Esta obra, única por sus características y aspiraciones, desvela un sentido del idioma que hasta hace poco se mantuvo oculto: su aspecto femenino.
Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo).- En una época de grandes transformaciones en la que es necesario que los avances de género se asienten y permeen toda manifestación social y cultural, es indudable la exigencia de contar con un vocabulario que dé cuenta de este escenario en el que se desarrollan las sociedades actuales.
Así, mediante la búsqueda de lo que esconden los vocablos, a veces desde la orilla de la denuncia y lo pocas veces expresado, Martha Robles se da a la inmensa tarea de registrar significados actuales, dando luz nueva a la palabra que nombra e indaga a la mujer y su universo.
«Este Vocabulario de la vida femenina ha buscado a la mujer y lo femenino en los senderos del lenguaje, en los placeres, en las costumbres, en la enfermedad, entre expresiones coloquiales en reductos de la miseria, en las presiones padecidas por las agitadas relaciones sociales, amorosas y de trabajo o en la soledad de las viudas, en el dolor de la abandonada, en la mordida del hambre».
Fragmento de Vocabulario de la vida femenina, de Martha Robles, con autorización de Ediciones B
Introducción
Éste es, ante todo, un libro de consulta, de respuesta a preguntas y dudas acumuladas a lo largo de años y reflexión sobre el mundo cambiante, sorpresivo, doloroso y fascinante que nos ha tocado en suerte. Se trata de un vocabulario argumentado sobre las bases de problemas y situaciones sociales y no de un diccionario, por una causa: los términos incluidos sitúan a la mujer en el eje de conflictos, expresiones, dramas y realidades globales o regionales que, en conjunto, conforman significados y significantes del universo femenino en la época convulsa en la que vivimos.
En ocasiones, una sola palabra deslumbra, cuestiona, confunde o estremece porque su vigencia, el tono con que se emplea y la intención depositada en quien la dice incita al lector a recorrer los vericuetos culturales que se ocultan detrás del lenguaje. Sin embargo, es el conjunto lo que define la naturaleza de la obra sin más pretensión que mostrar cómo y hasta qué honduras la mitad de la población mundial, subyugada y menospreciada durante milenios se ha transformado en décadas hasta cobrar conciencia de su propia valía y, en especial, de la distancia entre el lugar que le corresponde y el que ocupa en el mundo.
Tras siglos de una pasmosa inmovilidad, teñida de conformismo y ensombrecida por el silencio, la rebelión de las mujeres en pos de equidad sería imparable y tan beneficiosa que las reivindicaciones feministas de varias generaciones se han fusionado a los derechos humanos y a las estructuras democráticas en países avanzados que, por desgracia, no representan a las mayorías. En las sociedades más pobres, en desarrollo o dominadas por poderes y preceptos religiosos, los avances de género son lentos, escasos y accidentados. Se aceptan y se asimilan a cuentagotas y están aún tan lejos de la justicia que no se puede decir que la equidad de género sea una de las conquistas globales del siglo XXI.
Si algo puede corroborarse en esta obra es que nada en el planeta camina a los mismos ritmos ni en conformidad con los logros de la humanidad. Menos aún la justicia, cuya balanza oscila de manera tan arbitraria en lo que se refiere a niños y mujeres como ilógico e infrahumano es el reparto de la riqueza. Globales son las exigencias económicas y sus consecuencias nefastas, nunca los privilegios. Globales son los dramas femeninos, la insuficiencia de soluciones, los abusos, los prejuicios o la exclusión de las mujeres de múltiples ámbitos de la vida humana reservados a los hombres. Así que estamos lejos de afirmar que nuestro planeta y nuestro tiempo hayan atinado, por fin, con formas de ser y de vivir dignas de la condición racional y del saber de las generaciones.
