Escribe, dibuja y le gusta el metal. Hace novelas policiales y es uno de los tipos más queridos de la literatura mexicana. En esta entrevista como semblanza habla de sus herramientas y de sus admiraciones. Para leer.
Por Roberto Feregrino
Ciudad de México, 1 de septiembre (SinEmbargo).- El escritor mexicano Bernardo Fernández (CDMX, 1972), conocido en el medio artístico como Bef es un escritor multifacético que lo mismo dibuja un cómic que escribe un cuento para niños, ¿qué se lo podría impedir? Nada y eso es porque el mundo en el que nos movemos en la actualidad nos da las posibilidades (y herramientas) para expresar nuestras búsquedas, nuestras respuestas, nuestros gustos, nuestras oscuridades, de un montón de maneras: dibujo y escritura es su caso.
En la conversación, Bef nos da un panorama más amplio sobre su trabajo y dice con quién se identifica al escribir. Esto qes el resultado de una charla muy amena en un café de la colonia Álamos, con quien sin duda se ha convertido en una de las voces más escuchadas en México: una pluma que dibuja palabras y escribe rostros.
–¿Qué recuerdo tienes de tu abuelo?
–Mi abuelo fue el último de los fundadores del Esto que murió y contaba que en aquel México de los ’40 se juntaban en el café Tupinamba, en Bolívar, entre Uruguay y Venustiano Carranza, era el legendario café de los toreros. Decía que estaban un día discutiendo cómo se iba a llamar el periódico deportivo, entonces alguien dijo “a ver, ¿cómo le vamos a poner a esto?” y otro le contestó: “pues Esto”; así fue el origen del nombre del periódico. Mi abuelo durante cincuenta años cubrió la fuente taurina, un mundo que poco a poco ha ido desapareciendo.
–¿Cómo empezaste como narrador?
–Desde niño. La manera de tenerme quieto era con un cuaderno de dibujo, tendría yo cuatro o cinco años, entonces un día mi mamá cruzó una hoja con dos líneas y me dijo “vamos a hacer un cómic”, en ese momento tuve una epifanía, porque una cosa tan sencilla convertía la página en un universo. Luego me acuerdo que nuestro paseo de los domingos terminaba siempre en el puesto de periódicos y comprábamos (mi hermano y yo) un cómic que nos duraba hasta el fin de semana siguiente. Comencé a escribir porque hacía guiones para otros dibujantes en los ’90, pero como no los pagaban me puse a dibujar con palabras. Más tarde escribí cuentos de ciencia ficción, aunque no es un género muy reconocido en México y luego novela policíaca. En esta última corrí con la fortuna de haber ganado el concurso de “Una vuelta de tuerca” organizada por Planeta en la primera edición, con Tiempo de alacranes.
–¿Piensas en cine al escribir?
–Soy más de cómics, aunque con Tiempo de alacranes me decían que parecía una película de Tarantino y yo les contestaba, “no, es un cómic de Frank Miller”, que en aquel momento no era muy conocido y después se volvió famoso con la película Sin City (2005). El cine y el cómic van hermanados. Lo que me interesa es el asunto “multifocal”, creo que eso está en todos mis libros, eso me permite ver la historia desde muchos ángulos.
–¿Cómo es un día de escritura de Bef?
–Normalmente me levanto a las 7, ayudo a mi esposa a preparar a mis hijas para que se vayan a la guardería, luego salgo a correr al parque. Ya regreso como a las 10 y me pongo a dibujar mientras hay luz de día, comienzo a escribir cuando se pone el sol. El problema conmigo es que soy muy distraído, me gustaría ser más disciplinado, pero no lo soy; siempre fui escritor nocturno, durante años comenzaba a trabajar a las 23 y me dormía a las 2, descubrí que es pésimo para la salud, desvelarte te da propensión a la diabetes, a la hipertensión a la arterosclerosis, entonces ya lo dejé porque es muy poco saludable. Actualmente leo mucho menos de lo que leía antes, pero siempre cargo un libro y un cuaderno de dibujo.
–¿En qué proyecto estás actualmente?
