Hacer responsable a la audiencia de las decisiones que toma un personaje es lo que hace diferente a Bandersnatch.
Por Mónica Zas Marcos
Madrid/Ciudad de México, 1 de enero (ElDiario.es/SinEmbargo).– Si Netflix no ha promocionado en exceso la idea revolucionaria del último episodio de Black Mirror es, precisamente, porque no lo es tanto como parece. Bandersnatch no es la primera propuesta interactiva de la plataforma, en todo caso la mejor ejecutada. Una vez más, Charlie Brooker ha vuelto a hacer una bola de papel con los preceptos de la buena televisión y los ha arrojado a la basura. No existen límites en Internet, y su serie es una oda y una crítica a eso mismo.
Esta vez, el showrunner pretendía hacer sentir al espectador responsable de cada una de las decisiones que toma el protagonista del capítulo. No es una sensación extraña para el que sea adepto de Black Mirror desde el principio. Brooker nos lleva provocando lo mismo desde que decidimos asistir a un acto sexual pernicioso en el episodio piloto y no apagamos la televisión indignados.
De hecho, lo volvió a hacer muchas más veces mientras introducía píldoras placenteras como San Junípero o Hang the Dj. Pero su verdadero espíritu fundacional se reconoce en Shut up and Dance, Cocodrilo, El himno nacional y Odio nacional. En todos ellos el espectador es incapaz de abstraerse o de no sentirse interpelado desde el otro lado de la pantalla. Da igual lo inverosímil que resulte el argumento, porque el equipo de guionistas de Black Mirror sabe cómo plantar la semilla del remordimiento.
Bandersnatch, aún así, resulta una estrategia sugerente porque nos aleja del visionado aséptico de pulsar el botón de “siguiente episodio”. Netflix ya lo probó antes con series infantiles como El gato con botas: atrapado en un cuento épico, Stretch Amstrong: La Fuga y Minecraft: Modo Historia. Aún así, implantarlo en la ficción más perturbadora de la televisión moderna es toda una declaración de intenciones.
Inspirado en un videojuego homónimo que se canceló en 1984, el episodio comienza en ese mismo año para bucear por aquellas empresas punteras llenas de jóvenes cerebros apasionados. En el caso de Bandersnatch, el genio sombrío es Stefan, un adolescente que programa un videojuego basado en el libro favorito de su madre fallecida. El inicio no tiene mucha complicación: Stefan vive solo con un padre al que odia, se monta en un autobús y le vende su juego a la empresa del momento que no duda en comprárselo si lo acaba antes de la campaña de Navidad.
El problema es que desde el primer momento nos invitan a tomar decisiones del todo intrascendentes y con la sensación de que no cambian el curso de los acontecimientos. Solo cuando la incertidumbre es mayor, las dos opciones que se presentan juegan al despiste y desconectan de una trama poco espectacular.
Charlie Brooker se hizo famoso escribiendo de videojuegos, un sector que no le es ajeno en absoluto. La idea de que un protagonista de carne y hueso -que además hace una interpretación magistral, hay que decirlo- esté en manos de unos espectadores cegados por el morbo es fantástica. El problema es que Stefan y el resto del reparto se asemejan demasiado a los personajes de un videojuego por culpa de una historia desarrollada a trompicones. No empatizas con ellos, así que, si les ocurre algo malo por tu culpa, solo basta con pulsar la opción de “volver”.
Lo dice uno de los protagonistas: “¿Cuántas miles de veces ha muerto Pacman?”, y, ¿En cuántas de esas veces nos hemos sentido culpables? La respuesta es ninguna, en todo caso frustrados por haber perdido la partida, pero en Bandersnatch lo único que frustra es el aburrimiento. La premisa es tan simple, la estética tan parecida a cosas que hemos visto anteriormente y las opciones tan inexplicables, que provoca hastío a la media hora.
La idea del Gran Hermano deja de ser tal en cuanto la aplicación de Netflix te regresa a ciertas decisiones para que tomes las que ellos quieren. Y, aquí sí que va un pequeño spoiler, solo quieren que pulses “Netflix” en un burdo acto de metapublicidad que choca frontalmente con la sutileza de Black Mirror. Ni siquiera cuando parece que la historia se va a tornar oscura y morbosa por nuestra culpa, cumple con las cotas de perversión a las que nos tienen acostumbrados los de Brooker.
Realmente lo único que funciona, y ha sido aplaudido por los críticos, es la referencia al sector de los videojuegos de los ochenta. De hecho, hay un huevo de pascua escondido que está volviendo locos a los fanáticos y que solo se desbloquea en una pantalla muy avanzada de la experiencia (a la que servidora no llegó). Sin dejar de aplaudir a una serie y un creador brillante, Bandersnatch es una gran idea mal ejecutada. Y, lo peor y más decepcionante de todo, es insufriblemente aburrida.