Voces, adjetivos, sustantivos, situaciones familiares, sexualidad, efectos del medio, peculiaridades genéricas y circunstanciales: este Vocabulario de la vida femenina ha buscado a la mujer y lo femenino en los senderos del lenguaje, en los placeres, en las costumbres, en la enfermedad, entre expresiones coloquiales en reductos de la miseria, en las presiones padecidas por las agitadas relaciones sociales, amorosas y de trabajo o en la soledad de las viudas, en el dolor de la abandonada, en la mordida del hambre. Si bien el Diccionario de la Real Academia Española fue por necesidad punto de partida en la comprensión de los términos, pronto corroboré que el carácter mismo de la obra confirmaba la certeza de Alfonso Reyes de que “todo lo sabemos entre todos”, a condición de que ese saber resulte oportuno, claro y consecuente con el orden de quien lo piensa y lo requiere.
Sólo siguiendo la huella de la mujer en lo público y lo privado era posible descifrar el carácter de nuestro tiempo. Es cierto que lo femenino no puede sustraerse del todo humano ni es posible hacer apartados genéricos ni lingüísticos como si de dividir la vida se tratara, pero deslindar lo fundamental de lo secundario, al menos en las palabras, ofrece la invaluable ocasión de mirar, asociar, interpretar y aun poner el dedo en la llaga que no cierra, en un padecimiento que no acaba, en una injusticia que no encuentra armonía ni el justo medio en términos razonables.
No es glosario ni enciclopedia, pero el amplio espectro que abarca la mujer contemporánea conforma, por sí mismo, un lenguaje propio.
Ésta es la mejor demostración de que nos encontramos inmersos en una verdadera revolución que sabemos dónde y cómo comenzó, pero todos ignoramos el rumbo que va tomando la vorágine respecto de la conducta del hombre, de la mujer y la pareja en sí, así como de la familia o de cualquier forma de asociación antes regida por la discriminación y los prejuicios de género.
El siglo XXI avanza como un inmenso embudo que recoge contradicciones y conquistas sin precedentes y deja salir síntesis imprecisas, y logros desiguales. No hay suficientes datos para vislumbrar una proyección del porvenir optimista en un mundo habitado por mayoría de pobres en límites de miseria que no dejan de tener en la mujer el eje reproductor de sus desgracias.
Siempre útil, la organización de un alfabeto de significados y versiones interpretativas es la clave en la ruta de aclaraciones aquí expuestas. Tras definirlo en cada entrada, se verá que, cuando es pertinente, el término se fortalece por el uso y su interpretación. En todo caso, cada vocablo en este Vocabulario representa una primera versión: lo demás corresponde al ojo y al juicio del lector, al vocabulario personal de cada individuo que piensa su circunstancia, ejerce la crítica y se pregunta el porqué de las cosas.
Abandonada. Dejada a su suerte. Familia desasida, sea por el Estado, por ambos padres o por uno de ellos. Según cada cultura, dejar a la mujer o madre de familia sin cubrir los deberes contraídos: económico, psicológico, solidario, social, político, espiritual y profesional. La abandonada es el eje reproductor de la miseria y virtual abandonadora que deja al garete a su prole. // Abandonar: usanza común e impune en Hispanoamérica y el Caribe, con modalidades: 1) el “pisa y corre”, que vulnera socialmente a los abandonados, 2) el divorcio temprano, acompañado de la irresponsabilidad compartida, 3) la deslealtad, que se potencia con actitudes inamistosas. El abandono se extrema por enfermedad, edad, adulterio, por “echarse a la bartola” o porque el abandonador se marcha sin compromisos, sin dejar pensión alimenticia ni ahorros. Peor si la víctima no puede procurarse seguridad. Para quienes carecen de ingresos propios, el abandono desciende a miseria. Peor si el marido decide “vivir su vida” con una joven que lo convierte en padre/abuelo. A las desamparadas, además, les aguarda el rebote discriminatorio de la menopausia. Entonces se duplica la humillación. Deprimida, sin opciones y marginada, la abandonada desciende en sus niveles de vida. Las culturas atrasadas o cerradas la fustigan. La realidad ilustra los contrapuntos del abandono: mientras que de él puede decirse que es un hombre atractivo, interesante, exitoso, guapo…, la feminidad se vuelve invisible.
