Rubén Martín
16/09/2018 - 12:02 am
Movimiento estudiantil: contra la guerra y las desapariciones
Cada vez que los supuestos analistas políticos o columnistas se preguntan quién tiene interés en crear un conflicto político en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y otras de la Ciudad de México y el país, se ignora o subestima la capacidad de acción y de decisión un estudiante y de los universitarios.
Nadie se imaginaba apenas hace dos semanas, que el 50 aniversario del movimiento estudiantil-popular de 1968 iba a ser recordado no sólo con marchas y actos conmemorativos, sino con un viviente movimiento universitario en respuesta a la violencia porril y la antidemocracia estatal y universitaria.
Muchos se esmeran en interpretar por qué surge ahora el movimiento, sospechando que hay una “mano que mece la cuna” y preguntando por qué surge esta masiva movilización estudiantil justo ahora que se está a punto de un relevo del poder nacional en el marco de una “transición de terciopelo”.
Con estas preguntas, estos analistas políticos e interpretadores, se centran en las reyertas palaciegas y juegos de la clase política y se olvidan que abajo hay agravios suficientes de los universitarios y de los estudiantes para crear y producir, otra vez como en el pasado, un movimiento social que cuestiona el orden dominante y que se atreve a soñar un mundo distinto.
Cada vez que los supuestos analistas políticos o columnistas se preguntan quién tiene interés en crear un conflicto político en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y otras de la Ciudad de México y el país, se ignora o subestima la capacidad de acción y de decisión un estudiante y de los universitarios. Como si no hubiera agravios suficientes contra los jóvenes y universitarios, como si no enfrentaran cotidianamente una realidad marcada por la exclusión, la desigualdad y la violencia.
Qué mejor tributo a la generación que movilizó a este país hace 50 años, que cuestionó al régimen autoritario posrevolucionario, aquellos cientos de miles que probaron la dulce libertad en sus vidas al revolucionarse participando en el movimiento del 68, que estar ahora mismo movilizados, debatiendo y discutiendo los problemas que los aquejan e imaginando un futuro mejor que el que se les ofrece desde arriba.
Qué mejor manera de recordar el movimiento de hace medio siglo que replicando la marcha del silencio del 13 de septiembre, volviendo a caminar por las mismas calles y avenidas con el mismo silencio que grita todas las inconformidades.
El movimiento estudiantil de hace 50 años tuvo eco y resonancia fuera de las universidades porque supieron captar el contexto político en el que vivían. Al exigir diálogo público, y la libertad de todos los presos políticos, y al decidir marchar al Zócalo sin pedir permiso (como se exigía entonces), entendieron que era necesario no sólo movilizarse por las demandas estudiantiles, sino también por las demandas exigidas por la mayoría de la sociedad. Por eso se movilizaron contra el autoritarismo y la antidemocracia imperante.
50 años después, el movimiento estudiantil nacional también ha entendido el contexto político que le ha tocado vivir. Además de incluir en sus pliegos petitorios asuntos que atañen a sus escuelas o universidades, se ha ido generalizando la demanda de poner fin a la inseguridad y la violencia que afecta a todos los universitarios, especialmente a las mujeres.
Es significativo y muy importante que el movimiento de mujeres estudiantes y universitarias contra el acoso y la violencia de género se incluya como una de las exigencias centrales de los pliegos petitorios de cada escuela y del pliego petitorio general. Junto con la lucha contra el acoso sexual en las escuelas, la violencia contra las mujeres y las violaciones y feminicidios, el movimiento estudiantil-universitario responde a unas de las caras más ominosas que el capitalismo necropolítico despliega en México: la violencia de género.
Junto al reclamo de parar la violencia de género, en los pliegos petitorios, lemas, consignas y pintas del movimiento, es decir, en su narrativa y construcción de sentido, también está presente la demanda de poner fin a las desapariciones.
No fue casual que en la marcha del pasado 13 de septiembre, el silencio se rompiera justo en el anti-monumento por los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos para hacer el ya clásico pase de lista del 1 al 43. No es casual que haya mantas, pintas y carteles que exigen fin a las desapariciones y la presentación con vida de los ausentes: “Vivos los llevaron, vivos los queremos” es una demanda que está presente en el actual movimiento estudiantil.
Pero para que esta consigna por los desaparecidos no quede en mera enunciación, en mero recordatorio, y para que se traduzca en una postura política que se vincule con el movimiento de familiares que tienen hijos ausentes, cada universidad de este país debería reclamar a sus desaparecidos.
Cada universidad debería tener el recuento de cuantos estudiantes, trabajadores y maestros faltan en sus aulas y planteles, y al igual que hacen las familias, deberían de recordarlos cada día, exigirle al Estado su presentación cada día, y buscarlos cada día.
Si se tomara esta decisión en cada universidad que cuenta con algún desaparecido, de inmediato se fortalecería el movimiento de madres-padres-esposas y hermanos que luchan por sus miembros ausentes. Al fortalecer la lucha por los desaparecidos, vinculados a las familias organizadas que los buscan, se fortalecería la lucha contra la guerra, es decir, contra el capitalismo necropolítico que ha sembrado la barbarie y mantiene en una devastación inimaginable a la sociedad mexicana. Hagamos que cada universidad, como hace cada familia, busque a sus desaparecidos.
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