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Rubén Martín

20/01/2019 - 12:00 am

El desabasto y dependencia del automóvil

A excepción de grandes catástrofes como los sismos de 1985 y 2017 o emergencias por huracanes u otros fenómenos naturales, ningún evento ha afectado a tantos mexicanos y en consecuencia nos tiene a una gran mayoría hablando de un mismo tema: el desabasto de gasolina al arranque de 2019.

El Desabasto Que Vivimos Nos Desnuda Frente a La Dependencia Que Tenemos De Un Aparato Foto Cuartoscuro

A excepción de grandes catástrofes como los sismos de 1985 y 2017 o emergencias por huracanes u otros fenómenos naturales, ningún evento ha afectado a tantos mexicanos y en consecuencia nos tiene a una gran mayoría hablando de un mismo tema: el desabasto de gasolina al arranque de 2019.

La decisión del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de combatir el robo de combustibles, conocido coloquialmente como huachicoleo, produjo un desbasto de gasolina en al menos una docena de entidades del país.

Las consecuencias ya las sabemos: desabasto, compras de pánico o de urgencia y una respuesta entre necesaria o irracional: formarse en largas filas de las gasolineras para cargar combustible.

Esta situación inédita en Jalisco y México generó un debate que fue atraído por la gravedad de la polarización entre chairos y fifís, es decir, entre quienes a pesar de las afectaciones, están de acuerdo con la medida del gobierno de López Obrador, y entre quienes, afectados o no, criticaban la medida de López Obrado. Es un falso debate que oscurece nuestra comprensión de lo que pasa en el país.

Más allá de este falso debate entre fifís y chairos, no hay que confundirnos. A pesar de la gran afectación, hay que señalar que la mayoría de la población no tiene automóvil. De una población total de 130 millones de habitantes, hasta 2017 había un parque vehicular total en el país de 45.4 millones de vehículos, según el Inegi. De esos, hay que descontar los que pertenecen las flotillas de gobiernos y de empresas privadas y aquellas familias que tienen más de un vehículo.

De modo que a pesar de la magnitud de la afectación, no es la mayoría de la población la que se ve necesitada a hacer largas filas para cargar gasolina.

Esto a pesar del impresionante aumento del parque vehicular en México. En 1980 había 5.7 millones de vehículos en una población de 66.8 millones de habitantes, lo que daba una proporción de 11.7 habitantes por vehículo. Para 2017 había 45.4 millones de automotores en una población de 129 millones de personas, con una proporción de 2.8 personas por vehículo. Estas cifras revelan el impresionante salto en la compra de vehículos automotores en el país, especialmente en lo que va del siglo XXI.

Y ahora el desabasto de gasolina desnuda la gran dependencia que tenemos de un medio de transporte particular a la población que somos poseedores de este aparato. Y al ser tan dependientes de un aparato para organizar y decidir nuestros movimientos, nos “obligó” o motivó a hacer sacrificios inesperados como gastar muchas horas en ciertos días para cargar gasolina.

Más allá de la desorganización o incapacidad del gobierno federal para decidir combatir el robo de combustible sin tener un plan más efectivo de distribución, esta situación debe llevarnos a preguntarnos qué tan sensata y racional es la decisión de un automovilista en pasar seis, doce o hasta 24 horas formado en una gasolinera para cargar el combustible que mueva su vehículo.

Con la inteligencia y sensatez que lo caracteriza, mi colega y amigo Raúl Torres reflexionaba: si puedes pasar tres o seis horas en una cola de una gasolinera, podrías pasar ese mismo tiempo pensando cómo moverte sin necesidad del automóvil.

Por supuesto, habrá casos donde la espera para cargar de gasolina el vehículo sea imprescindible para reproducir la vida: por ejemplos los vendedores de frutas y verduras en las calles; quienes venden tamales; los comerciantes ambulantes; o las camionetas que compran botellas, colchones, estufas, etc.. Pero creo que una mayoría de quienes hicieron largas filas de varias horas ante las gasolineras, pudieron evitarlas.

Pero no se hizo porque el automóvil, como otros artefactos de nuestra vida moderna, están tan incorporados en nuestra cotidianidad que pensamos que no podemos vivir sin ellos. Esta ilusión capitalista, la ilusión de que no podemos ser sujetos sin estos artefactos, es lo que provocó desde histeria, desesperación, hasta posturas despreciables como aspirar a que siguiera la violencia y corrupción de gobiernos anteriores si eso garantizaba que no hubiera colas en las gasolineras.