Respecto de jefas de familia abandonadas, sólo en México se registran más de doce millones de hogares de “padre ausente”. Este fenómeno, en el siglo xxi, exhibe el desamparo femenino, aunque ella, por ignorancia o dejadez, suele ser cómplice de la desobligación masculina. Resignada a su suerte, envejece la abandonada asolada por el complejo de inferioridad y falta de autoestima en un Estado también desobligado.
Abandono del cuerpo. Descuido, dejadez. Contra la exageración de “mantenerse jóvenes”, destacan las que, por depresión o apatía, dejan de cuidarse a sí mismas y a los demás. Extremos peligrosos, uno y otro provienen de situaciones neuróticas.
Ablación (véase clitoridectomia). Mutilación parcial o total de los genitales femeninos. Ancestral costumbre practicada a niñas como parte de las creencias islámicas y ritos tribales, en algunas regiones de Medio Oriente y gran parte de África. Práctica asimilada, cultivada y transmitida especial pero no exclusivamente por musulmanes tradicionales. La ablación forma parte del estrecho sistema de valores e interpretaciones fijas respecto del matrimonio, la fidelidad femenina, la belleza o el prejuicio de la enfermedad. Sus defensores valoran el corte o sequedad de clítoris como garantía de fidelidad femenina porque, mutilada de sus labios genitales mayores o menores, ellas ya no podrán disfrutar el coito. En el norte de África, donde 95% de las mujeres mutiladas vive con dolores e impedida de satisfacción sexual, aun en casos en que el clítoris se les ha “secado” con detergentes, sal o ácidos, hay clanes que reconocen una estética peculiar en el contoneo de la infibulada al andar. De nada sirve penalizarlas porque, de tan arraigadas, estas vejaciones no se creen agresivas ni abominables, sino convenientes, apegadas a sus cosmogonías y necesarias para cumplir sabe dios cuáles fantasías populares, incluidas las femeninas. Este salvaje corte total o parcial del clítoris y los labios genitales mayores y menores, brutal aun en los casos en que se hace “sin quitar mucho”, ilustra los alcances de la opresión femenina en medios tradicionales. La ablación de las niñas es realizada indistintamente por un barbero, una matrona o las propias mujeres de la familia o del pueblo. La intervención médica o sanitaria es tan inusual en la castración como en el uso de medicamentos para reducir el dolor, evitar hemorragias y combatir infecciones, con frecuencia letales, causadas por una obvia falta de asepsia. Los instrumentos suelen ser desde navajas afiladas hasta las mismas herramientas con que se esteriliza al ganado o se arregla un par de sandalias; es decir, cualquier fierro cortante, navaja o cuchillo sirve para extirpar fundamentalmente el clítoris: “un resto indeseable de la personalidad masculina que ha de ser eliminado del cuerpo femenino”. Creen que, de no extirparlo, se convierte en un “dardo” que con sólo tocarlo puede causar la muerte del marido o, en su defecto, mutar a la larga en pene. Es difícil en nuestros días convencer a los seguidores de estos usos vejatorios sobre los riesgos, sufrimientos e inconveniencias fisiológicas de la mutilación femenina porque, aunque la propia madre haya sido víctima de este rito y padezca las consecuencias de manera vitalicia, quienes lo ejercen y lo exigen están convencidos de que son mayores los beneficios que los problemas que provoca, empezando por el rechazo de su gente.
Esencialmente tribal, la costumbre de extirpar parte o la totalidad de los genitales femeninos tiene su origen en un antiguo rito de iniciación. Se realiza de manera forzada a niñas originarias o vinculadas culturalmente a países africanos como Egipto, Sudán, Senegal, Somalia, Nigeria, Mali, Gambia y otros, 28 en total. Aunque popular entre musulmanes, no se puede atribuir al mandato islámico porque el Corán no sólo no toca el tema de manera directa, sino que minorías no musulmanas como aministas, judías y coptas cristianas también la ejercen. Algo ha servido la indignación mundial ante tal brutalidad que provoca partos de alto riesgo, infecciones constantes, sufrimiento vitalicio, coitos dolorosos y otras patologías físicas, psicológicas y culturales constantemente denunciadas por defensores de los derechos humanos, médicos, víctimas y feministas. Sin embargo y no obstante condenar esta y cualquier mutilación, no se ha podido evitar ni entre inmigrantes avecindados en Europa. Tanto numerosas ong como la Organización Mundial de la Salud (oms) intervienen con campañas sanitarias y educativas en pueblos involucrados en esta práctica para prohibirla y sancionarla en nombre de la dignidad de niñas y mujeres.