–Regresé a la pintura. Lo que estoy haciendo es pintar unos cuadros en formato grande que surgió porque me invitaron a participar en la exposición de Rius en el Estanquillo. Eso me llevó a hacer un cuadro de formato medio y luego surgió la idea de hacer retratos de los dibujantes de cómics que me han influido, estoy preparando una exposición para principios del 2019. Ya tengo el de Rius (México, 1934-2017), ahorita estoy acabando el de Osamu Tezuka (Japón, 1928-198) que fue el padre del manga y de Astroboy; la idea es completar 10 cuadros, ya me faltan 8 y medio.
–¿Tienes un romance con la ciencia ficción?
–Sí, total. Pero es una amante cruel, en este momento es como esta mujer con la que tuve un romance apasionado y que de repente me dejó. La verdad es que tengo la intención de hacer una novela gráfica de ciencia ficción. Acabo de terminar una novela testimonial sobre el autismo, el siguiente paso es el reencuentro con el romance, ya tengo las notas.
–¿De qué tradición vienes?
La literatura mexicana, hasta hace muy poco, estaba de espaldas a los jóvenes, salvo el caso de José Agustín (México, 1944) y Gustavo Sainz (México, 1940-2015) que eran jóvenes escribiendo sobre su vida; es decir, es una literatura que no se preocupaba por los jóvenes. Es un fenómeno que prácticamente lo desencadena Francisco Hinojosa (CDMX, 1954) hace 25 años. Hay una generación que comienza a reconocer su deuda con Stephen King (Maine, 1947), lo cual antes estaba muy mal visto y más los cómics; es decir, eran la basura de la basura, ahora eso se está reivindicando, mi formación viene desde ahí. Amo a Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928-1983), aunque pienso que si viera todo lo que hago me detestaría, porque hago todo lo que a él no le gustaba. Los relámpagos de agosto es mi novela favorita, porque acaba con la novela de la Revolución. En 1987 cuando tenía 15 años, no había un solo libro de literatura mexicana que apelara a alguien de mi edad, salvo Paco Ignacio Taibo II (España, 1949), que no escribía para jóvenes, sino que era muy ameno, ahora creo que su gran atino fue que pensaba en sus lectores. Otro gran escritor era Luis Spota (CDMX, 1925-1985), maravilloso y está olvidado, era un autor potentísimo; no lo querían porque era exitoso, se tiraban ediciones de 5000 ejemplares y se agotaban en dos meses, una cosa impresionante; hoy, el autor más vendido de literatura en México no hace eso.
–¿Perteneces a una generación?
–Cronológicamente a la de los ’70, pero no hago nada parecido a lo que hace Julián Herbert (Acapulco, 1971), tengo un poco más de cercanía con Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972), Alberto Chimal (Toluca, 1970), con Karen Chacek (CDMX, 1972). Como antecedentes está Hugo Hiriart (CDMX, 1942) que tenía coqueteos con la literatura fantástica en La destrucción de todas las cosas —una novela apocalíptica—.
–¿Alguna anécdota curiosa que te haya pasado fuera de México?
–Hace tiempo había una librería de viejo en San Diego, en Hillcrest, que ya cerró, pero tenía un cuarto al fondo con un letrero que decía: “Este cuarto sólo tiene la novela policíaca y la ciencia ficción, la literatura está en otro lado” y me parecía maravilloso, lamentablemente nunca le tomé fotografía.
–¿Qué música le gusta a Bef, con qué género se identifica?
–El metal. Mi banda favorita es Mnistry, es una banda de industrial. La música de ritmo machacón que suena a un motor descompuesto es lo que me gusta. El hardcore, el punk.
–¿Consideras que el trabajo del dibujante es similar al del escritor?
–Sí, se parece en lo solitario, pero dibujar es muy diferente al escribir. Los cables que conecto al dibujar son otros, lo disfruto más, si pudiera e dedicaría a dibujar el resto de mi vida, espero que en diez años lo pueda hacer, aunque no puedo negar que es un privilegio poder hacer las dos cosas. Un día llegó un tipo en la UAM Azcapotzalco para que le firmara un libro y me dijo: “Siempre le digo a mi hija que Bef se robó mi vida”, porque a él le hubiera gustado dibujar y escribir; fue un comentario muy incómodo en ese momento, sin embargo, ahora puedo decir que es un privilegio hacer ambas. De mi generación no era yo el más talentoso, pero si el más persistente y heme hoy aquí.
