Anda muy orgulloso con su nueva novela, una versión de La bella durmiente, de Jacob Grimm, para las lectoras juveniles. Le llevó 10 años escribir esta historia, pero él es novelista y debía hacerlo. Cuando entró por la puerta adecuada, lo disfrutó mucho. Es Élmer Mendoza.
Ciudad de México, 15 de diciembre (SinEmbargo).- Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) ya había intentado algo distinto con su selección de cuentos Trancapalanca.
“De todas maneras, la publicación de Trancapalanca me tiene bastante desconcertado, no sé lo que va a pasar. Supongo que a algunos de mis lectores habituales no les agradará nada este libro. Espero que me disculpen”, admitía por esos tiempos.
Lo cierto es que lo ha hecho de nuevo. Ahora tiene una versión del cuento de los hermanos Grimm, La bella durmiente, dedicado al público juvenil, con el título No todos los besos son iguales (Alfaguara Juvenil).
Hadas en aprietos, espadachines trotamundos, una panda de bribones de diversas cataduras y más de tres atolondrados; aves fénix, dominatrices y reyes… Todos a expensas de los caprichos de un poder furibundo que achicharra hasta a las moscas.
–Veo que es un libro muy distinto a tu obra
–Es una instalación, una recreación, de La bella durmiente. Hay muchas cosas detrás de eso, una que hay una tendencia del mundo que está dentro del humor mexicano y es la multiplicación de sentido. La idea nació de ahí, de poder crear otra historia a partir de una historia muy famosa. Otra es que conocí a un autor polaco que él hace eso, trabaja la parte terrible, como por ejemplo la recreación de la Bella y la Bestia muy brutal. Yo quedé muy impresionado por su trabajo. Es un tipo súper agradable, me cayó muy bien. Y lo otro es que un día estábamos reunidos en Ciudad Juárez, Mónica Lavín, Cristina Rivera Garza, Rosa Beltrán, David Ojeda y yo, y todos nos prometimos escribir una novela breve. Al principio pensábamos publicarlas juntos, pero no se hizo. La primera fue Cristina, con El mal de la taiga y David no alcanzó a hacerla porque se fue. Esta novela forma parte de dicho compromiso.
–¿Cómo es la Bella Durmiente de Élmer?
–Es una mujer muy fuerte, despierta y necesita el beso para despertar totalmente pero ella es muy fuerte. El reino está dormido todavía y mi idea es pintar a una mujer de raíz contemporánea. ¿Cómo es una mujer contemporánea? Es una mujer que es capaz de tomar el control de cualquier situación que se le presente. No perder su inteligencia, ella no llora, es un recurso que no le gusta. Las tres mujeres que aparecen ahí son así. Quiero confesar que los modelos cercanos de chicas son de la familia, de las alumnas, y no se conforman solo con soñar sino a que van a por ello.
–Las mujeres del Norte de México son muy fuertes
–En la ciudad donde yo vivo, las mujeres siguen siendo muy fuertes. En mi familia, las decisiones siguen siendo tomadas por mujeres. Nuestra sobrina más pequeña va a cumplir 14 y tiene planificado lo que va a hacer en su vida. Entre nosotros ha pasado una cosa y es que en este sexenio se notó el feminicidio. Antes, las mujeres morían porque eran capaces de enfrentarse, ahora lo que ha habido son ataques arteros, se han perdido muchas vidas femeninas.
–¿Tú buscas más lectoras?
–Ah, sí. Ese es el paraíso de los escritores, aunque no escribo para eso. Lo escribo a partir de mí mismo, los grandes momentos que consigo escribiendo, esa es la base. Con esta historia, me permití jugar y aceitar otras partes de mi cerebro que estaban latentes. Me gustó mucho esa experiencia. Los autores tenemos dependencia de la novela policial, esa dependencia se da en función de la calidad que deseas obtener. En esta novela todos los días me reía, lo disfruté muchísimo y no digamos que fue un descanso, fue utilizar otras partes de mi mente para inventar una historia.
–Decía Kike Ferrari que le encanta encontrarse con escritores para poder hablar de la segunda persona…¿Te pasa eso a ti?