Ablactación. Supresión de la lactancia, destete. En países desarrollados es común destetar al bebé antes de los seis meses de edad. No así donde el hambre impera. En comunidades indígenas no es extraño observar que niños que hablan, caminan y corren continúan siendo amamantados por sus madres. Las fuertes campañas publicitarias a favor de la lactancia han logrado que más mujeres, incluidas las profesionistas, se sumen a la conveniencia de destetar a los niños pasado el primer año de edad.
Aborción. Aborto, acción y efecto de abortar.
Aborto. Malograr o interrumpir el embarazo, sea por causas naturales o de manera inducida. El aborto espontáneo ocurre de manera involuntaria, cuando el útero expulsa el producto por causas orgánicas u hormonales. El inducido se provoca empleando algún recurso diseñado para ese propósito, de preferencia quirúrgico.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que, a partir del cambio de siglo, se registran global y anualmente unos 46 millones de embarazos no deseados que terminan en abortos inducidos; de ellos, 20 millones o más se practican en condiciones de riesgo y dejan lesiones de graves consecuencias. Supuestamente y tomando en cuenta que éste es uno de los temas con más margen de error en las estadísticas porque la mayoría de las que abortan no lo hacen en hospitales ni con el requerido rigor sanitario, más de 13% de las muertes relacionadas con el embarazo —quizá 67 mil por año (considerando que no hay control sobre las prácticas clandestinas, que son abrumadoramente mayoritarias)— se pueden atribuir a complicaciones causadas por abortos realizados en condiciones de riesgo. En casi todas las democracias modernas abortar es electivo y legal o está despenalizado cuando se trata de salvar la vida de la mujer; en más de tres quintas partes de los países se permite practicarlo para preservar la salud física y mental de la mujer; y en un aproximado 40% por casos de violación, incesto o deficiencia fetal. Sobre los avances logrados al respecto, la acción de los detractores continúa siendo un freno y un yugo importante no sólo para evitarlo y condenar a quienes buscan concluir su embarazo indeseado, sino para impedir que hombres y mujeres reciban educación sexual y estén enterados de cuestiones relacionadas con la fecundidad y los métodos anticonceptivos. Lejos de disminuir, las cifras de abortos voluntarios en situación de riesgo aumentan de manera peligrosa en sociedades subdesarrolladas, en las que el problema de salud materno-infantil es peor por las condiciones de precariedad y los encandalosos índices de embarazos de adolescentes, en auge en pleno siglo XXI.
En paralelo a las batallas feministas para reinvindicar sus derechos se fortalece una activa, permanente y agresiva campaña antiaborto liderada por grupos religiosos y organizaciones ultraconservadoras. Al margen de creencias y posturas ideológicas, el problema de los embarazos tempranos y no deseados es en extremo grave. Millones de mujeres de cualquier edad y condición social, con hijos previos o sin ellos, casadas o en soltería, abortan con o sin licencia civil o religiosa y por encima de riesgos implícitos. También es una realidad que muchos gobiernos se oponen a legislar al respecto, y concretamente a despenalizar el aborto, para evitar enfrentamientos políticos y presiones eclesiales. Tal irresponsabilidad no ha hecho más que empeorar las cifras de mortalidad femenina y complicar las consecuencias sanitarias provocadas por abortos efectuados en condiciones insalubres, por manos inexpertas y de forma clandestina. No por ignorarlo, repudiarlo o hacer la vista gorda el problema disminuye o se subsana. Cuanto más se involucran y participan las autoridades en la organización de una infraestructura sanitaria, jurídica y educativa, menores son las consecuencias que han hecho de éste —el embarazo indeseado— uno de los dramas femeninos más frecuentados y gravosos en todas las culturas.
