Rubén Martín
21/10/2018 - 12:00 am
“Tirar esa frontera”
El viernes mientras esperaban en el poblado fronterizo guatemalteco de Tucún Umán a ingresar a México, miles de hondureños esperaban un gesto solidario del gobierno mexicano para que les permitieran el ingreso ordenado, pero masivo, de toda la caravana migrante de hondureños que van en busca de una vida mejor a Estados Unidos.
El viernes mientras esperaban en el poblado fronterizo guatemalteco de Tucún Umán a ingresar a México, miles de hondureños esperaban un gesto solidario del gobierno mexicano para que les permitieran el ingreso ordenado, pero masivo, de toda la caravana migrante de hondureños que van en busca de una vida mejor a Estados Unidos.
Agrupados en la plaza principal de Tecún Umán, luego de escuchar la propuesta de las autoridades mexicanas de dejarlos entrar a cambio de que sus datos personales recabados por las autoridades migratorias mexicanas serían entregados a la migra de Estados Unidos, la caravana de hondureños acusaron de “traición” al gobierno de México, lo cuenta la periodista Ángeles Mariscal de Chiapas Paralelo. Fue ahí cuando los integrantes de la caravana acordaron “unir fuerzas y a tirar esa puta frontera”.
Los flujos migratorios de centroamericanos, como es bien sabido, no es un asunto nuevo. La migración de personas de zonas rurales o más empobrecidas hacia ciudades o zonas económicamente más prósperas es una vieja práctica de varios países de Centroamérica y de México, y del mundo.
Honduras se ha convertido hace años en un país expulsor de población por la situación social de pobreza, corrupción y violencia. Sin embargo, el flujo migratorio actual tiene tintes distintos. Para empezar su masividad. Por eso con razón el colega fotoperiodista mexicano, Héctor Guerrero, que está reporteando en esa zona desde hace días, precisa que más que una o varias caravanas, lo que hay en este momento en Honduras es un éxodo. Y ese éxodo se ha convertido en la crisis humanitaria más grande en muchos años en el sur de la frontera mexicana.
Pero en lugar de atenderlo y resolverlo dignamente, el gobierno de Enrique Peña Nieto decidió hacerle el trabajo sucio al presidente Donald Trump y al gobierno de Estados Unidos. Para Trump no hay una crisis migrante, ni una caravana de miles de miles de familias hondureñas necesitadas, sino una banda de criminales que quiere acechar su frontera. Claro, es la mentalidad del comandante de los xenófobos mundiales.
Con la contención y represión que hizo el gobierno de Peña Nieto el viernes pasado en el puente sobre el río Suchiate que conecta a Tucún Umán, con Ciudad Hidalgo, en Chiapas, se repite en la frontera sur el trato indigno que Estados Unidos ofrece en la frontera norte a los mexicanos que pretenden entrar al país del norte en busca de una vida mejor.
Más allá del caso hondureño, la que revela la caravana migrante es una crisis migratoria global provocada por la crisis social del capitalismo mundial.
Según la Organización de Naciones Unidas (ONU) hay cerca de 250 millones de migrantes por todo el mundo: de Siria, de Libia, de Senegal, venezolanos, centroamericanos, mexicanos… cientos de millones que se desplazan desde las zonas periféricas del capitalismo mundial hacia las zonas más opulentas.
Son desplazamientos que conllevan una cruzada difícil y peligrosa. Miles mueren al año al tratar de migrar. La Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas contabilizó 1,721 muertes el año pasado (95 en la frontera de México con Estados Unidos, y 1,091 en el Mediterráneo), y contabiliza 942 a la mitad de este año.
Si un padre de familia se arriesga a cruzar él solo o acompañado de la familia el Mediterráneo en balsas que corren el riesgo de naufragar, o cruzar desde Honduras hasta la frontera con Estados Unidos, eso revela la fuerte necesidad que existe en millones de personas para cambiar y transformar sus condiciones de vida. Pero a estas personas, quizá las más necesitadas de toda el planeta, los gobiernos y el capital los tratan como desechables, como ilegales, como criminales.
Los flujos de migrantes en diversas partes del mundo, que se convierten en verdaderos éxodos como el caso de los hondureños, nos pone en el espejo de unas de las contradicciones más simbólicas del capitalismo: la impudicia y desvergüenza del capital y de sus gobiernos que, por un lado, promueven el libre flujo de capitales por todos los confines del globo, y el trato cada vez más criminal que se da a los migrantes en todo el mundo.
Ante esta situación y ante la ola racista y xenófoba que ha desatado el caso de los hondureños de intentar entrar a México, muchos plantean abrir las fronteras, derribar los muros, para que las personas transiten libremente.
Como lo propuso el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena (CGI) en el pronunciamiento “Tumbemos el muro”: “El camino de nuestras hermanas y hermanos trae consigo la tragedia sistémica de nuestro mundo, el profundo daño que el capitalismo ha causado a nuestra madre tierra y con ella a todos los pueblos. El desplazamiento, el éxodo de cientos, miles, millones comenzó hace años y hoy se acuerpa y surge en forma de caravana de migrantes. Pero esto es apenas uno de los síntomas del colapso que en cada una de las lenguas en las que hablamos el Congreso Nacional Indígena, hemos venido denunciando, el colapso desde el que estamos llamando a la organización para resistir y rebelarnos. Lo que debe detenerse no es el andar de la humanidad, sino la invasión del gran capital, los caminos solo los podemos abrir con y entre todas y todos”.
Ante la postura de los gobiernos y del capital de cerrar las fronteras a los migrantes, debemos combatir e impedir que las políticas xenófobas se impongan en México. Los migrantes, hondureños o de donde sean, no son los que nos van a quitar el trabajo, a robar propiedades, a crear violencia y caos. Esto ya ocurre y no por los migrantes. Ocurre por las políticas radicales de libre comercio y favorables al capital privado.
Hay que cuestionar esta contradicción central del capitalismo, que permite el libre flujo del capital, pero levanta muros para las personas, hay que oponer una política de solidaridad con los flujos migratorios, y exigir que se abran las fronteras a todos los que quieran cruzarlas.
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