Conoce mucho a Paul Auster, conoce mucho a Jonathan Franzen, pero los considera escritores menores al lado de David Foster Wallace, Philip Roth, John Barth, Thomas Pynchon, Don DeLillo y sobre todo a la enorme poeta póstuma Emily Dickinson.
Ciudad de México, 8 de diciembre (SinEmbargo).- Después de leer el libro Walt Whitman ya no vive aquí, de Eduardo Lago, editado por Sexto Piso, uno sale corriendo a comprar Cartas de cumpleaños, de Ted Hughes. Uno ya sabe el sobrecogimiento y la tragedia de esa familia, uno no juzga al poeta que vivió y abandonó a Sylvia Plath y lo explica tan bien el teórico y estudioso de la literatura estadounidense, como si estuviera en un aula de la universidad, al aire libre, corriera una brisa otoñal y nada es más importante que descubrir los hilos que enredaron los destinos de dos poetas tan grandes.
¿No hemos leído a Thomas Pynchon?, ese autor que vive escondido a los 81 años, que cada año es candidato al Premio Nobel y que lo dice Lago con paciencia y docencia: “No es fácil leerlo. Es complicado”.
Conoce mucho a Paul Auster, conoce mucho a Jonathan Franzen, pero los considera escritores menores al lado de David Foster Wallace, Philip Roth, John Barth, Thomas Pynchon, Don DeLillo y sobre todo a la enorme poeta póstuma Emily Dickinson.
Los ensayos sobre la literatura del Norte de América de Eduardo Lago son un viaje de ida a la mejor literatura escrita en inglés.
“Lago identifica una añeja tensión –o doble vertiente– que recorre desde sus inicios la literatura estadounidense, un tira y afloja constante entre una escuela más realista, que busca retratar literariamente las ideas, costumbres y fobias de la época y otra escuela de ruptura, vanguardista, que mediante la experimentación y el cuestionamiento perpetuo de los propios artificios narrativos ha ido ampliando las fronteras de lo literario”, dice la editorial.
En sus análisis hay un juicio de valor propicios para el gran debate y fundamentalmente unas ganas de leer a todos los que cita. Un gran libro.
–¿Este es un modo nuevo de leer la literatura norteamericana?
–No sé si es un modo nuevo, pero me dijeron mis agentes, que son norteamericanos, es no que no haya una visión así por parte de la literatura española, sino que tampoco hay una visión así en el mundo de los Estados Unidos. Lo que sucede es que yo soy un intruso, un espía, llevo 31 años en una universidad de élite y observo todo lo que pasa con los escritores, a quienes he entrevistado, como Norman Mailer, como John Updike, críticos como Harold Bloom. Hay alguien que no es de dentro, porque desde dentro no lo ves igual, que observa lo que está sucediendo. Una suerte infinita para mí poder haber hablado con David Foster Wallace o John Barth, preguntándoles qué diablos está haciendo para cambiar la literatura. Lo que hay en este libro, que es un libro con varios tentáculos es una parte que son historias literarias con Nueva York, perfiles que he publicado en distintos reportajes. Hay otra parte que son una serie de ensayos literarios específicos que he ido publicando a lo largo de los años. El del Emily Dickinson, para mí la poeta más importante junto con Walt Whitman de los Estados Unidos, eso fue una visita que hice a su casa hace poco y me permitieron escribir en su habitación. Lo que me pidieron cuando reuní todas estas partes es ¿por qué no escribes un prólogo que explique y unifique todo lo que está ahí? El prólogo me llevó un año porque consistió en sacar lo que había dentro de mí y que no estaba organizado. Y esa es la definición de la escritura: sacar lo que tienes dentro y darle forma.
–¿Cómo es ese prólogo?
–Es el ADN de la literatura estadounidense. Cada literatura dice lo que es su pueblo. Resultó en tres grandes ensayos, que son casi 100 páginas. El primero es “Cuatro Cuartetos”, cuatro maneras de ver la literatura desde el ángulo de ver con el vector de la dificultad y otro que es el de la literatura popular, sencilla. Gran literatura, pero que no complica las cosas formalmente. No se entiende la una sin la otra. Me di cuenta de que esto que aplicaba al siglo XX, desde la escuela de la dificultad, con escritores enormemente importantes pero muy difíciles pero que hay que acercar a la gente, como William Gaddis hasta llegar a Foster Wallace, había que relacionarla con la otra corriente, la sencilla, pero esta doble hélice está presente desde el momento en que hace la literatura cuando hay una tensión muy fructífera, entre grandes nombres como Henry James y Mark Twain.
–Usted habla de influencias de James Joyce, de Vladimir Nabokov y de Samuel Beckett. Paul Auster siempre habla de Beckett.
–A Paul Auster lo conozco muy bien y él fue el editor de las obras completas de Beckett, una edición fantástica, muy bonita. Las cosas son como lo dice usted, pero acaso un poco más complejas. Empezamos por el título, de Walt Whitman ya no vive aquí, es un título para recordar que los Estados Unidos ha asesinado a la democracia. Hay un individuo como Donald Trump que vive en la Casa Blanca. Al mismo tiempo, Walt Whitman es el gran patriarca de la poesía pero con algunos problemas porque está Emily Dickinson para contrarrestarlo. Diría que es el mismo fenómeno: Emily Dickinson y Walt Whitman. Paul Auster, por otro lado, es poeta y su manera de reflexionar sobre la literatura es la de un poeta. Beckett es un epígono de James Joyce, es un gigante inconmensurable, fue secretario de Joyce, creció a su sombra y Joyce es el que cambia las cosas. Nabokov es muy interesante, porque viene desde afuera, es un intruso como yo y se pone a cambiar las cosas. Escribe en inglés, lo hace majestuosamente. Y David Foster Wallace, esa alma perdida que aparece al principio, califica a los cuatro miembros como los hijos de Nabokov. Paul Auster es un escritor muy interesante, pero no le doy el mismo nivel que a los demás.