–Sí. Hay escritores con los que tenemos ese tipo de charlas, sobre todos los amigos, que hablamos sobre las dificultades que implica escribir.
–Te has introducido en un mundo totalmente femenino. ¿Cómo ha sido eso?
–Hasta ahora la retroalimentación ha sido de mujeres y ha sido muy interesante. Nos pasó una cosa muy bonita, Verónica Flores no sabía si era una novela juvenil o para adultos. La verdad es que no sé. Decidió Verónica y eso tiene mucho que ver con no escribir para una edad y si puedo tener lectoras más jóvenes me encantaría.
–¿Crees que esta novela influirá sobre tus narconovelas?
–Creo que sí. El diseño de los capítulos no están muy lejos del género negro. No caí en esa dependencia, fui muy ligero, mis personajes fueron ligeros, no había restricciones, todo era natural. En la policial todo lo calculo. Me costó mucho escribirla, no me quedaba, no conseguía abrir la puerta indicada. Había entrado por todas las puertas, menos por la que debía, hasta que entré.
Fragmento de la novela No todos los besos son iguales, de Élmer Mendoza, con autorización de Alfaguara
Mey era el país más feliz del mundo. Gracias a las minas de luneke, era también el más rico y sosegado. Esa noche se celebraba una gran recepción porque la princesa heredera cumplía quince años, fiesta que sería imitada y se convertiría en costumbre por siglos y más siglos. Gobernaban el país dos reyes gordos, chapeteados y muy queridos: Guasave y Cosalá, que además eran excelentes administradores. El pueblo los idolatraba como a ningún otro de su historia, sobre todo cuando repartían luneke, un metal que poseía el poder de regular los problemas financieros y producir esa tranquilidad tan mórbida que se siente cuando no se le debe a nadie.
En el patio principal del castillo, una fastuosa edificación amarilla con una alta torre circular de veinticinco metros, se hallaba un florido jardín que rejuvenecía el vetusto edificio, rodeado por una alta muralla de piedra impenetrable; después estaba el patio de las Doce Fuentes, que recibía a los visitantes, y que ahora lucía lleno de carruajes y palafreneros cuidando las cabalgaduras y brindando en pequeños grupos. Gruesos hachones iluminaban el lugar donde las fuentes lanzaban agua a los cuatro vientos. Se llegaba hasta ahí después de cruzar, por un camino real, un bosque en el que habitaban manadas de fieras salvajes típicas de la época y la región.
Noche oscura.
En el pueblo cercano, los aldeanos celebraban bebiendo y escuchando a los juglares que cantaban las hazañas de sus héroes. Eran felices. Esa mañana, el rey había repartido algunos cientos de monedas de luneke que pensaban utilizar con inteligencia, pues se estaban agotando y quizá nunca tendrían otras en su vida.
En palacio, la princesa se desplazaba inquieta por salir al salón principal, que se hallaba a tope de invitados. Las hadas, sus madrinas, le habían otorgado dones con sus varitas blancas, y su pelo dorado lucía arrobador. Las jóvenes convidadas no paraban de cuchichear mientras los mancebos esperaban aburridos, más que nadie Kóblex, cuyo destino era aún incierto, aunque se murmuraba que podría ser el próximo rey de un país vecino.
Mey colindaba con Mocorio, Navolatura y el País del Agua, reinos de gran poder. En un paraíso alejado lo suficiente, vivían las hadas bondadosas que oficiaron como madrinas, y en la antípoda, su odiosa hermana que se había aislado del grupo para vivir a su manera en una tierra árida y andrajosa. Fría.
Todo estaba listo para el baile cuando se presentó la hermana solitaria, con su pequeño y bello rostro transfigurado. Se plantó frente a la reina Cosalá, que se quedó de una pieza. Oh, la princesa, que advirtió el desvanecimiento de su madre, se aproximó prudentemente. ¿Quién volaba a su alrededor?
¿Por qué no me invitaste, querida Cosalá?, ironizó el hada. En otra sala el rey conversaba con sus amigos sin mayor preocupación.
Por supuesto que te invité, poderosa Espolonela, ¿por qué llegas hasta ahora? Se notaba su nerviosismo.
