Jorge Alberto Gudiño Hernández
20/10/2018 - 12:00 am
Rescatar el ocio
Tengo un iPhone. No es el primero. Durante muchos años, desde que comencé a utilizar teléfonos inteligentes, me di cuenta de que paso mucho más tiempo utilizándolos fuera de las llamadas telefónicas que dentro de ellas. Sin embargo, con la actualización del sistema operativo de la plataforma que uso, la sospecha se volvió una certeza cruel y contundente. En el reporte de la semana pasada me informó el número de horas que pasé jugando, las que me distraje pasando el dedo a lo largo de la pantalla de las redes sociales y las utilizadas en lo que el propio sistema llama “productividad”.
Tengo un iPhone. No es el primero. Durante muchos años, desde que comencé a utilizar teléfonos inteligentes, me di cuenta de que paso mucho más tiempo utilizándolos fuera de las llamadas telefónicas que dentro de ellas. Sin embargo, con la actualización del sistema operativo de la plataforma que uso, la sospecha se volvió una certeza cruel y contundente. En el reporte de la semana pasada me informó el número de horas que pasé jugando, las que me distraje pasando el dedo a lo largo de la pantalla de las redes sociales y las utilizadas en lo que el propio sistema llama “productividad”.
Es deprimente. Si sumo el tiempo que consumí en las redes sociales a lo largo de una semana, bien podría haberlo invertido en leer un par de libros. El tiempo de juego fue menor pero, aun así, considerable. Así que bien podría acumular más lecturas. Además, el tiempo “productivo” consistió en leer periódicos y noticias que, en muchos de los casos, bien podrían ser repeticiones unas de otras. Otro libro que no leí.
Me pongo, pues, a hacer cuentas. No es cierto que, de no haber tenido un iPhone hubiera yo leído tres libros más la semana pasada (alguno leí, por cierto). Esto lo sé porque antes de tener ese tipo de teléfonos leía más pero no tanto. En realidad, la reducción de mis lecturas se ha debido más a mis hijos que al teléfono. Eso no anula el problema, por supuesto, pero me obliga a seguir dándole vueltas.
Es sencillo justificar por qué en esos periodos en los que pierdo el tiempo con mi teléfono no leo un libro: las más de las veces son momentos de tránsito entre una actividad y otra. Espero un par de minutos a tomar mi turno en la cafetería de la universidad, veo mi Twitter; hago fila para recoger a mis hijos en la escuela, veo Fb; llego temprano a una cita y juego un nivel; termino de escribir una columna o un capítulo de algo, me “premio” con varios minutos seguidos. Periodos, los anteriores, insuficientes para leer a profundidad. Y a mí me gusta sentarme con calma a leer los libros, sin que haya demasiadas posibilidades de interrupción. Así que, en términos generales, el tiempo que le he dedicado a mi teléfono celular no ha ido en detrimento del de lectura.
¿A quién se lo he robado, entonces? Básicamente a dos cosas. A la gente que me rodea y con quien convivo y eso lo lamento profundamente. Y a mi ocio. También lo lamento. No ahondaré con el asunto de los amigos y la familia pues es demasiado evidente y me ocuparé de resolverlo a la brevedad. Me ocupo, pues, de mi ocio. Estoy seguro de que muchos podrían pensar que no es grave. A fin de cuentas, no estaba haciendo nada. Y algo de razón tendrán. Sin embargo, en esos momentos en los que, antes de que empezara una clase, me acodaba en el barandal y me distraía con cualquier cosa, incluso aburriéndome, pensaba. El ocio es uno de mis espacios de mayor creatividad. Me resulta difícil pensar en la aparición de una gran idea en medio de la vorágine que me proporciona mi teléfono. Así que mi pérdida es grave.
Conozco a unos cuantos escritores funcionales, con familia, que no tienen teléfonos inteligentes. Cada vez los envidio más. Si bien no pretendo desprenderme de todas las funciones del mío, lo cierto es que tengo la intención de recuperar mi ocio. A fin de cuentas, es el sitio donde más fácil puedo encontrarme conmigo mismo. Ya les avisaré si lo consigo.
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