Tierra de mujeres lanza una arenga frente al esnobismo urbanita: basta de estigmatizar a la gente del campo, de ignorar a sus trabajadoras y de comprar el relato de la España vacía.
Por Mónica Zas Marcos
Madrid/Ciudad de México, 8 de marzo (ElDiario.es/SinEmbargo)– María Sánchez (Córdoba, 1989) se levanta a las seis de la mañana, coge su furgoneta y se lanza a la carretera, de ganadería en ganadería, para hacerse cargo de las cabras que requieran su ayuda en más de 90 granjas repartidas por toda España y Portugal. Este primer oficio le corre por las venas como herencia de su padre y de su abuelo. El segundo, el de la escritura y la poesía, es tan vocacional que lo ejerce «cansada».
Las ideas surgen en ruta, cuando recorre las autovías comarcales o si se le cruza un animal por el camino, pero solo las plasma en un papel por las noches o los fines de semana. «Para escribir tengo eso inherente a tantas mujeres, que lo hemos heredado de nuestras madres, de no poderme sentar hasta que no están todas las tareas domésticas hechas», reconoce esta veterinaria.
Aún así, se identifica en el estrato privilegiado de las mujeres rurales, por eso ha escrito un ensayo que reivindica a las grandes invisibilizadas de nuestros campos. Con su anterior Cuadernos de campo, Sánchez se sacudió la mancha personal de ser de pueblo a través de su historia familiar.
Tierra de mujeres (Seix Barral), sin embargo, lanza una arenga frente al esnobismo urbanita: basta de estigmatizar a la gente del campo, de ignorar a sus trabajadoras y de comprar el relato de la España vacía.
«Para mí, lo más radical e innovador que se está haciendo en nuestro país ocurre en los márgenes», nos dice frente a un zumo de naranja en una cafetería del centro de Madrid. Capital que, el próximo 8M, acogerá una gran manifestación que tiene pendiente acordarse más y mejor de sus colegas rurales.
– En una escena de la última de Almodóvar, su madre le pide que ni ella ni las vecinas del pueblo aparezcan en sus películas. Le da vergüenza que la gente se ría de su forma de hablar y de sus costumbres. ¿Su familia sintió ese pudor con la publicación del primer libro?
– Me pasó algo parecido con mi madre y con mi abuela, pero al final se quedaron con el sentimiento de que para mí era importante saber de dónde venía. No nos solemos interesar. Creemos que la vida de nuestras madres empieza desde que nosotros existimos, pero muchas han sufrido un machismo y una desigualdad atroz y ni siquiera les preguntamos qué querían ser antes de tenernos.
Ya me quité la mancha de sentir vergüenza de mis raíces con el libro anterior. Viví esa ruptura y fue cuando quise reivindicar a las mujeres de mi familia.
Pero es curioso lo que dices de Almodóvar, me recuerda a un vídeo que me enseñó la poeta gallega Luz Pichel de unas mujeres mayores haciendo pan en una aldea. Se les oye hablar en gallego hasta que una de ellas se da cuenta y le dice al que graba: ¡animal, qué haces grabando mi voz! ¡Qué vergüenza!
– Al escribir, por ejemplo, ¿se hereda este estigma?
– Identifico ese sentimiento más con nuestras abuelas y nuestras madres, que siempre nos han dicho que nos merecemos algo mejor que la vida de pueblo. El estigma y la mancha están muy arraigadas en ellas. Pero, a diferencia de mi madre, yo he elegido qué hacer y qué estudiar. Parto de otro nivel.
Pero al principio, cuando empecé a escribir, se llevaba mucho la alt-lit, sobre las drogas y las experiencias salvajes, con la que yo nunca me he identificado. Hasta que me dije, ¿por qué no puedo escribir de lo que sé de primera mano? ¿Por qué no me puedo sentir orgullosa de ser de pueblo, de trabajar en el campo, con las cabras?
La gente que lo conocemos no le hemos dado importancia. Por ejemplo, hasta que no salió Cuadernos de campo, mi familia no empezó a contarme historias. Te da pena. Es una mezcla de alivio y orgullo, pero pienso a cuántas historias habré llegado tarde y se quedarán sin contar.
– ¿Cree que hay poca narrativa rural porque el campo es especialmente celoso de su intimidad?