En su guía sobre el Aborto sin riesgos, la OMS declara que es la segunda experiencia obstétrica más común en el mundo y la menos vigilada, especialmente donde más se requiere: en comunidades pobres. Allí, donde además de sufrir carencias, maltrato y discriminación, las mujeres deben agregar el yugo de proles numerosas o, en su defecto, el acoso y la persecución relacionados con el lucrativo y arriesgado negocio del aborto clandestino. Abortar se considera seguro cuando se realiza por personal calificado en establecimientos de salud adecuados. Sin embargo, la frecuente ausencia o falta de acceso a tales servicios —seguros y legales— causa la muerte evitable de miles de mujeres vulnerables.
Por el reconocimiento internacional a la OMS, citamos datos publicados en la guía Aborto sin riesgos. Con respecto a los métodos de aspiración endouterina y de aborto con medicamentos, los cuales se ofrecen durante el primer trimestre del embarazo, se puede afirmar que son seguros, eficaces y adecuados para el primer nivel de atención y deben estar disponibles en los centros de atención con mayor capacidad y en muchos establecimientos clínicos del sector privado o público.
MÉTODOS DE ABORTO UTILIZADOS DURANTE EL PRIMER TRIMESTRE DEL EMBARAZO
En el legrado uterino instrumental (lui) se vacía el útero raspándolo con curetas (instrumental metálico). Otros términos para el lui son: dilatación y curetaje y aborto quirúrgico. El legrado uterino instrumental se efectúa usando dilatadores mecánicos para abrir el cuello uterino y curetas de metal para raspar las paredes uterinas. Por lo general, este procedimiento requiere sedación intensa y anestesia general y, debido a un mayor riesgo de complicaciones, debe efectuarse sólo cuando no sea posible practicar la aspiración endouterina o el aborto con medicamentos.
En la aspiración endouterina se extrae el contenido del útero aplicando succión a través de una cánula que se introduce en el orificio cervical hacia la cavidad del útero. Otros términos para la aspiración endouterina son: aborto por succión, curetaje por vacío, curetaje por succión, regulación menstrual (rm) y minisucción. Según la oms, la aspiración endouterina se suele practicar hasta las 12 o 15 semanas de gestación, según el instrumental disponible y las habilidades y capacitación del prestador de servicios de salud. La aspiración endouterina puede subdividirse en dos tipos:
Aspiración eléctrica endouterina. Utiliza la succión de una bomba eléctrica. Las cánulas empleadas pueden ser de plástico o de metal.
Aspiración manual endouterina (AMEU). Utiliza un aspirador no eléctrico. La mayoría de los instrumentos empleados para efectuarla son aspiradores portátiles. Con los aspiradores de AMEU se utilizan cánulas de plástico, que varían de rígidas a muy flexibles. Ambos procedimientos son seguros y eficaces. En un estudio reciente se confirmó que no existe ninguna diferencia significativa en la tasa de complicaciones entre estos dos métodos.
El aborto con medicamentos se practica hasta las nueve semanas de embarazo y, bajo protocolos de evolución, en embarazos con una edad gestacional de varias semanas más. Consiste en la administración de agentes farmacéuticos para propiciar la expulsión del producto uterino. Para el aborto con medicamentos entre otros términos figuran: aborto médico, píldora abortiva, RU486, aborto farmacológico y aborto farmacéutico. Con mayor frecuencia en este procedimiento el esquema utilizado consiste en el uso de la mifepristona y el misoprostol. En algunos lugares se utilizan el gemeprost, el metotrexate o el misoprostol sin combinar. Tanto la mifepristona como el misoprostol se emplean cada vez más para una variedad de indicaciones en ginecología y obstetricia.
MÉTODOS EMPLEADOS DESPUÉS DEL PRIMER TRIMESTRE
Existen varias alternativas para abortar después de las 12 semanas de gestación. Los dos métodos más frecuentados son la dilatación y la evacuación y el aborto inducido con medicamentos. La OMS señala que ambos son adecuados para interrumpir embarazos con una edad gestacional de más de 12 semanas.
