Jorge Alberto Gudiño Hernández
27/10/2018 - 12:03 am
De consultas y aeropuertos
No estoy seguro de que un proyecto de infraestructura como el del nuevo aeropuerto deba ser sometido a consulta pese a que esto ha funcionado en otros países. ¿Desde cuándo lo que funciona allá también funciona aquí y viceversa?
Desconfío de las certezas no esenciales, de aquéllas que son producto de un impulso o de un discurso ideológico. Desconfío de la seguridad con la que se afirman ciertas cosas, haciendo del futuro más un terreno del presagio que de la adivinanza. Desconfío de ciertas conclusiones rotundas que provienen de un análisis que no puede abarcar todos los frentes; como si la ciencia no nos hubiera enseñado ya que a una teoría se llega con décadas de trabajo y no con simples afirmaciones. Desconfío, también, de argumentos lapidarios, que no dan cabida a sus propias refutaciones, pues para sostenerlos basta más una ideología y un deseo que la lógica. Desconfío, pues, de los extremos, esas posturas radicales que tanto nos han hecho daño, erosionando nuestros propios bordes para hacernos imposible sumarnos a un proyecto ajeno; si algo queda, será un rompecabezas con huecos visibles y piezas de cartón puestas a la fuerza.
Prefiero, entonces, navegar en mi incertidumbre aunque se me acuse por no tomar postura.
No estoy seguro de que un proyecto de infraestructura como el del nuevo aeropuerto deba ser sometido a consulta pese a que esto ha funcionado en otros países. ¿Desde cuándo lo que funciona allá también funciona aquí y viceversa?
No estoy seguro de que un gobernante, por más mayoría que tenga, deba echar para atrás proyectos del Gobierno anterior, pues parte de asumir el cargo implica cargar con una responsabilidad previa a la que le compete. Si acaso, debería ocuparse de analizar, controlar y brindar garantías para que el aeropuerto en turno se haga de la mejor manera posible.
Me parece que la consulta estaba mal diseñada desde el principio. De entrada, porque la población consultada no tenía la información para emitir su voto. A estas alturas, al menos, a mí me sigue dando trabajo saber cuál es la mejor de las opciones. En segundo lugar, porque la consulta tenía problemas técnicos, de legitimidad, de operación y porque sus resultados no son vinculantes. En tercer lugar, porque las preguntas tenían un sesgo muy claro a favor de una de las opciones (recordemos el ejemplo frente a la legalización del aborto. No es lo mismo preguntar: “¿está de acuerdo con que se asesine a niños inocentes?” a “¿cree que deben defenderse los derechos de las mujeres?”, en ambos casos, el sesgo existe). En cuarto lugar, por muchos vicios relativos al resguardo de los votos y al proceso operativo de la propia consulta.
He leído argumentos a favor y en contra de los dos proyectos aeroportuarios. Confieso que, en el plano técnico, resultan mucho más convincentes los que apoyan al NAICM mientras que, en términos políticos e ideológicos, suenan un poco mejor los que apuntalan a Santa Lucía. De nuevo, no tengo forma de saber cuál es la casilla buena, a la hora de emitir el sufragio. Y sospecho que eso le sucede a la mayoría.
Al margen del resultado de la consulta; al margen de lo que se decida, o no, a partir de éste; al margen de que se termine el NAICM, de que se detenga, se posponga, se reestructure, se cancele, se inicie el proyecto de Santa Lucía, el alterno de Toluca o cualquier otra cosa; al margen, pues, de este ejercicio que, en realidad, no fue democrático, sino que sólo pretendió serlo, me da la impresión de que el Presidente electo terminará perdiendo algo. Ignoro si será credibilidad o, tan sólo, congruencia. Tan fácil que habría sido decir algo como que se han descubierto varios vicios en el proyecto actual y se hará lo necesario para revertirlos.
Pese a todo lo anterior, las cosas que supongo y las que percibo, soy incapaz de juzgar a nadie por el sentido de su voto, mucho menos a insultarlo. El verdadero ejercicio democrático descansa en la idea de que cada quien puede tener sus propias opiniones y si éstas, sean o no acertadas, se basan en la idea de una mejora colectiva, entonces serán bienvenidas. A fin de cuentas, lo que más conviene a todos es que las cosas salgan bien. Algo difícil de conseguir si, a partir de nuestras certezas, seguimos restándole valor al otro.
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