– No creo que sea así. Hay mucha gente que está contando y hablando del medio rural desde dentro. Que insisto: no quiero que los que escriban del campo sean de campo, pero sí que invito a preguntarnos de dónde viene la narrativa rural, a qué género pertenece y qué relación tienen y tenían esos autores con el campo.
Si haces un análisis rápido, el resultado son hombres que venían de la ciudad e iban al campo solo a descansar. No digo que sean malos escritores, de hecho Miguel Delibes sigue siendo mi escritor favorito. Pero nos tenemos que cuestionar y, de las dudas, aprender. Y, además, hacer el esfuerzo por nombrar a una escritora rural española. Yo ahora te podría decir Luz Pichel u Olga Novo…¡y son todas gallegas! Da mucha rabia.
– Se acerca de nuevo el 8M y en el libro hace alusión a cómo nos olvidamos del medio rural en 2018. ¿Ve mejoras de cara a este año?
– De hecho, en el libro soy bastante injusta porque me indigné al ver que salían tan pocas mujeres en el campo. Una amiga veterinaria me dijo el otro día que se había enfadado al leerlo. Porque claro, esas poquitas que salieron abrieron una vereda y este año van a salir aún más. Es fundamental sentirse respaldada y reconocida.
¿Por qué fue tan brutal la convocatoria en las ciudades grandes? Los colectivos, las asociaciones y la masa pueden respaldar a una chica de Sevilla, por ejemplo, cuyos padres no sean feministas. Y ella puede salir sabiendo que no va a estar sola. Pero en un pueblo, que te conoce el cura y te conoce hasta el panadero, es mucho más difícil.
– Muchas veces no nos enteramos de lo que ocurre en nuestro país hasta que no llegan de fuera a contárnoslo, como los abusos sexuales de las jornaleras de la fresa. ¿Qué altavoces tiene a su disposición la mujer rural?
– Y eso que lo de la fresa lo llevamos sabiendo en Andalucía desde hace muchos años, pero tienen que venir dos periodistas extranjeros a sacarlo. Y no solo la fresa, el otro día vi este titular: «De 23.000 empleos, solo se presentan a la recogida de la aceituna 970». Pero no se habla ni de las condiciones laborales ni de la explotación. Los invernaderos del Ejido son para echarse a llorar. Si ya de por sí las mujeres rurales son las grandes invisibilizadas, imagínate las migrantes.
No hay solo un tipo de mujer rural. No todas son pastoras o ganaderas, también están las que tienen una peluquería o son amas de casa. Hay que romper con ese relato.
Estuve hablando con algunas, a ver si nos da tiempo a redactar un manifiesto de las mujeres rurales por el 8M. Ellas van a necesitar una ayuda, porque sus animales no pueden dejar de comer y menos en época de parideras. Y ahí sería fundamental que los hombres nos apoyasen. Pero vuelvo al ritmo y al tiempo del medio rural. No se le puede exigir lo mismo a una mujer de campo que a una de ciudad.
– ¿Qué derechos apremia exigir en ese manifiesto?
– Por ejemplo, el tema de la titularidad compartida. Es el caso de las mujeres que han estado trabajando codo con codo en las tierras del marido sin recibir un duro. Cómo le dices a una mujer de 50 o 60 años que le diga a su marido: «oye, que todo esto que he trabajado sin cotizar es de los dos».
El año pasado tuve una alumna que como trabajo de fin de grado hizo una investigación sobre la presencia de la mujer en las ganaderías de caprino, con las que yo trabajo. Sacó en conclusión que, donde había mujeres, morían menos cabritos, las cabras daban más leche y duraban más. Genial. Pero también descubrió que había ganaderías «solo» de hombres en las que trabajaban las mujeres, las hijas, las hermanas y las cuñadas en sus ratos libres.
Ellas no van a las reuniones, no deciden. Y luego las reconocerán como amas de casa. Para ellos es muy cómodo porque, cuando llegan del campo, tienen el plato de comida en la mesa, la casa limpia y se pueden echar una siesta.
– Relacionamos el medio rural con un machismo más tosco y anacrónico que el de las ciudades. Perteneciendo a ambos mundos, ¿cómo lo percibe?
– Yo estoy en un estrato privilegiado respecto a las pastoras, ganaderas, agricultoras y mujeres que están en el campo. Soy veterinaria. No estoy al frente de una ganadería ni de un cultivo. Ellas lo cuentan, que cuando van a comprar a las cooperativas, les preguntan siempre por sus maridos.
