Penélope Cruz y Pedro Almodóvar se conocen desde 1993, cuando ella apenas alcanzaba la veintena. Desde ese momento fraguaron una relación personal que trasciende los rodajes hasta alcanzar el plano familiar, por eso Penélope conoce bien a Paquita. «Yo recordaba alguna frase que le había escuchado decir a su madre, le pedía incorporarla y él me dejaba», cuenta la actriz con una sonrisa.
Por Mónica Zas Marcos
Madrid/Ciudad de México, 17 de marzo (ElDiario.es/SinEmbargo).- Dolor y gloria abre con una escena luminosa, casi bucólica, de las vecinas de Paterna (Valencia) lavando en el río. Sueltan chascarrillos, ríen y cantan arrulladas por la voz de Rosalía mientras tienden las sábanas sobre la maleza.
Pedro Almodóvar sabe que ese recuerdo está distorsionado por su mirada infantil y que, posiblemente, su madre y las otras mujeres del pueblo estuviesen lejos de la euforia cuando hacían la colada sobre los chinarros del arrollo.
«Siempre he escrito papeles de mujeres fuertes porque, en mis recuerdos, las del pueblo eran así. Lograron torear el machismo y ser las gobernantas de sus casas. Aunque el rey en todo lo demás fuera el marido», nos contó el cineasta manchego en la promoción de la película. Su compromiso contra el machismo rural, «mucho más brutal del que se vive en las ciudades», se destila en toda su filmografía, pero en esta ocasión ha querido rendir un homenaje con nombre propio a Francisca Caballero, su madre.
Penélope Cruz (Madrid, 1974) y la veterana Julieta Serrano (Barcelona, 1933) forman las dos caras de la misma moneda. La primera interpreta la parte luminosa, la de los recuerdos edulcorados del niño, y la segunda el declive. Paquita ha sido la gran dama Almodóvar, la cepa de la que nacieron las «chicas» que inspiraron a una generación entera de mujeres, y por fin ha obtenido el fiel reflejo que merece.
«Es un honor hacer de esta mujer a la que quiere tanto y que fue tan importante para él. No hubo momento de pánico porque Pedro estaba muy relajado con el hecho de que fuese su madre y no quería ningún tipo de imitación», reconoce Penélope Cruz en un hotel del centro de Madrid. «Pero no fue un proceso tenso ni cuadriculado, de ninguna manera. Estaba todo muy bien escrito en el guion», concede.
Cruz y Almodóvar se conocen desde 1993, cuando ella apenas alcanzaba la veintena y el director la llamó a su casa por teléfono para hablar de Kika. Desde ese momento fraguaron una relación personal que trasciende los rodajes hasta alcanzar el plano familiar, por eso Penélope conoce bien a Paquita. «Yo recordaba alguna frase que le había escuchado decir a su madre, le pedía incorporarla y él me dejaba», cuenta la actriz con una sonrisa.
Aunque Dolor y gloria ha sido calificada como la película más personal de Pedro Almodóvar, también es de las menos explícitas. ¿Le saldría más cara la incorrección política hoy en día que hace unas décadas? «Él siempre se va a resistir a que le corten las alas al arte, no podría hacer este trabajo a medias, lo hace sin filtros, y saca cosas a debate. Es más, nadie puede cortarle las alas a Almodóvar. No lo haría, se dedicaría a otra cosa», espeta Cruz.
«Para mí, desde niña, Almodóvar es un referente más allá de como director, es un referente como figura política. Alguien que trae un soplo de aire fresco, que coloca a la mujer en un sitio diferente y que la homenajea constantemente con su trabajo», dice, aunque reconoce que esta mirada femenina queda relegada en pos de un universo masculino que no abordaba desde La mala educación.
Sin embargo, esa sensibilidad perdura en las escenas relacionadas con la infancia, donde el personaje de Penélope Cruz hace frente a la multitarea de la vida rural. Ella es la única figura familiar que aparece en el relato para dar luz a la vida del niño, ya sea acondicionando una cueva y convirtiéndola en hogar, como enseñándole a leer y a escribir. «Aunque Pedro no quería que fuese cariñosa, más bien tirando a áspera. Me decía: ella no es una madre empalagosa como tú», dice riendo.
«Nos entiende muy bien porque ha estado toda su vida observándonos. Como amiga, sé que su infancia la pasó del lado del observador, le interesaba el comportamiento de las mujeres y entre ellas, y por eso hace esas radiografías. Nunca hay juicios, no hay clichés. Es la mente abierta de alguien que lleva toda su vida observando sin juzgar», explica la actriz.
«¿Quién es más feminista que él? Que ha valorado, apreciado y respetado tanto la figura de la mujer desde el principio a través de su trabajo. Como guionista que escribe de mujeres, a nivel mundial, es el que más obras maravillosas ha creado alrededor de nuestra figura, y eso es feminismo», dice respecto a si la concepción de «chica Almodóvar» debería seguir vigente con los avances actuales del movimiento.
Como reseñó María Catejón en Píkara ante el estreno de Julieta, «Almodóvar ha sido capaz de retratar como pocos a personajes femeninos rompedores y subversivos, mientras que al mismo tiempo naturalizaba y envolvía en lirismo el sufrimiento, la culpa y, lo que es más grave, diversas violencias de género».
Sin embargo, Penélope Cruz discrepa: «No hay algo nuevo en él por lo ocurrido en los últimos años porque siempre ha sido así, porque adora y respeta a la mujer, y parte de eso viene de esa mujer a la que interpreto, por esa adoración hacia ella».
Francisca Caballero murió en 1999 siendo una mujer muy consciente de que la vida de pueblo no era la que se merecían sus cuatro hijos, pero tampoco renegaba de su naturaleza paisana. Casi diez años más tarde, y después del ejercicio terapéutico que supuso Volver, el cineasta reconoce que no ha superado la muerte de la mujer más importante de su vida: la verdadera «dama Almodóvar».