¡Mentira! Eres una arpía chapucera, y por supuesto que no tienes motivo, sólo despreciaste mis dones para tu mocosa y pagará por ello.
Por favor, querida hada, no la tomes contra mi niña, si cometí un error ella no tiene la culpa. Tras un pilar, paralizada, la quinceañera escuchaba sin comprender.
¿Me estás diciendo cómo proceder, estúpida? La princesa seguía paralizada.
Sería incapaz, te respeto más allá de mis fuerzas.
Pues tu mocosa dormirá cien años, y con ella todo tu maldito reino, dijo el hada, hizo un movimiento extraño con su varita negra y se alejó volando a cien.
Qué hice. Cosalá soltó el llanto, la princesa la abrazó. Así las encontraron las otras hadas, que al enterarse quedaron perplejas. ¿Varita negra, dice? Oh ah. No había nada qué hacer, solamente organizarse para cuidar a la princesa en su larga noche.
Doce días después todos dormían plácidamente.
UNO
Aaaahhh, la Bella Durmiente se incorporó agitada, respirando grueso, desconcertada. Oh ah, pelo dorado revuelto, piyama de pequeñas flores, telarañas en los ojos. El hada guardiana, que desde el hechizo cuatro años atrás se encargaba de vigilarla, se acercó temerosa y sorprendida. Oh ah, ¿está despierta, Bella Durmiente? La chica la contempló y experimentó una profunda aversión: ¿Y este engendro?, pensó. No, estoy en mi peor pesadilla, enana patagorda, ¿estás ciega? Disculpe. ¿Quién eres, qué haces aquí? Voz gruesa, impositiva. Soy Plumantela, el hada que la cuida, y estamos en la torre del castillo de su padre, el rey Guasave, y de su madre, la reina Cosalá. ¿Qué hacemos aquí, por qué no estoy en mis aposentos? Alatela le había anticipado: Cuando despierte no recordará nada. Seguramente no te tocará a ti porque sólo la cuidarás cincuenta años, pero es bueno que lo sepas; se pondrá furiosa e impertinente.
No obstante, algo había ocurrido para que despertara antes, porque las hadas no se equivocan, ¿o sí? Oh ah, querida princesa. Déjate de arrumacos y explícame, ¿qué pasó con mis damas de compañía, qué hacemos en este inmundo cuchitril? Ellas están abajo, con todos. Llámalas, su lugar es a mi lado, que se apuren. Se sentó, colocó dos almohadas en la cabecera y se recargó, sintió un poco de pereza. Permítame que le cuente su historia. ¿Historia, qué historia? No estoy de humor para cuentos. Oh ah, hace cuatro años usted cumplió quince: todas las hadas, menos una, fuimos invitadas a otorgarle dones, yo le concedí el de la orientación; cuando terminamos, usted estaba feliz, dispuesta a recibir a sus chambelanes y aparecer en el salón principal; pero llegó Espolonela, que ahora se hace llamar Crestacia, y le plantó un hechizo con el que usted dormiría cien años y sólo podría despertar con el beso amoroso de un príncipe. ¿Cien años? Pero algo no le funcionó porque apenas han pasado cuatro y usted ya está preguntando. La joven bostezó. ¿Tengo diecinueve? Se podría decir. Qué horror, ¿estoy casada? Se casará con el príncipe que… ¿Y mis padres, dónde están mis gordos? Dormidos, lo mismo que el reino entero, bueno, al menos lo estaban antes de que usted despertara; el hechizo funcionó para todo el País de Mey. ¿Cómo pudo el hada Espolonela lograr eso? Usó varita negra, que generalmente es infalible; usted estaba comiendo leviatán a las finas hierbas y se pinchó la lengua con una espina, en ese momento se quedó dormida y los demás también, por eso está usted aquí; es un lugar seguro con una única ventana pequeña donde la podemos proteger con facilidad, ya ve que apenas cabe una persona. ¿Me hechizó para que durmiera cien años? Qué desgraciada. Durmió a todos, incluyendo animales domésticos, y no sólo al personal de palacio, todos los habitantes de este país están dormidos; el palacio está deteriorado y húmedo, las plantas han invadido algunos pasillos, y el bello bosque