–Pensaba también en Martin Amis, que se la pasa hablando de Nabokov
–Un gran tipo Martin Amis, gran escritor, gran nabokoviano y con el que tuve unas conversaciones súper interesantes sobre Vladimir Nabokov. Fundamentalmente porque mi última novela hace referencia a la última novela que escribió él y que fue editada póstumamente por su hijo Dmitri Nabokov. No sé si puede separar Estados Unidos de Inglaterra, sí se puede, pero las tradiciones están muy mezcladas.
–¿Qué piensa de su hijo Dmitri?
–Dmitri fue un ser maravilloso y súper atractivo como persona. Le gustaban los coches deportivos, jugaba al tenis, que tuvo a una madre y a un padre maravilloso, que vivió la tragedia de ser hijo de un genio. Hizo una edición maravillosa de los Cuentos Completos, de Vladimir Nabokov. El original de Laura tiene una historia muy bonita. Nabokov estaba escribiendo una novela, tenía 75 años y se cae, se rompe una pierna y nunca se recupera. Entonces cuando comprende que no va a terminar su última novela le dice a su mujer y a su hijo que la destruya. Muere y Vera no destruye la novela. Cuando muere Vera, se queda Dmitri de heredero y cuando él ve que le queda poca vida a él toma la decisión de publicar El original de Laura. Vladimir Nabokov escribía en fichas, las iba ordenando luego y murió dejando 138 fichas de una novela. Hay un biógrafo británico llamado Brian Boyd que tiene una biografía magistral que lo leyó todo menos eso. Vera le leyó las fichas, Brian no pudo tomar nota y Boyd salió de la reunión diciendo a los nabokovianos: –Chicos, no nos hemos perdido nada. Estoy en París presentando la traducción de una de mis novelas cuando coincido con mi buen amigo Enrique Vila-Matas, estaba también Dominique Gonzalez-Foerster, quien me dijo: –¿Sabes que lo que has escrito se parece muchísimo a la última novela de Nabokov? Y yo digo: –No sabía que existía, ¿Qué es eso? Cuando vayas a Nueva York, cómprala, me dice Dominique. Cuando compré la novela, esa noche no pude dormir, porque las fichas me mostraron lo que quería hacer Nabokov y no pudo hacerlo por la muerte. Estoy por la calle paseando y me encuentro con Martin Amis y le comenté si podía usar la crítica de El original de Laura para una novela que yo estaba escribiendo. Me dijo que sí y cuando lo volví a ver en el Hay Festival de Xalapa estaba leyendo unas galeradas de Tras los pasos de Nabokov, de Brian Boyd. Cuando se publicó el libro, al final hay una retractación en la que Boyd dice: El original de Laura hubiera sido una obra maestra.
–Empieza el libro con una entrevista a David Foster Wallace, del que vimos hace poco una película.
–La película no me gustó mucho. Tuve una conversación muy larga con David Lipsky, que es el que hace la gira y escribe luego el libro que inspiró el filme The End of the Tour. La cinta de la nota con Davis Foster Wallace anduvo perdida en mis papeles de la universidad hasta que un día la encontré, son sus ideas sobre literatura, me gusta mucho todo lo que dice de él. Me parece un personaje muy especial y con mucho talento que escribió La broma infinita, una novela que cambiaría el curso de las cosas.
–No he leído a Thomas Pynchon, lo tengo que confesar.
–Es muy difícil. Yo siempre hago las entrevistas con un fotógrafo francés que es muy sensible y además un buen lector y siempre me dice: –Tengo que leer La broma infinita. Yo le digo que no la va a terminar nunca (risas). Pynchon es un escritor sumamente difícil y si lo vas a leer en español no lo aconsejo mucho. Las traducciones son terribles. Es un escritor sumamente interesante, está metido dentro de la tradición estadounidense y su literatura ha envejecido tal vez un poco. Tiene un valor histórico, sus cuentos son muy interesantes y las últimas novelas de él son muy buenas. Recomiendo Al límite, una historia neoyorquina sobre internet.
–¿Qué piensa de Jonathan Franzen?
–Franzen me parece un escritor bastante poco interesante, con indudable talento, que escribió una novela que estaba bastante bien que se llama Las correcciones. Después escribió una novela que desciende bastante en calidad, Libertad y después Pureza, una novela muy floja.
–¿Y de Jeffrey Eugenides?
–Un autor muy interesante. Franzen: muy poco interesante. Paul Auster: tuvo su momento. Eugenides es un gran novelista, que tiene una primera obra maravillosa que es Las vírgenes suicidas.
–¿Qué piensa de las mujeres en la literatura estadounidense?
–Eso es importantísimo. En mi curso a mitad del semestre decidí dar sólo escritoras, porque me pareció muy grave ese machismo en el que todos estamos metidos. Me parece que hay que llegar mucho más lejos. Ya es suficiente. Me parece interesante todo lo que está sucediendo. La literatura va en camino que todavía no sabemos cuáles son. Mi libro es un monumento a todo lo que está muerto. Eso ya fue.
–Hace un trabajo sobre Harold Bloom.
–Harold Bloom representa una manera muy anticuada de ver las cosas, él es el Sumo Pontífice guardián del canon y se le escapan muchas cosas. Lo que también es cierto es que es un monstruo de la naturaleza que lo ha leído todo. Le preguntas por un libro del siglo XVIII y te contesta: –Sí, ese lo he leído 50 veces. Es un pozo de sabiduría. Lo respeto, lo venero y me quedo con todo lo bueno que hay en él.