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RELATO | “Todavía siento el ruido de tus pasos, los ademanes amigables, tu risa cómplice…”

03/05/2019 - 1:00 pm

Con autorización de Culturamas, SinEmbargo comparte Domingo y vos, un relato de Martín M. 

Por Martín M.

Ciudad de México, 3 de mayo (Culturamas/SinEmbargo).– Comencé el día en esta mañana de junio como tantas otras veces, fiel a mis costumbres tan acatadas a la rutina. Café cortado y tibio (mis ansiedades no permiten tomarme unos instantes para calentar la leche), noticias y algún evento deportivo en televisión que seguramente repetirán a lo largo de la jornada. Recorrí cada rincón de la casa con mis ojos un tanto irritados debido a las escasas horas de descanso nocturno, sin mencionar cierto placer cuyano que obligó su degustación hasta el final.

Apuré mi infusión de un solo sorbo, la taza estaba bastante fría. Desde un canal de noticias afirmaban con certeza absoluta, que el día iba a permanecer húmedo y con alta probabilidad de lluvias hacia la noche. Me incorporé y deambulé un buen rato intentando hallar algunas respuestas a preguntas que ni siquiera había formulado.

Curiosamente , no me detuve a observar aquel retrato tuyo que está pegado en una pared de la cocina y eso llamó mi atención, sobre todo en estas horas inciertas, donde las calles están colmadas de gente a paso firme y rostros serios que no se detienen más allá de si mismos. Al fin y al cabo es la raza mediocre a la cual pertenezco. Pero hoy no. Rotundamente no. Mis sentimientos se remontan a otros tiempos y a otros amaneceres, en donde no existe el tiempo para las formalidades aburridas que impulsan las masas, irascibles y oprimidas, y menos aún para apurar los pasos hacia un destino al que la obligación cotidiana conduce.

Por suerte aún perduran momentos, y sí, es que eso es la vida, momentos, en los cuales el amor, y la pureza de otros tiempos, acarician el alma.

Entonces mis pensamientos navegan por los ríos del pasado, veinticinco años atrás, y mi imaginación vuela, se eleva y acaricia tus alas, sobre los cálidos vientos del dulce recuerdo. Y es ahí, —en donde hallo mi tesoro más preciado—, y donde me encuentro también conmigo mismo, y vuelvo a tenerte una vez más. Y puedo abrazarte, hablarte y caminar tomado de tu mano.

Todavía siento el ruido de tus pasos, los ademanes amigables, tu risa cómplice antes mis travesuras de niño, tus gestos, palabras y silencios largos y sumamente sabios.

Pero existe algo que no puedo apartar ni siquiera un solo día de mi vida, y estoy seguro de que no va a cambiar mientras viva y conserve el deber de la memoria (como dijo un gran escritor), tan olvidada en estos días modernos y tecnológicos.

Nadie en el mundo puede robarme aquellos domingos que marcaron a fuego mi infancia.

La ceremonia tenía lugar en lo que era tu habitación, fría en invierno y muy calurosa en verano. Ese era tu cuarto, diminuto y sin lujos, donde abundaban diarios de años pasados que cuidabas con extrema devoción y algunas cartas con estampillas preciosas. Ahí se encontraba parte de tu vida habitual cuando me visitabas.

Para llegar a él, debía subir una escalera pequeña, aunque en esos años, para mí era como escalar el monte Everest. Allí me dirigía cada vez que podía, donde con tu radio vetusta escuchabas los relatos exagerados y apasionados del equipo del que eras hincha y anotabas todos los resultados de la jornada en una hoja de tu libreta, y al escribir sobre este tema, recuerdo cada cruz que ibas dibujando al costado del nombre del cuadro que marcaba el tanto.

Y así pasaba el tiempo, (lamentablemente tan rápido) y transcurrían los minutos mientras desde otras canchas llegaban goles de diversos cuadros. Al concluir la jornada los dos sabíamos los resultados de todos los partidos de la fecha. Poseía un conocimiento perfecto de ello.

Vos preguntabas:

—¿Cómo salió Mandiyú de Corrientes?

Y al instante yo te respondía:

—Empató cero a cero de local.

—¿Ganó Gimnasia?

_¡Sí! Dos a uno en el bosque

A su vez, intuyo hoy, que era una buena forma de saber si habías acertado en el Prode, lo cual me genera una simpatía pícara.

Debo admitir que tenía curiosidad por ese papel, y siento una pena inmensa de no tener en mi poder, esa pieza invaluable para mi corazón.

Observaba cada detalle, como si estuviera viendo una especie de héroe, un personaje imbatible de lucha, como los que aparecían en los comics de la época. Es que precisamente eso eras para mí: un héroe, un referente. Lo mágico de todo es que ahora mismo, mientras acaricio mi barbilla, observo la ventana y acomodo mis gafas, y aunque estoy tan lejos de ser aquel niño travieso, seguís siendo lo mismo para mí. Una guía, un espejo, el mismo referente, con tus virtudes y defectos.

Y prefiero pensarte, y correr hacia vos, y trepar los peldaños de la vieja escalera que conducían a tu mundo, a tu cálida sencillez y a esas costumbres que tanto llamaban mi atención y ahora extraño por demás. Porque cuando uno aún ama y recuerda y siente infinitamente, nada muere jamás.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Culturamas. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

Redacción/SinEmbargo
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