«Los propietarios de las granjas deciden usar sistemas intensivos en los que la dignidad y el bienestar de los animales no son una prioridad; las firmas comercializadoras invierten sumas enormes en publicidad para hacernos creer que necesitamos de sus productos para sobrevivir; y los consumidores deciden con su dinero las marcas que se mantienen en el mercado», escribe Blanka Alfaro de Mercy For Animals México.
Ciudad de México, 9 de septiembre (SinEmbargo).- Cada año, con la llegada de septiembre y después de que el bullicio de las celebraciones nos deja tiempo para reflexionar, las mismas discusiones aparecen: que si vale la pena derrochar dinero en festejos superfluos, que si las decisiones en materia económica garantizan nuestra independencia, que si la corrupción afecta la libertad de los ciudadanos para decidir su destino, etc. Y al mes siguiente, la relevancia de estos temas desaparece.
Quiero aprovechar el espíritu septembrino para hablar del imperativo ético con la libertad y el bienestar de cientos de miles de animales que hoy están confinados en granjas industriales. En México, casi 1 mil 900 millones de aves están hacinadas en instalaciones en las que no pueden comportarse naturalmente. Aquellas explotadas para obtener carne, son obligadas a crecer tanto y en tan poco tiempo, que su cuerpo termina por ceder ante su propio peso. Y aquellas usadas por la industria del huevo están confinadas en jaulas de alambre en las que ni siquiera pueden extender las alas, ni mucho menos caminar, anidar, posarse para descansar o tomar baños de polvo. Además, casi 17 millones de cerdos están reducidos al confinamiento en jaulas de gestación o en sucios cobertizos en los que terminan por exhibir conductas estereotipadas debido al estrés generado por estar privados de la libertad. Lo mismo sucede con más de 22 millones de vacas, ovejas, cabras y conejos.
¿Quiénes deciden que estos animales padezcan una vida miserable en las granjas industriales? ¿Los propietarios de estas instalaciones? ¿Las compañías que empacan y comercializan sus productos? ¿Los consumidores que los compran? La respuesta es todos. Los propietarios de las granjas deciden usar sistemas intensivos en los que la dignidad y el bienestar de los animales no son una prioridad; las firmas comercializadoras invierten sumas enormes en publicidad para hacernos creer que necesitamos de sus productos para sobrevivir; y los consumidores deciden con su dinero las marcas que se mantienen en el mercado.
Este ciclo, sin embargo, no tiene por qué continuar indefinidamente. En este mes, en el que recordamos a todas las personas que hicieron posible que México se convirtiera en un país libre del yugo español, los invito a reflexionar sobre lo que cada uno de nosotros puede hacer para librar del sufrimiento a miles de millones de animales. A diferencia de las vicisitudes de los próceres de la independencia, nuestra contribución a la libertad y el bienestar de millones de animales no requiere que pongamos nuestra propia vida en peligro. Lo único que debemos hacer es reconocer que ninguno de estos animales pidió venir al mundo para ser reducido a la esclavitud, torturado, asesinado y convertido en nuestro alimento. Ninguno de ellos, ante la posibilidad de decidir entre estar confinado y vivir en libertad, escogería lo primero. Y todos nosotros podemos participar activamente del movimiento a su favor. Lo único que debemos hacer es no patrocinar este ciclo de sufrimiento innecesario y dejar a los animales fuera de nuestro plato.