Jorge Zepeda Patterson
25/11/2018 - 12:05 am
La última y nos vamos
El problema para percibirlo es que cada uno habla en la feria según le va en ella. Para las clases altas y medias altas el sexenio que termina es de claroscuros pero aceptable. Después de todo no hubo crisis económicas que lamentar, devaluaciones inesperadas ni ocurrencias presidenciales descabelladas (del tipo “defenderé el peso como un perro”). Un crecimiento promedio superior al dos por ciento es modesto y queda corto frente al cinco o seis prometido, pero no pinta mal en un contexto en el que los países del llamado primer mundo no crecieron más que eso y Brasil y Argentina padecieron debacles estrepitosas.
Esta es la última columna dominical del sexenio. Quizá la última que escribo sobre Peña Nieto, cliente habitual de este espacio durante los últimos ocho años. A menos, claro, que López Obrador o los jueces nos den el pretexto para ocuparnos del ex Presidente en los próximos años.
Peña Nieto tiene razón cuando se queja de que los críticos sólo nos hemos fijado en los defectos y problemas de su administración. Puede ser, no careció de aciertos y buenas intenciones; nadie quiere ser un mal Presidente. Pero era tal el coro de cortesanos, comparsas, medios de comunicación y auditorios cautivos que lo vitoreaban, que los escasos espacios críticos estaban obligados a llamar la atención sobre los negros del arroz. Sobre todo cuando esos negros terminaron por arruinar el guiso.
Y es que, para desgracia de muchos. los desaciertos fueron tan estridentes, sobre todo en materia de corrupción e inseguridad pública, que a la postre comprometió la obra en su conjunto.
El problema para percibirlo es que cada uno habla en la feria según le va en ella. Para las clases altas y medias altas el sexenio que termina es de claroscuros pero aceptable. Después de todo no hubo crisis económicas que lamentar, devaluaciones inesperadas ni ocurrencias presidenciales descabelladas (del tipo “defenderé el peso como un perro”). Un crecimiento promedio superior al dos por ciento es modesto y queda corto frente al cinco o seis prometido, pero no pinta mal en un contexto en el que los países del llamado primer mundo no crecieron más que eso y Brasil y Argentina padecieron debacles estrepitosas.
Para estos sectores acomodados Peña Nieto no fue un Presidente del todo malo; incluso pudo haber sido muy bueno si las reformas le hubieran cuajado. Para infortunio de estos grupos y del propio Presidente la mayor parte de la población no vive en este segmento. A más de la mitad de los habitantes les ha ido muy mal. En parte por la desatención del régimen, concentrada en la parte pavimentada e iluminada, y en parte porque el sistema ha mantenido inercias que se arrastran desde hace décadas y amenazan con estallar. Un crecimiento promedio de dos por ciento anual no dice nada si hay sectores sociales y lunares territoriales que crecen al 10 por ciento y otros (los más extendidos) que retroceden y se estancan.
Para muchos mexicanos, los que no leen periódicos ni forman parte de la comentocracia, los que carecen de influencia y no pintan en los medios de comunicación (es decir, la mayoría) la situación empeoró durante el sexenio. No necesariamente o no en todos los casos en materia económica, pero sí en inseguridad. El Estado mexicano retrocedió frente al crimen organizado y la ilegalidad se enseñoreó en amplios territorios dejando a los ciudadanos a merced de los poderes salvajes. No solo los narcos, ahora los guachicoleros o los extorsionadores de comercios y los asalta combis se han vuelto imparables. La corrupción se convirtió en metástasis y los gobernadores involucionaron en verdaderos sátrapas insaciables. Entidades y ayuntamientos endeudaron al fisco de manera irresponsable con cargo a las siguientes generaciones.
En suma, hay datos con los cuales los prisitas pueden pretender que la fachada de la casa que dejan sigue siendo presentable y que, incluso, hay paredes remozadas. Pero el subsuelo, las cañerías y los muros de carga están podridos y el deterioro amenaza con desencadenar una tragedia.
Y si cada quien habla de la feria según el ambiente con el que la vivió, la percepción de lo que viene sigue más o menos la misma lógica. Aquellos que siguen pensando que la fachada no es del todo mala, que con un aeropuerto flamante por aquí y un fiscal independiente por allá podría arreglarse, mirarán con indignación que el nuevo inquilino de Palacio llegue a tumbar muros y romper pisos. Para los que vivían en el sótano, en cambio, entre humedades, ratas y enfermedades, los cambios representan una esperanza de alivio.
En 2012 los priistas regresaron al poder convencidos de que eran mejores para gobernar. No comenzaron mal, pero la frivolidad y la corrupción desmedida sabotearon sus posibilidades mientras los demonios de siempre destruían al país de abajo, que se negaron a ver. Están en su última semana. No los vamos a extrañar. Creo, espero.
@jorgezepedap
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