al protagonista con el peso de la culpa y pensamientos obsesivos.

«Permanece la culpa de la complicidad, de no haber parado la situación antes. Es un chavo joven, parecía algo divertido y se le fue de las manos», reconoce.

Loriga cree que la expectativa alrededor de lo sucedido sujeta al libro, que, según su opinión no es una novela de suspense, pero sí con suspense, no de misterio, sí con misterio.

Como escritor, Loriga no se pone mapas ni sigue brújulas, organiza sus obras en la cabeza y las escribe en largas sesiones en su casa de Madrid o en cafés y aeropuertos, siempre y cuando no haya conocidos delante que lo distraigan.

«Cada maestrillo tiene su librillo», explica y se declara incrédulo sobre la existencia de las que alguna vez su amigo Luis Eduardo Aute llamó las maleducadas musas, esos seres etéreos en los que quizás pensó el maestro Cortázar al hablar de dictado a la hora de escribir sus cuentos.

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