Estudiantes que pasaron la noche asediados por paramilitares en una parroquia cercana a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua se reencontraron hoy con sus familiares. Valeria, una de las estudiantes, no puede borrar de su cabeza una de las amenazas: «Nos dijeron que nos van a cazar uno a uno».
Managua, 14 de julio (EFE).– La Catedral de Managua, en Nicaragua, fue hoy testigo de uno de los momentos más emotivos desde que comenzó la crisis sociopolítica que vive el país. Estudiantes que pasaron la noche asediados por paramilitares se reencontraron entre lágrimas y puños cerrados con familiares que los esperaban desde la madrugada.
El grupo se había refugiado en la parroquia de la Divina Misericordia, cercana a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en la que los alumnos se habían atrincherado desde comienzos de mayo.
La universidad se había convertido en uno de los centros de la revuelta popular contra el Presidente Daniel Ortega y, por eso, fue ayer el objetivo de grupos paramilitares y parapoliciales que la asaltaron a sangre y fuego en un combate desigual, en el que al menos dos alumnos murieron.
«La noche de hoy fue horrible, como una película de terror», explica una estudiante que se identifica como Valeria y que ayer se convirtió en la voz de la tragedia estudiantil.
Protegida tras una barricada, envió por redes sociales un mensaje desesperado de socorro y se despidió de su madre convencida de que iba a morir asesinada por los paramilitares.
Esos grupos, siempre encapuchados, sitiaban por la mañana la parroquia agujereada por los disparos a la espera de que llegara una comitiva de la Iglesia, encabezada por el cardenal Leopoldo Brenes, para sacar a los estudiantes asediados.
En un segundo grupo y en total coordinación con ellos, efectivos de la Policía Nacional de Nicaragua custodiaron los accesos al templo fuertemente armados y evitaron que ningún vehículo o peatón se acercara a la zona, según constató Efe.
Valeria relata todavía entre lágrimas: «Sólo mirábamos cómo venían las (bombas) ‘trazadoras’, los (fusiles de precisión) ‘dragunov’ y las AK-47».
«Nosotros miramos a los paramilitares y los tuvimos a unos 20 pasos, no eran nicaragüenses, ellos eran cubanos, nosotros los vimos y los escuchamos hablar», asegura.
Poco antes, Valeria había entrado a la Catedral en uno de los dos autobuses llenos de estudiantes que logró ingresar al templo construido a principios de los años 90.
Hasta allí, habían llegado escoltados por camionetas de la Iglesia católica identificadas con la bandera blanca y amarilla del Vaticano y de la Cruz Roja, que no se separaron de los dos autobuses en ningún momento.
Tampoco cuando madres y abuelas, que los esperaban a la puerta de la Catedral, se acercaron a ellos para llevarles comida y ropa limpia con la que pudieran cambiarse.
Desde los autobuses y todavía con el miedo a ser identificados por algún posible infiltrado, los estudiantes saludaban con la mano y lanzaban besos a sus familiares que, desesperados, buscaban fundirse en un abrazo con ellos.
Sin embargo, y por seguridad, ese reencuentro final se prolongó durante unos minutos más, ya que los familiares debieron esperar para poder pasar uno a uno a ver a sus seres queridos.
Fue ahí, cuando la emoción se desbordó y muchos no pudieron contener las lágrimas del abrazo.
«Todavía no he podido reunirme con mi madre porque no está aquí (…) pero me vi con mi abuela», explica Valeria, la única estudiante que atendió a los medios todavía algo abrumada por el efecto de su video viral.
Poco antes, el cardenal Brenes había dado algunos detalles de la operación de rescate, el más doloroso para él, porque dos estudiantes murieron en la iglesia mientras esperaban asistencia.
«Han sido más de doce horas de gestiones. Cuando los muchachos que estaban en la UNAN sintieron que estaban siendo atacados, una de sus primeras reacciones fue pedirle apoyo a la Iglesia. Acudieron a ponerse bajo la sombra de la parroquia más cercana que tenemos que es la parroquia de Jesús de la Misericordia, fue una cosa providencial», aseguró a periodistas.
Brenes también explicó que «la mayoría de los jóvenes viene bien, alguno alterado de los nervios» por el trance que pasaron durante toda la noche asediados por paramilitares que no cejaban de su ataque.
En medio de esa situación de extrema tensión, detalló que esperaron a sacar la comitiva «a la luz del día» porque «por la noche todos los gatos son pardos y cualquiera pudiera correr peligro y riesgo» en un templo sitiado por paramilitares y parapolicías encapuchados.
Valeria sigue sin olvidar que los disparos solo terminaron bien entrada la mañana, minutos antes de que llegara la comitiva y no puede borrar de su cabeza una de las amenazas: «Nos dijeron que nos van a cazar uno a uno».
Un mensaje que se une al de Brenes, quien asegura que no cree que puedan garantizar seguridad a todos y cree que cualquier persona involucrada en la crisis corre peligro, «incluidos los periodistas».
«Nuestras vidas están todas en manos del Señor», concluye.