Hace 17 años que a Selene González Fisher le detectaron diabetes mellitus tipo 2. Hoy vive principalmente bajo el cuidado de un tío de su esposo, casi siempre en casa, yendo dos veces por semana al hospital. Perdió la vista y también es hemodializada.
La historia de Selene es la cuarta entrega de una serie de siete testimonios sobre la diabetes y las complicaciones físicas, emocionales, económicas y sociales que acarrea, publicada semanalmente por SinEmbargo. Las entrevistas fueron recogidas por la organización El Poder del Consumidor (EPC) para el proyecto “Voces de la diabetes: el drama de una epidemia nacional”.
San José Del Cabo, Baja California Sur, 29 de septiembre (SinEmbargo/El Poder del Consumidor).- «Me dio diabetes a los 28 años. Hace un año perdí mi vista. Tengo cinco meses que me están dando hemodiálisis«, cuenta Selene González Fisher, cuya vida cambió cuando le detectaron la enfermedad no transmisible por la que el Gobierno de México emitió una alerta epidemiológica en noviembre de 2016.
La mujer de 45 años de edad vive en San José Del Cabo, Baja California Sur, con su esposo, sus dos hijos y Ezequiel, «Cheque», tío de su esposo, quien cuida de ella. «Cheque» se encarga de hacer desayuno, cena y comida para toda la familia, además de las tareas del hogar. Selene pasa horas sentada o haciendo ejercicio en su bicicleta fija. Dos veces a la semana acude al hospital hemodializarse.
Los trayectos al hospital duran unas seis horas: tres de ida y tres de vuelta. Es difícil y cansado para todos. Selene pasa cuatro horas en el procedimiento y esos días su marido no duerme, aun así trabaja de forma normal. No hay de otra. No hay opción porque el dinero es escaso.
A finales del año pasado, un nefrólogo particular fue quien le informó que sus riñones ya sólo trabajaban al 13 por ciento de su capacidad.
«En diciembre ya me dieron la noticia que tenía que hacerme las hemodiálisis y ahora sí que ahí se nos fue el aguinaldo de mi esposo, se fue todo el gasto en mis hemodiálisis y pues no hubo Navidad en esta casa. Me sentí muy, muy, muy mal. Me puse a llorar como niña con el doctor y mi mamá», narra.
Su hijo mayor cursa la preparatoria por las mañanas y por las tardes labora en una tienda de reparación de teléfonos celulares para costear la escuela: tiene claro que sus padres apenas pueden cubrir los gastos para la atención de la enfermedad.
Su hijo más pequeño tiene 11 años, va en primero de secundaria y disfruta pasar tiempo frente a la televisión y el móvil, tiene problemas de exceso de peso pero Selene poco puede hacer, piensa que hasta cierto punto ha perdido autoridad en casa, pues «Cheque» está al frente del hogar y toma decisiones en el tema de la alimentación.
«Yo le digo a mi esposo: ‘soy una inútil, no sirvo para nada’. Él y yo nos ponemos a platicar eso y él me da mucho aliento, me dice: ‘no, tú échale pa’ delante’; me dice ‘no te agüites’», cuenta .
Pero ella teme que a su hijo menor un día le dé diabetes. No quiere que él pase por lo mismo que ella hoy sufre: «Está muy chiquito como para que le dé diabetes infantil, principalmente».
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el peso corporal excesivo y la falta de actividad física son factores de riesgo para desencadenar precisamente diabetes mellitus tipo 2.
De acuerdo con información de la Federación Internacional de Diabetes (IDF, por sus siglas en inglés), alrededor del mundo más de 415 millones de personas viven con diabetes y se estima que para el año 2040 la cifra se disparará hasta alcanzar los 642 millones.
En México, 1 de cada 10 personas (9.4 por ciento) tienen diagnóstico de la enfermedad, lo que le ha valido al país ocupar el sexto lugar a nivel global en el número de pacientes que principalmente se encuentran en el rango de edad entre 40 y 59 años. Cada 6 segundos una persona muere a consecuencia del padecimiento.
Selene cree que enfermó por llevar una «mala alimentación» y por consumir refrescos. Ahora sólo bebe agua natural y su plato se llena de verduras. El golpe más fuerte que le propició la diabetes fue el no poder ver. De vez en cuando toca a sus hijos, dice que el mayor ha cambiado mucho desde que dejó de mirarlo, el pequeño le prometió avisarle cuando le comience a salir bigote. Lamenta perderse ver el desarrollo de los hombres que llevó en su vientre, crió y educó.
El territorio nacional se disputa con su vecino del norte –Estados Unidos– el primer lugar en consumo per cápita de refrescos y otras bebidas edulcoradas con azúcar y jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF) que estudios científicos han asociado con la aparición de diabetes mellitus tipo 2, además de hipertensión, obesidad, síndrome metabólico, enfermedad isquémica del corazón y enfermedad renal.
Es por ello que en países, entre ellos el gobernado por Donald Trump, cuentan con un etiquetado que permite a los consumidores saber qué cantidad de JMAF contienen los productos de su preferencia. Sin embargo, en México el etiquetado que actualmente opera fue diseñado por las autoridades de la mano de las grandes industrias, por lo que es poco claro, han denunciado organizaciones de la sociedad civil como El Poder del Consumidor (EPC).
Lo que más le ha dolido a Selene es la pérdida de su vista: «Es pesado no poder ver. Con que viera, me doy bien servida, que Dios me diera la vista…», anhela.