Julieta Cardona
14/01/2019 - 12:03 am
la muerte de las cigarras
te pasaste de lista y al no remediarlo ni mintiendo a borbotones, se te mandó al sillón de madrugada; después de lamentarte y lloriquear un rato, agarraste la sábana que te consolaba y saliste a la terraza.
te pasaste de lista y al no remediarlo ni mintiendo a borbotones, se te mandó al sillón de madrugada; después de lamentarte y lloriquear un rato, agarraste la sábana que te consolaba y saliste a la terraza. el cielo estaba que te vas de nalgas de lo pelón de nubes, la curvatura del cinturón de estrellas era una clarísima rodaja de leche suspendida más allá de donde es el cielo y tú, tremenda llorona, temblando de frío en pleno verano, solo pensabas en mitología griega mientras veías meteoros pasar.
por la mañana entraste al cuarto donde ella fingía estar dormida, ella abrió los ojos y apenas te miró, entonces te le acercaste un poco y le extendiste una flor pequeñísima que cortaste del jardín, ella dijo –en inglés, era una mujer anglosajona–, dijo “is it a tiny weed?” y sonrió. tú le besaste la frente porque todavía no te atrevías a besarle la boca y, bueno, dijiste que necesitabas mover las piernas. así que te colgaste la mochila al hombro y agarraste camino.
habrá sido cosa de una hora para que llegaras al lugar ese donde vendían frutas, licor y globos engordados con helio. compraste una manzana, champán y un globo en forma de corazón. eres un caso peculiar porque, cariño, estabas en la bancarrota y compraste una botella tan cara –de esas que, con suerte, bebes una vez cada diez años– que la cuenta bancaria se te fue a números rojos.
da un poco de risa, que de entre todos los caprichos que no podías pagar, eligieras un vino espumoso que duró noventa minutos en silencio. pero no es para tanto, oye, la gente que no entiende de dinero y dice tener siempre buenas intenciones, lo apuesta todo en cosas efervescentes. vaya, que volviste igual caminando a esa casa donde pasaban las vacaciones. ella estaba afuera en la terraza, sentada, tomando un poco de agua y sol cuando tú llegaste y le alargaste el corazón relleno de aquel gas inerte. “las flores mueren pero estas cosas no”, dijiste y, todavía apenada, pediste perdón.
pasaron un buen rato haciéndose preguntas raras y como queriendo tocarse las manos, asintiendo a tontos comentarios sobre el viento o las montañas o las motocicletas que pasaban cerquísima o de los adornos de la casa que no tenían desperdicio. las cigarras vibraban tan alto que, en medio de aquella guerra de percusiones, ustedes apenas se reconocían las risas simuladas y las contestaciones monosilábicas.
cayó la noche. el champán estaba listo. atenazaste un par de copas y las llevaste adonde ella. brindaron sin mirarse a los ojos, como si les urgiera destruir algo hermoso. esto está jodido, dijiste, y comenzaste a gritar sepa qué tanto, algo entre la luna nueva y la muerte de las cigarras.
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