que lo circundaba se ha convertido en una selva impenetrable, poblada de fieras salvajes que llegaron después, se comieron a las que dormían y son las que ahora se enseñorean en el lugar. ¿Puede un hada hacer todo eso? Sólo si es muy maligna y poderosa, y Espolonela lo es. ¿Y ustedes no pudieron hacer nada? Es que… ¡Son unas inútiles, incapaces de proteger a nadie!, ¿acaso no sabían que odio el pescado? Oh ah, por favor, princesa, hicimos grandes esfuerzos, pero si un hechizo entra completo en una persona, y es con varita negra, es imposible extirparlo, y ella nos sorprendió, nunca pensamos que le haría algo, llegó con la reina Cosalá e hizo su felonía. ¿Me concediste orientación, para qué diablos me sirve eso? Para que no se pierda en el bosque. ¿Qué tengo yo que hacer en el bosque con todas esas fieras que mencionas? Plumantela abrió la pequeña ventana cubierta con una tapa de madera. Era media tarde. Es muy hermoso e intrincado, y a ciertas horas una tentación, ¿quiere verlo? No quiero ver nada, un montón de árboles apiñados no me seduce, bostezó. Quizá tenga razón, tal vez no soportaría ver la explanada de las Doce Fuentes convertida en un muladar que desfigura completamente el frente del castillo, y el jardín interior no está mejor. La Bella Durmiente se volvió a la ventana pero no se movió. Bueno, ya desperté, ¿y ahora? Oh ah, pues aunque está bastante adormilada, veamos si despertaron los demás. Tráeme un espejo, dijo y se sentó con las piernas cruzadas en loto. Y que vengan mis damas, la vestuarista en primer lugar, esta piyama huele a menstruación. El hada le acercó un espejo con fino mango de plata. Bella se observó. ¡Qué horrible! Trae a mi peinadora de inmediato, a la maquillista, necesito que me arreglen las uñas, no puedo presentarme así, ¡estoy espantosa! El hada salió por la única puerta que daba a la escalera de acceso y un minuto después estaba de vuelta. Oh ah, querida princesa, todos duermen; si me lo permite será un honor arreglarla, mi varita blanca puede convertirse en peine, incluso en rizador y brocha de maquillar. La chica bostezó de nuevo. ¿Qué esperas? Si me jalas un pelo te ahorco.
Plumantela voló rodeando a la Bella Durmiente dejando que su varita actuara con maestría. ¿Quieres decir que en estos cuatro años no nos ha afectado el paso del tiempo? Oh ah, usted se ve de quince, y bueno, la naturaleza no sabe de hechizos; cerró sus ojos pardos. Me refiero al reino, a todos. Oh ah, en efecto, no los ha perturbado, al menos nadie ha envejecido, sus padres se ven igual de jóvenes, ¿usted cómo se sintió? No me explico cómo pude dormir tanto, ¿qué hay del príncipe Kóblex? Sabemos que un día antes de que usted se pinchara salió a recorrer el mundo y que es el sucesor del rey Octavio I de Mocorio. Idiota, murmuró la Bella Durmiente en medio de un bostezo y se puso seria. Orientación, no me has dicho para qué me servirá. Dicen que las mujeres se extravían en cualquier parte, en caso de ser cierto a usted no le ocurrirá, podrá salir de un bosque o de un mercado sin problemas, ¿quiere verse en el espejo? Estoy mejor, pero tengo la piel seca y mis ojos son un desastre; también estoy aturdida. Nuevo bostezo. Cuatro años no es poco, ¿tuvo sueños? Recuerdo haber soñado muchas veces, Kóblex aparecía en algunos y eran especiales, aunque seguía siendo el tarado de siempre, ¿puede un hombre ser idiota toda la vida? Plumantela pensaba que sí pero no lo dijo, sólo sonrió y se posó sobre la cama, que era pequeña y cómoda. Los seres humanos están llenos de pequeños misterios. ¿Las hadas sueñan? No, porque estamos hechas de sueños. Este día soñé algo diferente, de hecho fue cuando desperté. Se sentó con los pies colgando, quiso ponerse de pie pero se mareó. Cuidado, princesa. Se acostó de nuevo. Tengo sueño. Lo