Jorge Alberto Gudiño Hernández
03/11/2018 - 12:03 am
Febles asociaciones
Interesante se vuelve considerar que, cada tanto, con una frecuencia, al menos, similar a aquélla en la que nosotros repartimos culpas, somos depositarios de éstas a ojos de quienes también se sienten perjudicados por nuestra simple existencia, por un ademán a destiempo, por habernos convertido involuntariamente en un estorbo o por perturbar el ambiente con un sonido que nos parece natural.
Me ha ocurrido en muchas ocasiones y asumo que a la mayoría de nosotros. Uno maneja por la calle cuando un accidente, un operativo, un bache o un mero estorbo, hace que tres carriles se vuelvan uno. Para colmo, hay un semáforo frente a nosotros. Así que el flujo del tránsito se reduce a niveles exasperantes. Cuando, por fin, toca nuestro turno para pasar, otro coche, en el sentido opuesto, también brega por ganar ese espacio que le regalará unos cuantos metros. Desconocemos las razones que lo impulsan a tal arbitrariedad y perdemos el cruce, dado que el parpadeo ambarino ha sustituido a la esperanza verde. Consideramos por un momento en acelerar, pues contamos con la solidaridad del automóvil que iba atrás del impertinente. Sin embargo, éste avanza en cuanto el siga se pone para él. Entonces lo culpamos dado que no ha sido empático o, peor, porque él viene del mismo rumbo que el conductor arbitrario y decidimos depositar en él la culpa del otro, distribuirla para cada uno de aquéllos que va en una dirección diferente a la nuestra.
Esto también puede suceder cuando nos enojamos mucho con las personas de los call centers (trabajadores dispuestos a recibir casi cualquier afrenta verbal). Sobre todo, con aquéllos quienes son incapaces de ofrecernos la solución justa que esperamos. Asumimos, entonces, que nuestro problema o inconformidad descansa en la poca voluntad que tienen para ayudarnos. Los ejemplos se pueden multiplicar: la molestia inmensa que sentimos por el ruido provocado en la nueva construcción de la colonia, ese edificio inmenso, se traduce en un fuerte enojo con los albañiles; hasta somos capaces de convertir a un perro en culpable el día que ladra cuando aún dormimos. El caso es que repartimos culpas por doquier, muchas de ellas a partir de falsas asociaciones. O febles. Débiles argumentos son los que sustentan no nuestro enojo sino la dirección del mismo. Interesante se vuelve considerar que, cada tanto, con una frecuencia, al menos, similar a aquélla en la que nosotros repartimos culpas, somos depositarios de éstas a ojos de quienes también se sienten perjudicados por nuestra simple existencia, por un ademán a destiempo, por habernos convertido involuntariamente en un estorbo o por perturbar el ambiente con un sonido que nos parece natural. En todo caso, es más sencillo fabricar un culpable circunstancial que analizar la cadena de responsabilidades que cooperaron para nuestra molestia. Peor aún, cada que un acto ajeno nos inconforma, asumimos, también, que está cargado con una intencionalidad precisa que lastima nuestros intereses.
Así pues, nos manifestamos a gritos contra el del call center; con desprecio frente al maestro de obra; con ademanes inútiles hacia el conductor que hace rato no nos ve; con antipatía hacia el dueño del perro; y sumamos exabruptos por doquier. Lo peor de todo, es que no resolvemos nada y, si acaso, contribuimos a que la antipatía crezca en momentos tales en donde lo más necesario es ser empático. Tal vez no sean sólo febles las asociaciones sino nuestro comportamiento.
***
Este martes 6 de noviembre presentaré la nueva edición de mi novela Con amor, tu hija en la Brasserie Lipp de Polanco, dentro del hotel J. W. Marriot. Será a las 19:00. Estarán conmigo Alberto Lati y Maruan Soto Antaki. Ojalá puedan acompañarnos.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá