Bancarrota: ¿financiera o moral?

¿Por qué había dicho AMLO que México estaba en “bancarrota”? Foto: Cuartoscuro

+ El país, bajo odios y enconos

+ Corazoncitos mamones

 

El lunes pasado, las luces de alerta se encendieron desde el Banco de México hasta Wall Street: el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, había declarado en “bancarrota” a México. Sí, como en 1982. O en 1994.

De inmediato, el Banxico desmintió lo dicho por AMLO. Los empresarios también lo negaron. Aún más: ninguno de sus operadores financieros – ni Carlos Urzúa, próximo secretario de Hacienda, ni Graciela Márquez, quién ocupará la cartera de Economía-, respaldaron públicamente que el país estuviera en “bancarrota”, como lo advertía el próximo Presidente. La pregunta surgió, entonces, inevitable:

¿Por qué había dicho AMLO que México estaba en “bancarrota”?

Preocupa, y mucho, este tipo de declaraciones planteadas por AMLO al calor del discurso. Una cosa es tener alguna pifia verbal o un error discursivo, y otra cosa, muy diferente, es declarar a un país en “bancarrota”. Gravísimo. Eso no es un desliz. Ni de lejos. Y eso lo debe atajar López Obrador o su equipo a la brevedad.

“No hay crisis política. No tenemos una crisis financiera”, había dicho AMLO hace apenas unos días, el 5 de septiembre, en Monterrey. Vale.

“El país está atravesando por una crisis económica y social muy difícil; posiblemente por la situación en bancarrota en que se encuentra, no podamos cumplir todo lo que se está demandando”, corrigió el domingo pasado en Nayarit.

Entonces, ¿a cuál AMLO le debemos de creer: al de Monterrey o al de Nayarit?

Más nos valdría creerle al de Monterrey.

No queremos más 1982 o 1994.

Aunque, sí: es fin de sexenio y no sabemos en realidad cómo dejan las arcas los que se van, ni cómo manejarán a la economía los que llegan.

“A finales de cada sexenio y al arranque del nuevo, más vale no adquirir créditos ni hacer inversiones fuertes. Hay que esperar a que se acomoden las cosas”, recomiendan algunos expertos financieros.

Y el fin de sexenio cada vez está más cerca.

*****

         Preocupa el bandazo financiero de AMLO, pero mucho más preocupan las reyertas entre los poderes políticos, que se han metido en una arena de pelea de gallos con las navajas bien afiladas y los picos dirigidos a la yugular.

La Reforma Educativa que desinflará el nuevo gobierno erige triunfadores a la CNTE y a quienes se oponen a ella, y derrota – hasta ahora-, a los que exigen mayores y mejores evaluaciones para los profesores. “Ni una coma quedará de la reforma”, advierte un empoderado Mario Delgado, trepado en la aplanadora morenista en la Cámara de Diputados. Los ánimos se crispan y las antorchas se prenden para quemar una de las reformas-emblemas del peñismo. La gran pregunta es: ¿qué sustituirá a esa reforma?

Las redes se encienden porque AMLO le dice “corazoncitos” a algunas reporteras. ¡Misógino!, le gritan voces con tufo feminazi que se retuercen por una chabacanada, pero que callan cuando la “izquierdista” Rosario Robles permitió el desvío de cientos de millones de pesos desde el gobierno federal, delito más que documentado. ¡Sonrían, corazoncitos!

Peña Nieto no sabe dibujar corazoncitos con la mano. ¡Uy, qué grave! Las redes lo ridiculizan y lo vuelven tendencia en TW, mientras algunas voces lo convierten en mofa, sin reparar en el asunto de fondo: bancarrota o no, deja al país con la deuda más alta de su historia, gasto publicitario y de imagen como nunca lo habíamos pagado, hundido en una violencia imparable y con la corrupción como modus operandi de su sexenio. Bancarrota o no, nuestro mediocre crecimiento sexenal será apenas del 2%. Un gobierno fallido el de éste señor Peña. ¡Tomen su corazoncito!

