En 2014, los indígenas Korubo se aproximaron a las aldeas de los Matis, y estalló un conflicto que se saldó con dos muertos.
Por Marta Miera
Ciudad de México, 10 abril (RT/SinEmbargo).- En Brasil, se desarrolló con éxito la mayor expedición enviada en los últimos 20 años a las profundidades del Amazonas para encontrar a indígenas no contactados y advertirles de la amenaza que corrían ante un inminente peligro con sus vecinos.
El principal objetivo de la expedición –considerada de alto riesgo– era mitigar esta tensión entre dos grupos rivales: los Korubo, en aislamiento voluntario, y los Mati, que mantienen contacto desde los años 70.
Las dos tribus se encuentran en Tierra Indígena Valle de Javari, una zona situada en el extremo oeste del Amazonas, fronteriza con Perú y delimitada por el Río Javari. Según la Fundación Nacional del Indio (Funai), que lideró la expedición, se trata de una de las mayores tierras indígenas demarcadas del país, con más de ocho millones de hectáreas, y donde existe la mayor concentración de pueblos indígenas aislados.
La Funai es un órgano dedicado a la protección de las comunidades indígenas que han establecido poco o ningún contacto, y las conexiones solo se realizan si los grupos aislados están seriamente amenazados.
En 2014, los indígenas Korubo se aproximaron a las aldeas de los Matis, y estalló un conflicto que se saldó con dos muertos. Los Matis, habitantes tradicionales de esta zona, se sentían ahora amenazados por la presencia de los Korubo en áreas próximas a sus hogares.
SEPARADOS POR LA FUERZA
Pero, además, la expedición tenía otro cometido: juntar con sus familiares a un grupo Korubo, que rompió de forma forzada su aislamiento en 2015, cuando atravesando un río, cercano a las aldeas de sus vecinos, fueron abordados por los Matis.
Desde entonces, este grupo vive en unas aldeas en el río Ituí –próximo a la base de protección de Funai– con otros Korubo contactados en 1996 y 2014. Separados de sus familias, uno de sus deseos era volver a encontrarse con sus parientes aislados y avisarles del riesgo que corrían con los Matis.
LA EXPEDICIÓN
Tras tres años de discusiones, meses de planificación y diálogos con indígenas de la zona, el 3 de marzo, finalmente, la expedición salió de la base de protección del Funai, en el río Ituí, rumbo a Coari.
El equipo estaba compuesto por 30 personas, muchas con décadas de experiencia, y entre ellas, seis indígenas Korubo y otros 11 de distintas etnias. Todos pasaron por un periodo de cuarentena para garantizar que ninguna enfermedad sería transmitida.
La expedición fue detectando vestigios –árboles derribados o restos de alimentos– que confirmaban la presencia de los Korubo aislados de Coari y les proporcionaba una idea de la distancia que les separaba de ellos.
En un momento dado, cuando consideraron que ya se encontraban lo bastante cerca, los seis Korubo de la expedición se adelantaron del resto para, en caso de encontrarse con sus familiares aislados, poder explicarles el motivo de la presencia de personas extrañas en su territorio. Pero fue una falsa alarma.
«Según pasaban los días los korubos que viajaban con nosotros estaban cada vez más preocupados y ansiosos por saber dónde se encontraba sus parientes, cómo estaban, si estaban vivos, si les iban a encontrar o no», explica a RT Bruno Pereira, coordinador de la expedición liderada por la Fundación Nacional del Indio (Funai).
ENCUENTRO ENTRE HERMANOS
El 19 de marzo, la expedición se topó con dos indígenas aislados que estaban cazando. La sorpresa fue enorme al descubrir que eran hermanos de uno de los Korubo de la expedición. «Fue un encuentro entre hermanos muy emocionante. Muchas lágrimas y recuerdos. No se veían desde 2015 y los indígenas aislados pensaban que sus parientes habían muerto. Hubo conversaciones sobre lo ocurrido en estos años», comenta Pereira.
Durante los siguientes días fueron llegando a la zona un total de 32 Korobus. Ocho hombres y seis mujeres –dos embarazadas– de edades entre 20 y 48 años. También había niños, de hasta 16 años, y tres bebés.
El equipo de la Salud Indígena de la expedición vacunó y realizó análisis clínicos a los indígenas. Todos se encontraban en buen estado de salud. La única excepción fue un adulto que presentaba malaria y que fue tratado durante siete días.
«Ahora viene otra etapa igual de difícil y seria que la primera. Una etapa de mucha calma y confianza para darles la oportunidad de un futuro digno y respetando sus decisiones», afirma Pereira. En estos momentos un equipo permanece en el terreno dando continuidad a la misión.
Los Korubo, que integraron la expedición, regresaron a las aldeas en el río Ituí donde les esperaban sus mujeres e hijos. «Pero volverán a Coari para continuar con las conversaciones con sus familiares. Es un proceso lento», recuerda Pereira, tras esta misión en la que se cumplió con todos los objetivos.