Yo he recibido comentarios machistas en el campo, pero muchos más en el ámbito de la cultura. Siempre se da la imagen de los hombres incultos y los paletos de pueblo, por eso me duele mucho más que presente un libro y me digan que con quién me he acostado para publicarlo. O que hablen de mis exparejas, de mi vida personal o de mi físico. Ves los comentarios de las entrevistas y son para echarse a llorar. «Pues muy del campo no será, que lleva el peto muy limpio y los labios pintados».
Los peores insultos me los encuentro en la literatura. Pero insisto, no soy una jornalera, una ganadera, una pastora ni una mujer migrante. No estoy subordinada. Yo solo tengo un altavoz privilegiado y lo uso, pero es más importante lo que ellas tienen que contar.
– ¿Existe un relato ruralófobo en la literatura, el cine y los medios? Se vio en la cobertura del asesinato de Laura Luelmo, con el que se presentó al pueblo como un lugar hostil y peligroso para las mujeres. O incluso en películas como La isla mínima.
– Totalmente. Encima culpabilizamos a la víctima por irse a vivir allí sola. Los relatos del terror rural han hecho mucho daño al campo y a los pueblos. ¿Por qué no se habla de terror urbano cuando los peores crímenes se dan en las ciudades? Hay un componente de condescendencia y paternalismo enorme. Es atroz que en 2019 se nos siga comparando a Los santos inocentes.
De hecho, yo voy recogiendo titulares: «Que nos quiten de la lista de los pueblos más bonitos de España, o aquí va a morir gente», cuando lo que estaban diciendo es que la situación de las carreteras era tan peligrosa que podía provocar accidentes de los turistas. «El terror rural que acabó en muerte en una aldea de Galicia llega a juicio», de El País. Otro se refería a un pastor por el crimen machista del verano pasado en Zamora como «un hombre bruto e ignorante». Ese lo han borrado. Es muy duro.
– En el libro dice que no son «la España vacía». ¿Se incide demasiado en el discurso alarmista en lugar de dar voz a las medidas contra la despoblación?
– ¿Sabes cuál es el problema? Que siempre vemos el problema. Y no prestamos atención a esos colectivos y toda la gente que está haciendo cosas maravillosas en los pueblos. Para mí, lo más radical e innovador que se está haciendo en España ocurre en los márgenes.
Veterinarias de mi edad que están recuperando razas autóctonas de una ganadería extensiva, asociaciones como Amigos de la tierra que luchan contra las macrogranjas y están consiguiendo paralizar su crecimiento, o comunidades que pelean por los servicios básicos de su pueblo o por mantener la biodiversidad y que no se pierda la cubierta vegetal. Y todo promovido por gente joven, que llevan la cultura, los actos, el cine y los talleres a sus regiones.
Pero eso no interesa a los grandes medios, sino el relato sepulturero del «hombre que se muere solo en el pueblo» y la «España vacía». Fueron las elecciones en Andalucía y en la portada de El País pusieron una foto de un pueblo fantasma de Granada. Y estamos hablando de Andalucía, que no tiene el problema de despoblación que tiene Castilla y León. ¿De verdad era necesario ir a ese pueblo?
– Aprovechando el tema de las elecciones andaluzas, hubo varias noticias de los pueblos que «despertaron» para votar a Vox. ¿Es peligroso identificar el auge de la ultraderecha como un símbolo del supuesto atraso y aislamiento rural?
– Exacto, es peligroso fomentar de nuevo esa imagen. En el campo hay de todo y en las ciudades también hay gente que vota a Vox. Es muy triste lo del Ejido, que salió Vox y está lleno de mano de obra migrante que no vota y los que votan son los empresarios y dueños de invernaderos.
Para mí eso no es medio rural. Eso es plástico. Son empresas y un capitalismo brutal. La despensa de Europa me da vergüenza. En el campo habrá gente de derechas, de ultraderechas y gente de izquierdas. Es más, casi todos los pueblos de Andalucía son de izquierdas.
Se les está aupando desde los medios dando voz a ese relato. Les encanta hablar de la «protección de la vida rural» de Vox con las plataforma de la caza y la tauromaquia. Pero, ¿y todas las asociaciones que están luchando contra las macrogranjas? O, por ejemplo, el otro día salieron 10 mil personas a manifestarse contra la España vacía en Teruel. Pero eso no aparece en la primera plana de los informativos. Más nos valdría cambiar el foco y empezar a mirar otras cosas.