La dilatación y evacuación es un procedimiento de aborto en el cual se dilata el cuello uterino y se vacía o extrae el contenido del útero usando una combinación de succión e instrumentos. El aborto por medio de este procedimiento es un método muy seguro y eficaz cuando es practicado por profesionales de la salud capacitados y con experiencia. La dilatación y evacuación es una técnica apropiada para el segundo trimestre y se utiliza en la mayor parte de las interrupciones de embarazos con una edad gestacional de más de 12 semanas en Estados Unidos.
El aborto inducido con medicamentos después de las primeras 12 semanas de gestación es un proceso en el que se administra uno o más medicamentos para provocar contracciones del útero, similares a las de un aborto espontáneo en las etapas finales del embarazo, que causan la expulsión del producto. El aborto con medicamentos después de 12 semanas también es conocido como aborto inducido con medicamentos. Los regímenes apropiados varían según la edad gestacional y los agentes empleados. Los protocolos para el aborto con medicamentos utilizados en la práctica del aborto durante el primer trimestre no son apropiados para estas gestaciones más avanzadas. Existen varios medicamentos que pueden usarse para inducir el aborto después de 12 semanas. Por lo general, entre éstos figuran uno o más de los siguientes: misoprostol, mifepristona y gemeprost. Los medicamentos utilizados para inducir el aborto después de 12 semanas comúnmente se administran por vía oral o vaginal, aunque es posible administrarlos por otras vías. Por lo general, se requieren múltiples dosis.
En África, donde se concentran las cifras más altas de VIH/SIDA y además las mujeres están expuestas a la malaria, el aborto clandestino es uno de los reductos más desesperados de estas infortunadas víctimas de la miseria. A pesar de las epidemias existentes en la región, por sobre millones de niños que nacen con sida y de las complicaciones que se acarrean en los embarazos, el aborto no sólo está proscrito, sino que ni siquiera existen alternativas anticonceptivas tan elementales y eficaces como el condón. Latinoamericanas, asiáticas, haitianas y millones de residentes en el brutal universo de la pobreza, además de enfrentar obstáculos sanitarios serios, tampoco tienen apoyos institucionales para regular su fecundidad, por lo que al problema de la violencia social e intrafamiliar tienen que añadir las consecuencias del sexo forzado o no deseado y la violencia ensañada contra las adolescentes, quienes tampoco tienen acceso a contraceptivos de emergencia. De ahí la importante intervención de la ONU y de organizaciones no gubernamentales para reducir los efectos de estos problemas de salud pública que atañen a la situación de la mujer en el mundo. Aborto seguro: guía técnica y de políticas para los sistemas de salud sería por consiguiente una de las orientaciones más valiosas de la ONU para que los sistemas de salud organizados conozcan las alternativas de un aborto considerado seguro, toda vez que el tema del inseguro está ya entre las prioridades de los derechos humanos y de la injusticia social por representar un factor de riesgo de muerte y lesiones maternas importantes en los países en desarrollo.
No sólo es permitir, sino garantizar que todas las mujeres en cualquier parte del mundo accedan a los servicios integrales de salud y educación sexual y reproductiva voluntarios, sin importar clase social, raza, orientación sexual, religión ni lugar de residencia. Así lo establece el Programa de Acción de El Cairo para 2015: un deber moral inaplazable para todos los gobiernos actuales. Tener acceso a los servicios legales relacionados con el aborto seguro es indispensable e inaplazable, democrático y civilizado, para contrarrestar prácticas tan atroces y salvajes como la desesperada introducción de botellas, escobas y objetos punzocortantes al útero para provocar el aborto; sustituir brebajes abortivos o la intervención insalubre de matronas y personas desautorizadas con procedimientos y personal autorizados sería uno de los mayores logros de la globalización en nuestro siglo XXI. La primera condición ética es la dignidad. En el caso de las mujeres, y de las mujeres en situaciones miserables, la dignidad es lo más mancillado por la humillación a la que se las somete en todos los órdenes de la vida: desde la atroz ablación, su función reproductiva y su constante exposición al sexo y al embarazo indeseados hasta la dureza de su sobrevivencia.