–Bef dice que no hay manera correcta de escribir, no hay fórmula, ¿cuál es la que a él le ayuda o la que le ha enseñado a narrar atrapando al lector?
–Stephen King, él tiene un libro que se llama Mientras escribo, señala tres puntos básicos: el primero es “Conoce tus herramientas”, que domines la gramática y las palabras, figuras retóricas; el segundo es que “Escribas sobre lo que te gusta”, al menos en principio, dice que si te gustan los cuentos de ciencia ficción, escribas cuentos de ciencia ficción, lo mismo si te gustan las historias de terror y el tercero, “La disciplina de trabajo”, el terminar lo que comenzaste y volver a iniciar con el siguiente proyecto. Lo mismo leí de Ray Bradbury (Illinois, 1920-2012) en un libro que se llama Zen en el arte de escribir, habla mucho de esa disciplina, aunque el libro es muy malo en general. Estas ideas son muy anglosajonas, un trabajo de persecución, escribir la primera frase y perseguir un punto final que tendrás que alcanzar en algún momento. Terminar de escribir una novela —en mi caso— es similar a terminar de escalar una montaña o correr un maratón: volteas y te das cuenta de que hiciste algo monumental, un paso a la vez, una palabra a la vez, una letra por golpe de tecla a la vez, como ir dando pasitos. La novela más ambiciosa, la más monumental se escribió palabra por palabra —antes se hacía a mano, luego a máquina de escribir y ahora a computadora— pero no hay un molde que se llene para que se termine una novela o un cuento.
–¿Tienes algún fetiche literario?
–Todos tenemos un fetiche literario, el mío es Ed McBain (Nueva York, 1962-2005). Tenía personajes de la comisaría 87, una ciudad ficticia llamada Isola (isla en italiano), pero se refiere a Manhattan, porque él era italoamericano. El asunto es que durante 50 años desarrolló a sus personajes en la comisaría 87, los cuales envejecen muy lentamente; en la primera novela el detective principal, Steve Carell, se casa y en la última (entre la publicación de ambas transcurrieron 50 años) ya tiene dos hijos gemelos que son adolescentes, pero va evolucionando durante este tiempo con el espíritu de los tiempos, lo cual es divertidísimo. Él va documentado los procesos policiacos, a veces resuelven el caso, a veces no. Yo tengo ese fetiche.
–¿Cuál es el beneficio colateral en la escritura de Tiempo de alacranes, Hielo negro, Cuello blanco y Azul cobalto? ¿Crees que México o la humanidad necesitan de héroes/heroínas como Andrea Mijangos?
–Los que hacemos novela policíaca somos como el que recicla la chatarra en este mundo horrible de tantos muertos, vamos tomándolo y las convertimos —desde la oscuridad— en historias que aportan un poco de luz al mundo.
–Tiempo de alacranes es más urbano, más barrio, hay “Tres caídas” y subtítulos como “Una perra callejera”. ¿Puedes decir algo al respecto?
–Es más de carretera, intenté hacer una road movie y, además, es una carta de amor al Norte del país. Alguna vez que se pusieron a hablar unos críticos, bastante hostiles, de literatura del norte y me dijeron que era un falso norteño. En realidad nunca asumí serlo, estaba escribiendo una carta al norte mítico del que se hablaba en mi casa, porque la familia de mi mamá emigró de Torreón a la Ciudad de México en los años 60 —y nunca volvieron—, entonces era un territorio como Macondo donde el cielo era más azul y las sandias más jugosas, lo que tenía que ver muy poco con la realidad. Siento que es la menos urbana de todas, puede ser la más chilanga, eso sí. Es la novela más chilanga de un territorio mítico que es el norte, las demás las percibo más cosmopolitas, transcurren en un montón de lados. Lo que tenía claro al escribir era que el crimen es como una gigantesca corporación global, así la percibo, si tengo que hablar de una tesis en las novelas es esa.
–¿Por qué usar personajes ficcionales de otras novelas como Aristóteles Brumell, Sebastián Vaca o Casasola en tus novelas?