Senadores vs moneros. Morenistas vs prianistas. Vencedores vs derrotados. Se insultan. Se escupen. Se condenan. ¡Ya supérenlo!

Valiente rasero moral: quemar las naves en tikis-mikis y en boberías, mientras el país se desangra.

*****

         Bancarrota o no bancarrota, el país ha entrado a una espiral de ataques políticos, personales, clasistas y hasta de odio, que llevan a una pelea fútil que solamente abona a la descomposición moral que de manera indiscutible estamos presenciando. Los ganadores no se ponen de acuerdo entre sí, provocando confusión. Los perdedores nada más no superan el triunfo de AMLO y muestran los colmillos y las garras. Los cuchillos se han desenfundado. Únicamente esperamos quién clava la primera puñalada.

Entre corazoncitos mamones nos la hemos llevado.

¡Una pena!

TW @_martinmoreno

                  FB Martin Moreno

6 Responses to “Bancarrota: ¿financiera o moral?”

  1. Miguel Ramírez dice:

    El término “bancarrota”, generalmente se refiere al aspecto económico. Para entender algunos asuntos es recomendable bajarlos de nivel. En lugar de referirnos a un país, hagámoslo a una persona. Tomemos el caso de alguien que debe al banco casi la mitad de sus ingresos y que para poder pagarle se sigue endeudando.Posiblemente todavía no se encuentre en bancarrota, pero está muy cerca. Así que lo que declaró AMLO recientemente está próximo a presentarse.

  2. Luis Ramirez dice:

    El pais esta hipotecado, eso si es cierto, en quiebra no, pero las dificultades para los asalariados y los marginados son una realidad de todos los dias, para los financieros no hay crisis, sus ganancias lo muestran, igual para los grandes empresarios, vaso medio lleno o medio vacio

  3. Luis Ramirez dice:

    No leo mi comentario

  4. Paco Tilla dice:

    Don Martin, buen columna, y si quizas el termino “bancarrota” haya sido politicamente incorrecto, pero como llamarle a un pais que esta sumido entre la desesperanza y la desesperación, un pais sumido en la violencia y la inseguridad, abrumado por la pobreza rural y citadina, empleos con sueldos miserables, campesinos muriendose de hambre, como se le puede llamara entonces a este pais??

  5. armando ibarra hernandez dice:

    No se hagan pendejos, no existe la bancarrota moral. Instrúyanse. Hola, soy Ibarra, Chao.

  6. Jolopo=echeverria=trump=amlo dice:

    La cabeza de Andrés Manuel López Obrador siempre ha operado con una visión táctica de mediano plazo, que responde a sus intereses personales y funciona como un mecanismo de reacción para protegerse. Así lo hizo cuando era jefe de Gobierno en la Ciudad de México, donde mientras públicamente descartaba tener ambiciones políticas mayores, construía su candidatura presidencial. En tres campañas electorales habló sistemáticamente de la mafia del poder para crear condiciones a su protesta postelectoral, en caso de perder la elección. El domingo pasado repitió la receta en Tepic, y el martes la reiteró: México está en crisis y bancarrota. ¿Qué sucedió? ¿Por qué se situó en las antípodas de lo que afirmó dos semanas antes? Una conjetura razonable es que ya sabe que el dinero que creía estaba escondido en el Presupuesto, simplemente no existe.

    La realidad alcanzó a López Obrador. Gerardo Esquivel, futuro subsecretario de Egresos, lo anticipó días antes. Ni mediante la reorientación del Presupuesto o recortes a gastos de operación y administración, se podrán cumplir a plenitud los programas sociales con los que López Obrador quería iniciar su administración. Se equivocaron en sus cálculos o los prejuicios y lugares comunes en sus cabezas los empujaron por un sendero falso. Entendiendo la personalidad de López Obrador, ese diagnóstico le debe haber calentado la cabeza.

