Francisco Ortiz Pinchetti
08/02/2019 - 12:03 am
El colibrí, ‘hechizo de amor’
Abersole escribió: “Capturar a un colibrí. Matarlo. Envolverlo en ropa interior, cubrirlo con miel, y venderlo para despertar la pasión de un amante”. Ese es el ritual usual, frecuente e impune. Da horror.
La atrocidad persiste. A pesar de las denuncias periodísticas incluso internacionales, continúa el sacrificio de cientos, miles de colibríes en distintos lugares del país, para ser usados como amuletos del amor o fetiches de prácticas de brujería. Y se llega al colmo de promocionar su venta, vivos o muertos, con motivo de la celebración este mes del Día del Amor y la Amistad.
He platicado en este espacio sobre mi afición por los prodigiosos colibríes y el asombro que me causan. En el patio de mi casa tengo bebederos con un néctar especial que yo preparo para alimentar a estas diminutas aves, las más pequeñas del mundo, consideradas emblemáticas en la cosmogonía prehispánica, cuando eran identificadas como los mensajeros de los dioses. Con el tiempo me he convertido en asiduo observador de ellas, a pesar de mis limitados conocimientos sobre su naturaleza.
Me encanta mirarlas en su danza matutina, cuando con su plumaje tornasol parecen apremiarme a renovar el líquido de los bebederos. Para mí es un misterio tan absoluto como fascinante cómo pueden volar a 90 kilómetros por hora, agitar sus alas entre 50 y 80 veces por segundo, cambiar de rumbo intempestivamente o ascender y descender en vertical. Me conmueve su aparente fragilidad, en contraste con sus extraordinarias habilidades para subsistir en un medio tal hostil como el entorno de una megalópolis en la que cada vez escasean más las áreas verdes y consecuentemente las flores.
Son un símbolo de libertad.
Leemos que, actualmente, cinco de las 58 especies del colibrí que existen en el país se encuentran en alguna categoría de riesgo, según información entregada por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). A pesar de esta situación, en Ciudad de México se pueden encontrar mercados y «brujos» que se dicen expertos en «amarres» y no dudan en ofrecer rituales o amuletos en los que se usa el ave muerta, a la que se unta con miel, se le envuelve en ropa interior, se coloca debajo de una almohada del ser amado (si es posible) o incluso se sirve en alguna sopa.
Hace algunos meses, un espléndido reportaje de Rene Ebersole, especialista en el tema, publicado por la revista National Geografic, dio difusión mundial al tráfico clandestino de los colibríes y su uso para prácticas de brujería en diversos países, pero con especial atención al caso de México. El asunto ocupó espacios en varios medios nacionales, pero nada pasó. Ninguna autoridad local o federal actuó en consecuencia. Y hoy esas prácticas siguen presentes.
Abersole escribió: “Capturar a un colibrí. Matarlo. Envolverlo en ropa interior, cubrirlo con miel, y venderlo para despertar la pasión de un amante”. Ese es el ritual usual, frecuente e impune. Da horror.
Y es que detrás de la superchería con que se encubre el tráfico de estos animales está un jugoso negocio, que con frecuencia salpica a los inspectores de la dirección de Vida Silvestre de la Semarnat, según testimonios recogidos por los medios. En la Ciudad de México, el mercado Sonora –conocido como “el mercado de las brujas” por los numerosos puestos de herbolaria, amuletos y fetiches que ahí se expenden– es el principal centro de tráfico y distribución de diversas especies de aves incluso en peligro de extinción, entre ellas diversos tipos de colibríes.
El tema me volvió a brincar a raíz de que mii querida y admirada amiga Kim López-Mills, periodista independiente y apasionada defensora de las aves en el Valle de México, y en general de las especies animales, me hizo llegar datos sobre este ecocidio abiertamente tolerado. El costo de cada ave viva fluctúa entre los 300 y los 500 pesos, en función de su colorido. Sin embargo, no pueden sobrevivir en cautiverio más de 20 días. Las aves muertas cuestan alrededor de los 200 pesos; pero un “amarre” (trabajo de brujería) tiene un precio de dos mil pesos o más.
Amén de sus supuestas cualidades como amuleto del amor, las creencias populares y los remedios caseros colaboran también a esta infamia. Parte del negocio se basa en la conseja de que arrancarle el corazón a un colibrí, hervirlo y comerlo en una sopa o en un té es el tratamiento más poderoso contra las enfermedades cardíacas y los ataques de epilepsia.
El tamaño de este mercado ilegal se desconoce. De su dimensión puede dar idea este dato, consignado por National Geografic: En 2009, los investigadores que analizaban el mercado de brujería de Sonora en la capital mexicana documentaron más de 650 colibríes muertos en venta, en un solo día.
El autor del reportaje escribe sobre Ciencia y Medio Ambiente para muchas publicaciones, entre ellas Popular Science, Outside, The Nation y Audubon. Pone en su texto que muchos mexicanos creen que los colibríes tienen poderes sobrenaturales. “Más allá del Internet, los comerciantes los venden en las trastiendas de establecimientos espirituales mexicanos llamados botánicas, llenos de hierbas, incienso, velas, aceites y estatuas de la Santa Muerte con su guadaña, la diosa mexicana de la muerte”. También se ofrecen de manera sutil en la parte posterior del mercado, donde se vende toda clase de animales vivos, incluidas por supuesto especies endémicas de México.
Algunos místicos, pone René Ebersole, llaman al colibrí “la chuparrosa”, un amuleto parecido a la pata de conejo para la buena suerte en el amor. Las chuparrosas se venden a menudo envueltas en papel rojo y borlas de satén con una oración de amor que las acompaña: «Divino colibrí…, con tu poder santo te pido que mejores mi vida y el amor de tal forma que mi amante solo me desee a mí»”. Válgame.
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