Una de las cosas que siempre agradeceré a Mayra González Olvera y a Sandra Montoya es que me hayan invitado a Madrid para asistir al premio Alfaguara, pero sobre todo para conocer a Claudio López de Lamadrid (1960-2019).
Era una de esas personas inolvidables, que te impresionaban desde la primera vez y por un momento pensé qué triste los que no lo conocíamos más, para tener su confianza y poder escucharlo hablar siempre de libros, de escritores, de todo eso que lo rondaba como un fantasma vivo. Llegaba él y atrás de él miles de anécdotas, como la que en una comida con los periodistas –donde aprendí a comer caracoles- contó de Roberto Bolaño, que entonces no lo tenía él, aunque estoy seguro que él estuvo en las negociaciones para que la obra pasara de Anagrama a Penguin Random House.
Le hice una nota donde entre otras cosas me habló de su amor por el libro y saber que estás trabajando con genios, que no estás por encima de los escritores, que los autores son los que mandan. Un buen editor es el que sabe desaparecer a tiempo detrás de un libro, decía.
Más tarde vino al Hay Festival, en Querétaro, pero estaba mal, con una gripe dañina y tuvieron que llevarlo al hospital, hasta que en la recientemente pasada Feria Internacional del Libro en Guadalajara, donde acompañó al Premio Nobel Orhan Pamuk, hizo gala de su calidad de editor y de amigos de todos su amigos, que eran muchos.
Siempre decía que vivir en Barcelona y ser editor era cultivar enemigos, pero nunca escuché hablar mal de él, ni siquiera a sus competidores y en el poco tiempo que tenía, hablaba de su perro Tor, de alguna anécdota graciosa o de algún plan inmediato.
“A ver, sigo considerándome el hombre más afortunado del mundo, porque edito libros de altísima calidad literaria y al mismo tiempo trabajo con un equipo extraordinario de personas de toda Latinoamérica. El desafío para este año es seguir consolidando el grupo, trabajando mano a mano con todos los países del continente y dejándome sorprender. Hace dos meses no pasaba nada y de pronto llegó a mis manos un “monstruito” que eran las memorias de Bruce Springsteen. Lo contraté y saldrá en septiembre. Pronto vienen las nuevas novelas de Javier Cercas y Ray Loriga, en fin…”, solía decir.
Ayer, viernes, cayó la noticia: había muerto Claudio López Lamadrid de un infarto cerebral. No tenía 60 años. Escritores de Latinoamérica, de México, de España, todos maldijeron a la muerte y lloraron su prematura partida.
No lo extrañaré como a un amigo, pero lamentaré no encontrar sus tuis para alguna nota que yo había mandado o algunos de esos textos maravillosos como el poema de Fernando Zurita que puso para celebrar su cumpleaños. Habían intercambiado mensajes por Instagram, en donde el poeta le decía: «Me emocionaste, me emocionaste hasta lo más hondo Claudio, a Paulina que está a mi lado se le humedecieron los ojos, gracias amigo tan querido». Y Claudio respondía: «Tú eres el que lleva décadas emocionando al cielo y a los pájaros y a los humanos de toda condición, Raúl. Gracias por tu poesía y feliz cumpleaños, hermano. Nos vemos en Santiago a principios de mayo». No va a poder ser.
Amor mío: guárdame entonces en ti
en los torrentes más secretos
que tus ríos levantan
y cuando ya de nosotros
sólo quede algo como una orilla
tenme también en ti
guárdame en ti como la interrogación
de las aguas que se marchan
Y luego: cuando las grandes aves se
derrumben y las nubes nos indiquen
que la vida se nos fue entre los dedos
guárdame todavía en ti
en la brizna de aire que aún ocupe tu voz
dura y remota
como los cauces glaciares en que la primavera desciende.
La edición en español se queda sin una persona valiosa, probablemente el último gran editor de nuestras letras. Adiós, Claudio. Qué tristeza.