    López Obrador nunca admite equivocaciones. Busca en terceros la justificación de sus errores y omisiones. Está atrapado entre la necesidad de mantener la política económica sobre la misma base de los gobiernos neoliberales que fustiga, déficit fiscal cero y control del gasto, sin gastar más de lo que ingresa ni recurrir al endeudamiento. Por lo que dice públicamente, entiende hoy que no puede hacer otra cosa para mantener la estabilidad y construir a partir de lo que le deje el gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero si regresa al voluntarismo social que lo llevó a ganar la elección y opta por acciones populares y populistas, cumplirá con la profecía autorrealizable: las crisis económicas de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, también serán suyas.

    Cuando asuma la presidencia el primero de diciembre, llegará con una curva de aprendizaje. Sabrá que sus arranques tienen costo. Haber hablado de bancarrota nacional provocó que importantes inversionistas que estaban programando citas con su equipo, las congelaran ante la incertidumbre que provocaron sus palabras. En un arranque impulsado por la frustración, perdió la oportunidad de amarrar inyecciones millonarias para el arranque de su administración. La bolsa de dinero en el Presupuesto, que pensaba era el botín de gobiernos corruptos, no existía. Su equipo revisó todas las cifras que le entregó la Secretaría de Hacienda y descubrieron con incredulidad que los recursos disponibles para el gobierno son limitados.

    En los desvíos de dinero, gastos superfluos y mala administración, que creía que era lo que provocaba que las cosas no funcionaran como debían, también estaba equivocado. La combinación de prejuicios con ignorancia cobró su cuota en el equipo del presidente electo. El ejemplo de Octavio Romero Oropeza, a quien le dará la dirección de Pemex, es el mejor. Incondicional de López Obrador, dijo que querían elevar la producción de petróleo en 600 mil barriles diarios para el próximo año. Le explicaron que eso era imposible, porque la falta de inversión en Pemex hacía irrealizable, literalmente, alcanzar esa meta.

    Entonces, dijo el equipo de López Obrador inyecten 175 mil millones de pesos a Pemex para sus inversiones, pero les recordaron que el modelo fiscal de la empresa hacía que el dinero se le entregue a Hacienda. Quieren cambiarlo, cambien la ley. O cada peso para Pemex hay que quitarlo a las finanzas públicas, y a ver cómo mantienen funcionando el gobierno. Entonces, pidió Romero Oropeza, hay que licitar en diciembre para una refinería en Dos Bocas, Tabasco, deseo de López Obrador. Imposible. ¿Cómo licitar lo que no saben qué licitar?

    Las licitaciones no son de generación espontánea. Le explicaron al futuro director de Pemex que si se apuraban a preparar la licitación, podría salir en otoño de 2019. ¿Cómo es posible –expresaba extrañado–, si en la India, que tomaron como ejemplo, construyeron una en tres años? Estaban mal informados. Los estudios técnicos duraron seis años antes de la licitación, y pasaron otros siete para que finalmente operara. Es decir, 13 años después de comenzar el proceso.

    Gobernar es más complejo de lo que suponían, pero el coraje de López Obrador con la realidad le debe enseñar que va a tener costos adicionales si no se serena. A los mercados no les gusta lo que están viendo en él. Para un hombre que sólo ve hacia dentro, pensar en un mundo globalizado debe ser muy complicado. Pero su equipo que entiende de ello y es razonable, lo está conduciendo. No puede tomar decisiones irresponsables en materia económica y financiera, porque el futuro de su gobierno y de México depende de temas como la calificación de la deuda, atada a la disciplina fiscal.

    Muchos pueden no entenderlo, pero él empieza a comprender. Cambiar el nuevo aeropuerto de Texcoco a cualquier otro lado, repercutirá en la confianza de los acreedores y los inversionistas. Cometer locuras en Pemex pensando que beneficia a las mayorías, más. La calificación de Pemex está en el punto más bajo de lo positivo, y cualquier alteración podría quitársela. Si eso sucede, las consecuencias negativas comenzarán por el inevitable contagio a las finanzas públicas y la crisis empezaría. Por supuesto que no lo quiere López Obrador. Entonces, que tenga ahora sus exabruptos pero que aprenda rápido y termine de descubrir que el mundo que soñaba no existe. Bienvenido a 2018.

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