sé, pero va a estar bien; me decía que soñó algo diferente. Soñé un gran dado. ¿Cuántos puntos le podía ver? Rodaba, quizá no iba a detenerse nunca. En estos tiempos hay misterios que ni las hadas podemos descifrar. Se hizo un silencio que la Bella Durmiente rompió. ¿Qué hice para merecer esto?, ¿qué le hice a esa mirruña infeliz? Nada hay más fuerte que el rencor, presérvese de él lo más que pueda. Maldita bruja, está a punto de echarme a perder la vida, tengo diecinueve años, si no me pongo lista pronto estaré quedada y solitaria, odio la idea de ser una reina virgen, si Kóblex no fuera un papanatas no tendría ese problema, jamás volveré a confiar en él, ¿oíste?, no me explico cómo el gran Octavio pudo nombrarlo sucesor. Oh ah, no se preocupe, se casará pronto con el príncipe que la rescate de esta embarazosa situación, apuesto a que tendrá más virtudes que el joven Kóblex. Se quedó callada, afuera la tarde iluminaba. ¿Un príncipe? Sí, tiene que venir, entrar por esa puerta, enamorarse de usted y besarla apasionadamente, cuando eso ocurra se terminará el hechizo. Permaneció unos minutos en silencio. Me conformaría con un beso rico, y para eso no es necesario enamorarse, ¿alguna vez te han besado? Oh ah, princesa, que me ruborizo, eso no pasa en el mundo de las hadas. ¿No se enamoran? Somos el amor. El mareo bajó pero la Bella Durmiente continuó pálida y amodorrada. Quiero hacer pipí. Plumantela tomó una varita gris, más larga, la de poder; con ella acercó una bacinica de porcelana y colocó a la princesa encima, de tal suerte que pudiera satisfacer su urgencia. La joven hizo un ruido suave. Plumantela, ¿dices que con un beso me quitarán el sueño? Exactamente, alguien vendrá, la besará y la despertará para siempre, lo mismo que al reino. Tenemos que encontrarlo pronto, de verdad no aguanto el sueño. Por supuesto, alguien apuesto y futuro rey. Quiero que dejes de cuidarme y lo busques, procura que tenga bonitos labios, ni gruesos ni delgados, boca ni grande ni chica, muévete, ¿crees que si me duermo despertaré hasta dentro de…? Se quedó dormida. El hada usó la varita peinadora para acostarla y cubrirla, contempló su rostro hermoso y le acomodó un poco el cabello rebelde. ¿Despertaría pronto? Quizá reposaría los noventa y seis años faltantes.
En el resto del castillo todos dormían. Con la varita de peinar, que era también de la comunicación, le envió un mensaje a Alatela:
Bella estuvo despierta alrededor de una hora.
En el palacio de las hadas, ubicado en un bosque lleno de flores, arroyuelos y aves trinadoras, la reina recibió el mensaje. Se encontraba en su habitación azul brillante. Hizo un gesto de sorpresa pero no especuló. Era el hada de la memoria. Comprendió de inmediato y decidió visitar el castillo de Mey apenas oscureciera. Llegaría en veintidós minutos. Las otras hadas la miraron ansiosas, pero no soltó prenda: quería ver primero. ¿Alguna novedad, querida reina? Colatela era la más curiosa. Nada, y prepárense para una noche de trabajo intenso. Lo que sí había que evitar a como diera lugar es que Espolonela se enterara; si la Bella Durmiente se mantuvo despierta por poco tiempo, se hacía necesario encontrar a un joven que la sacara de su ensueño. Seguramente necesitarían varios días para convencer a dos o tres príncipes dispuestos a cruzar la selva y besar a la chica. Las otras hadas permanecieron serenas, esperando que el astro rey se ocultara para iniciar sus actividades, consumiendo pequeñas raciones de mirra, lo que las mantenía energizadas; el sol no sólo disminuía sus poderes, sino que las envejecía. En cuanto el horizonte se volvió rojizo, Alatela salió a dar un paseo de rutina. Tomó una senda que consideraba segura, misma que llevaba al bosque de atrás del castillo, que era menos espeso y peligroso que el fr …