La dependencia del automóvil es uno de las señas distintivas de la modernidad capitalista, como reveló el intelectual francés André Gorz en un ensayo pionero y luminoso en 1973. El automóvil se creó como un artículo de lujo para los burgueses, pero en su masificación creo la ilusión de que todos podíamos tener el mismo privilegio. Lo que creó la industria masiva del automóvil fue trastornar las ciudades, por tanto los desplazamientos de la gente, y por lo tanto, sus vidas. Gorz describió al automóvil como un lujo antisocial, pues por primera vez introdujo una distinción de los desplazamientos entre pobres y ricos. Nació así la industria del automóvil que prometió a las masas que “a partir de ahora, tendrá el privilegio de circular, como los ricos y los burgueses, más rápido que todo el mundo. En la sociedad del automóvil el privilegio de la élite está a su disposición.”

Pero fue una promesa envenenada porque el privilegio de desplazarse como el rico, con convirtió a todos en dependientes de una sola industria, explicó Gorz. “La aparente autonomía del propietario de un automóvil escondía una dependencia enorme. Los magnates del petróleo fueron los primeros en darse cuenta del partido que se le podría sacar a una gran difusión del automóvil. Si se convencía al pueblo de circular en un auto a motor, se le podría vender la energía necesaria para su propulsión. Por primera vez en la historia los hombres dependerían, para su locomoción, de una fuente de energía comercial. Habría tantos clientes de la industria petrolera como automovilistas –y como por cada automovilista habría una familia, el pueblo entero sería cliente de los petroleros. La situación soñada por todo capitalista estaba a punto de convertirse en realidad: todos dependerían, para satisfacer sus necesidades cotidianas, de una mercancía cuyo monopolio sustentaría una sola industria”.

De ese modo el capitalismo nos convirtió un esclavos de una más de sus dinámicas de acumulación de capital: “De objeto de lujo y símbolo de privilegio, el automóvil ha pasado a ser una necesidad vital. Hay que tener uno para poder huir del infierno citadino del automóvil. La industria capitalista ha ganado la partida: lo superfluo se ha vuelto necesario. Ya no hace falta convencer a la gente de que necesita un coche. Es un hecho incuestionable”.

El desabasto que vivimos nos desnuda frente a la dependencia que tenemos de un aparato, pero al mismo tiempo nos confronta frente a nuestros hábitos de transporte, pues la mayoría de la veces nos trepamos al auto sin pensar que el trayecto lo podemos hacer por otros medios.  Y eso nos debería de confrontar con los hábitos de consumo y de vivir y movernos. Y en la ciudad que tenemos, diseñada para los automóviles particulares.

Pero temo que la mayoría vivirá la actual crisis de desabasto sólo como una interrupción de sus privilegios y no como una interrogación a nuestros hábitos y cómo el mercado y los políticos nos han modelado y creado esos hábitos. Hábitos que nos hacen depender de un aparato (el auto), su combustible, sus formas de producción y distribución y de las políticas estatales que hacen que se produzca este combustible, pero también esa industria tan nociva en la vida moderna.

Ojalá las grandes consecuencias del desabasto pudieran convertirse en motivo de reflexionar y cuestionar los hábitos consumistas que tenemos y que contribuyen a la reproducción de este modelo de producción económica y política tan nociva para la mayoría de la población. Pero no será así. La mayoría exigirá el privilegio individual de cargar gasolina sin hacer cola, sin importar los costos sociales y colectivos que pagamos por ese egoísta acto consumista.

Mientras hace cola en la gasolinera, le recomiendo leer completo el ensayo de Gorz. Se puede consultar aquí: https://www.grijalvo.com/Gorz/Ideologia_social_del_automovil.htm.

Rubén Martín
Periodista desde 1991. Fundador del diario Siglo 21 de Guadalajara y colaborador de media docena de diarios locales y nacionales. Su columna Antipolítica se publica en el diario El Informador. Conduce el programa Cosa Pública 2.0 en Radio Universidad de Guadalajara. Es doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @rmartinmar Correo: [email protected]
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