En la novela El inquisidor, el autor busca a todos los inquisidores que nosotros llevamos dentro. No se trata de proclamar la libertad desde la letra, sino hacerlo carne cuando cuestiona los propios valores. Entender el pasado es saber exactamente dónde está el presente. Editó Planeta.
Ciudad de México, 15 de septiembre (SinEmbargo).- Escribir una novela histórica tiene sus riesgos y maneras. Así lo entiende el autor mexicano Héctor Zagal (1966) que para esta temporada edita por Planeta la novela El inquisidor.
La historia transcurre durante el virreinato, en 1780, en donde los habitantes de la ciudad están aterrorizados.
Hay una red de crímenes, pecados y mentiras donde cuatro jóvenes de las familias más prominentes del virreinato se verán atrapados.
“Como una sombra implacable, el inquisidor mayor de la Nueva España será el encargado de hacer cumplir la ley de Dios y del Santo Oficio, sin detener su feroz devoción ante nada ni nadie”, dice la sinopsis, en un trabajo donde el pasado se acerca tanto a lo vivido en el presente.
“Los cuerpos de los condenados arderán dentro de unas horas, iluminando el cielo de México. El Santo Oficio ha organizado un fastuoso auto de fe en la capital de la Nueva España. Hoy habrá fuego y chillidos para entretenimiento del pueblo y gloria eterna de Dios”: la novela en su carne y en sus llamas.
–¿Esta novela habla del pasado y del presente, verdad?
–Es cierto. Como toda novela, cuando hablamos del pasado, estamos también hablando del presente. Nos descubrimos en la ciudad de México, en el desierto de Nuevo México, en Campeche. El inquisidor, me gusta decirlo a mí, es una novela de ficción histórica. Digo de ficción porque los personajes no son reales, pero es histórica porque la urdimbre sí lo es, las ideas, el entorno, el escenario, son del pasado. ¿Por qué escribir una novela sobre La Inquisición? A veces nos acercamos como cosas que están totalmente en el pasado, que están superados este tipo de tribunales. Sin embargo ahora mismo hay países donde no hay libertad religiosa, como Arabia Saudita, o que la homosexualidad es un delito o donde no hay una separación de la iglesia del Estado.
–Sí, el tema de la desigualdad en Occidente es otra cosa…
–En efecto, cuando escribo una historia que data del virreinato del siglo XVIII, a veces uno cae en la tentación de escribir una novela nostálgica, colonialista, como si todo aquello fuera un mundo fantástico. El virreinato fue impresionante, pero me centro mucho en la ciudad de México y en los permanentes contrastes. Estas iglesias opulentas, estos palacios que impresionaban a los visitantes extranjeros, se contraponían con una miseria espantosa. Había esclavos, había castas que estaban legalmente segregadas, había muchos de los hombres más ricos del mundo viviendo en la Nueva España. Esto se dice fácil, pero grandes riquezas del mundo vivían aquí. El inquisidor no es una novela costumbrista, sino un viaje al pasado que cuenta la historia de unos personajes que empiezan a cuestionar sus propias creencias.
–Usted habla de los jesuitas, un poco distinto a como habla la iglesia oficial
–Esto es correcto. En el siglo XVIII los jesuitas van a terminar siendo suprimidos, pero ellos representaban a la avanzada de la iglesia. No eran progresistas, como nosotros ahora lo entenderíamos, pero sí eran personas que se habían atraído a leer a filósofos, a Descartes, algunos de ellos habían sido muy audaces en sus planteamientos sociales. Habían hablado del magnicidio, estudiado la posibilidad de matar a un gobernante cuando este hacía un daño grave al reino. Hay por supuesto una tensión. El inquisidor representa este viejo régimen y los jesuitas la modernidad, la posibilidad de replantear algunos puntos. Hay como dos modos de modernidad. Por un lado podríamos decir la influencia francesa, la masonería y el otro la modernidad jesuita. La iglesia no pudo o no quiso aceptar a los jesuitas. La iglesia terminó siendo arrinconada por esta otra modernidad.
–¿Qué otras cosas pasaban en el siglo XVIII?
–A finales hay una gran revolución económica y eso produce mucha riqueza. La riqueza se va por los cielos. Es una riqueza que empobrece a la población. Lo cual es paradójico. No hay una distinción entre lo público y lo privado. Los tribunales tenían derecho de meterse en la cama de la gente. La primera libertad conseguida es la libertad de religión y tardará mucho los temas de la libertad sexual. En el fondo todos tenemos un inquisidor dentro, siempre hay que estar dispuesto a someter a las propias convicciones a todo derecho, a toda revolución.
–¿El inquisidor tiene una carga moral?
–Me parece que interpela. No es una novela que quiera enseñar algo, como tal, pero que interpela. Por lo pronto muestra las angustias interiores de un hombre culto como el inquisidor. Sobre todo ver que nosotros podríamos ser estos inquisidores. Por otro lado, me da risa cuando vienen a contarnos de Disney las historias de piratas, cuando las historias del Caribe ocurrieron en Campeche y en Veracruz. Creo que hay muchas historias que conocer en este país, en ocasiones estamos tan volcados hacia el exterior, que no sabemos que aquí están. Creo que vivimos hacia el exterior, pero también hay que volcarse al interior. Estas novelas históricas son un desafío para conocernos. Desde el siglo XVIII nos estamos modernizando y hemos fracasado. No hemos logrado la modernización política y se han ahondado la marginación social.
–¿La historia se puede seguir contando?
–Yo escribo ficción histórica. Tengo una novela que se llama La ciudad de los secretos, con intrigas políticas, habla de la ciudad de México. Tengo una novela sobre Maximiliano de Habsburgo, que ahora es una obra de teatro en el Castillo de Chapultepec. Tengo un interés sobre esta ficción documentada, me gusta porque interpela, porque nos permiten entender el mundo de hoy. Esto es donde pasó y cuándo pasó, dicen las novelas de ficción histórica.