Para el Dalái Lama, la fuente de todos los problemas es, más que el dinero, la superpoblación, por lo que hay que difundir y potenciar el control de la natalidad. “Ya es hora de romper con los tabúes religiosos —dijo— incluidas algunas tendencias budistas.” Y, agregó:
Cada individuo es una posibilidad de prodigios. Y el aborto es un acto violento que rechazamos. Pero si miramos las cosas con cierta distancia, si intentamos hacer un punto de vista general, cosa nada fácil, entonces vemos simplemente que somos demasiado numerosos para este planeta y que mañana esta sobrecarga se agravará. Ya no es una cuestión de moral, ya no es una cuestión de fascinación beata ante la compleja belleza del espíritu humano, es una cuestión de pura supervivencia. Así que si queremos defender la vida, en concreto los miles de millones de preciosas vidas que en este momento se apretujan en el planeta, si queremos ofrecerles un poco más de prosperidad, justicia y felicidad, tenemos que prohibirnos crecer en número.
Jean-Claude Carrière, en entrevista con su santidad en La fuerza del budismo, el Dalái Lama, escribió que todas las mujeres deberíamos lamentarnos de que su voz no haya podido ser oída en la Conferencia de El Cairo, en septiembre de 1994, porque no se le invitó. “En esa cita que el Dalái Lama consideró muy importante’ volvieron a manifestarse los criterios más fundamentalistas: negativa a ver el mundo tal como es, imposición a la mujer del silencio y la sumisión, apología de la fidelidad y la abstinencia, es decir, de la ausencia de amor.”
Abrazo. Acción de abrazar o abrazarse, ceñir o estrechar a otro entre los brazos en señal de cariño. Rodear con los brazos quizá con el deseo inconsciente de unirse o fundirse en un solo ser, de reducir el espacio que separa a dos que se aman. Envolverse, abrigarse, contenerse como quien condensa un paréntesis y amplía el poder reparador del silencio. Todo se manifiesta al juntar los cuerpos: confianza, ternura, afinidad, simpatía y afirmación comprensiva. Unir dos cuerpos y juntar soledades consagra el instante. Estrecharse es un don que se da recibiendo a la par que dando. Desvirtuar el propósito de este impulso por borrar el vacío entre dos presencias supuestamente entregadas a la apertura del corazón rompe el círculo mágico de la simpatía verdadera. Los desamorados se abrazan poco y se abrazan mal.
Abstinencia sexual. Abstenerse de actividad sexual. Privación parcial o total involuntaria por causa física o patógena y voluntaria por cuestiones religiosas, ánimo de sacrificio o un padecimiento neurótico por varias causas: homosexualidad reprimida, regresiones patógenas, miedo al sexo, angustia de castración, impotencia, insuficiencia de la libido; por motivos morales vinculados a la represión, votos religiosos, amor al sacrificio, etc. // En otra acepción, síndrome de abstinencia es el padecido durante el tratamiento curativo de alguna adicción, principalmente a las drogas.
Abuela, o. En relación con una persona, el padre o la madre de su madre o de su padre. // Estación vital que más transformaciones interpretativas, prácticas, emocionales e intelectuales presenta. Por causas hormonales, la abuela ha concluido su etapa de fecundidad reproductiva. “Envejecimiento” y “abuelo” han dejado de ser sinónimos necesarios. Por prejuicio y asociación con la menopausia y el envejecimiento, la sociedad, velada o abiertamente, trata a las abuelas como ciudadanas de tercera.
Con las maternidades tardías también se ha modificado la edad inaugural de las abuelas e, incluso, la desaparición de esta función. En especial las hijas de los baby boomers que han renunciado a la maternidad ya han modificado la composición de las familias y de la sociedad. Correlativa a la franja femenina, integrada por mayoría de profesionistas y económicamente independientes que elige no reproducirse, existe la de mujeres mayores que no solamente no serán abuelas, sino que por la mejora de la calidad y las perspectivas de vida ya son parte del envejecimiento de la población, con los agravantes sociocultares de este fenómeno.