–Sí, está Aristóteles Brumell, Sebastián Vaca, lady Travers, de La muerte de un instalador. En Tiempo de alacranes hay un personaje que escribe una columna del periódico Reforma, es la voz de Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) en Morir en el Golfo, al que le dicen el “Negro” y en mi novela hay por ahí alguna referencia: “Mira, ¿ya viste la columna del ‘Negro’ Aguilar?” y hasta ahora nadie lo había visto. Para mí, el final del siglo mexicano está entre Salón de belleza, Poeta ciego, de Mario Bellatin (CDMX, 1960) y La muerte de un instalador de Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969). En la novela de Enrigue hay un pasaje donde Sebastián Vaca está entre platones de comida, necesitado de la porción de droga que le debe dar Aristóteles Bruell y me pareció asqueroso, se me revolvió el estómago, es de los momentos climáticos más contundentes de la literatura mexicana y para mí esa brutalidad es el final del siglo XX. También pienso en Naief Yehya (CDMX, 1963), con Obras sanitarias, aunque es de 1992, pero me parece una voz mayor que no ha sido reconocido como se merece y espero que en algún momento se le reconozca. Santa María del circo de David Toscana (Monterrey, 1961), es otra de mis novelas favoritas del final del siglo XX, prodigiosa, el epitafio del realismo mágico, con un montón de lecturas porque es muy simbólica. Creo que el análisis académico obligadamente les tiene que reconocer una calidad y contundencia innegables que para el mercado no existen.
–¿El cameo de Casasola en Azul cobalto?
–En cuanto a los detectives y lo que hice con Bernardo Esquinca y Casasola fue algo parecido a lo que hicieron Michael Connelly (Filadelfia, 1956) y Robert Crais (Luisiana, 1953) con sus respectivos detectives en varias de sus novelas. Elvis Cole aparece en una novela de Connelly sin que lo identifique, solamente lo describe; en una de Crais, Hary Bosch aparece también en un cameo. Entonces lo hice en Azul Cobalto y él en Inframundo. También les extendí esta propuesta a Paco Ignacio y a Élmer Mendoza para que cruzaran a Belascoanrán con el “Zurdo” Mendieta; Élmer ya cumplió, ahora falta Taibo.
–Azul Cobalto es muy artístico: ¿qué opinas de Siqueiros, de Frida Kahlo y Diego Rivera?
–El personaje de Siqueiros me seduce, lo que pongo en la novela es real, sí los recibió la familia Rabadán en Cuetzala, eran caciques comunistas. Macrina Rabadán (que además fue la primera diputada de este país) se casó con Luis Arenal; Siqueiros estuvo pintando, la familia dice que hay uno o dos cuadros, pero es una leyenda urbana. Frida Kahlo me gusta mucho como artista, además creo que su drama es pintar figurativo en un momento que lo que se hace es el abstracto, se refugia estéticamente en el nacionalismo mexicano pero ella lo que pintaba (de alguna manera conectada con Remedios Varo y Leonora Carrington), es arte fantástico, algo totalmente onírico; me parece un arte de la imaginación riquísimo, es una pintora prodigiosa a la que la ha matado la envidia de los demás pintores.
–¿Qué significa Kurt Vonnegut para ti?
–Mi escritor favorito de todos los tiempos.
–¿Si tuvieras qué elegir una novela tuya para el final de los tiempos, cuál sería?
–Ojos de lagarto
–¿Cómo llegaste a la agencia literaria Schevelzon.Graham?
–Ellos me buscaron, es como los servicios secretos, ellos te buscan, tú no los puedes buscar.
–¿Te gustaría ver a Mijangos en el cine?
–Había un proyecto para una serie, aún en desarrollo; un gran problema es el casting, porque no hay una actriz con el perfil de Andrea. Mi casting ideal hace 20 años hubiera sido Regina Orozco como Andrea Mijagos y Susana Zabaleta como Lizzy, pero ellas ya no tiene la edad para hacer esos personajes.
– ¿Puedes recomendar cinco títulos a los adolescentes de tus autores favoritos?
– Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; Sonríe, una novela gráfica de Raina Telgemeier; It, de Stephen King; Frankenstein, de Mari Shelley y La caída de los pájaros, de Karen Chacek. Un pilón, La ciudad y la ciudad, de China Miéville