De abuelas a abuelas, la realidad pluricultural abarca desde las cuidadoras tradicionales que intervienen en la formación afectiva y moral de los nietos hasta el ejemplo más recio de madurez femenina, cuyo tránsito a la vejez no representa un trauma por indefensión, incapacidad, improductividad ni falta de autonomía. Entre ambos extremos, la imaginación literaria ha superado a la realidad tipificando situaciones y personajes que no corresponden a la versatilidad imperante de nuestro tiempo. Vale citar que, así como el pensamiento mágico ha hecho de las hadas la personificación del bien entronizado en la juventud y en la belleza ideal, el ficcionario popular ha creado sus estereotipos de abuela: la buena, la mala, la fea, la envidiosa, la inválida y desdentada, la torpe que no para de cometer errores… La abuela/abuela, en una de sus versiones imaginarias más socorridas, es la gordita de gafas, cabellos blancos recogidos en moño, chal y pantuflas para soportar el reumatismo o los juanetes.
Emblemática de los relatos infantiles, la “abuelita” de Caperucita Roja es una pobre anciana confinada, inútil y enferma. Senil y quejumbrosa, dependiente de los demás, carente de voz propia, de sabiduría y aptitud para sobrevivir y valerse por sí misma. Si acaso, sirve para cocinar y desempeñar mínimos servicios domésticos, aunque ya no tenga una clara razón para sentirse útil para los demás. Es tan buena, quizá llorona e incapaz de enfrentar y resolver problemas que extrema su indefensión ante la presencia del lobo; es decir, puede abatirla y ser devorada por cualquier artimaña furtiva. Una desamparada a expensas del rescate accidental del cazador. Un símbolo del amor en estado de enfermedad y, como las brujas, también relacionada con la sombra de la muerte.
La diversa y múltiple figura de la abuela, por tanto, es un espejo preciso de la desigual composición de las sociedades, interna y externamente. Tal pluralidad expresiva de lo femenino se tiende como arco en tensión entre la sombra senil y doblegada por el trabajo doméstico y abnegado, la enfermedad y el peso del sufrimiento agregado a décadas de maltrato, carencias y abandono, y la ágil mujer citadina que devenga un salario, ejerce libertades y derechos y está en aptitud de disfrutar los beneficios del retiro en estado de salud. No obstante las diferencias de clase, de educación y de niveles de conciencia respecto de su situación en el mundo, entre ambos extremos, equivalentes a los de la riqueza y pobreza, se perfila la naturaleza de una misma cultura afectada por el fenómeno del machismo y su connatural menosprecio a lo femenino. En este universo, “la abuela” convencional es de hecho una suerte de madre sustituta: vientre complementario de los hijos de sus hijos, con sus ventajas y agravantes. Y no se diga respecto de la marginalidad, en la que madre e hija van pariendo a la par, de manera simultánea. Tras el susto, la indignación y la furia desatada y no exenta de golpizas ante la noticia de que alguna adolescente ha sido preñada y abandonada, la abuela asume su ancestral condición de madre y amplía sus atribuciones en una familia cada vez más extensa, más diversa y expuesta a multiplicar la miseria. Ésta es una de las verdades eje del desamparo social de las latinoamericanas y de la pobreza en general.
La economía global, entre otros dramas, ha violentado la presencia vital de las abuelas con el fenómeno migratorio. La dispersión familiar se agrava al ritmo del desempleo y del desamparo femenino por lo que, en medio de una descomposición visible de la sociedad, niños y abuelos sufren la peor parte.
Martha Robles (Guadalajara, 1948) es licenciada con mención honorífica en Sociología por la UNAM, con especialización en Desarrollo Social Urbano en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya, Países Bajos. Cursó la maestría en Letras Hispánicas (UNAM) y se desempeñó como investigadora en el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas en dicha institución. Es autora de ensayos, novelas, cuentos y prosa poética. Sus intereses principales radican en la interpretación de mitos, especialmente griegos y de temática femenina, que subyacen como vasos comunicantes entre los numerosos títulos que integran su obra. Actualmente se dedica de lleno a la escritura.