Dolia Estévez
13/07/2018 - 12:05 am
El dilema de los guardaespaldas
Washington, D.C.—Andrés Manuel López Obrador dice que no necesita guardaespaldas porque el pueblo lo protege. «El Estado Mayor Presidencial ya no va a estar a cargo de custodiar al presidente… estará al servicio de la Secretaría de Defensa…Me va a cuidar el pueblo”, dijo el presidente electo luego de entrevistarse con Enrique Peña Nieto.
Washington, D.C.—Andrés Manuel López Obrador dice que no necesita guardaespaldas porque el pueblo lo protege. «El Estado Mayor Presidencial ya no va a estar a cargo de custodiar al presidente… estará al servicio de la Secretaría de Defensa…Me va a cuidar el pueblo”, dijo el presidente electo luego de entrevistarse con Enrique Peña Nieto.
El anuncio no tardó en prender la polémica entre la comentocracia y las redes sociales. Alejandro Hope, especialista en temas de seguridad, llamó «muy mala» la idea de prescindir de guardaespaldas pues, «el poder de amenazar al Presidente es el poder de chantajear al Estado». Para Hope es incomprensible que López Obrador «quiera correr ese riesgo innecesario». Patricio Estévez Soto, investigador doctoral en ciencias de la seguridad en la University College en Londres y autor de un análisis sobre las propuestas de seguridad de López Obrador (Nexos 14/05/2018), pidió: «Por favor por favor por favor, alguien cercano al presidente electo convénzalo de no poner en riesgo su seguridad (y la del país) y aceptar la protección del Estado Mayor Presidencia» (@prestevez 3/07/2018). A su vez, el columnista Julio Hernández consideró «inaplazable que #AMLO cuente con protección y seguridad profesionales». Los viajes en auto, con motociclistas a un lado y la llegada de ciudadanos a su ventanilla en los altos de tráfico, deben acabar, dijo (@julioastillero 05/07/2018).
La mayoría de Jefes de Estado y monarcas del mundo son protegidos por escoltas de élite. Así lo dicta el sentido común. Casi nunca se cuestiona su beneficio. Sirven de disuasión. Alejan a los agresores solitarios y dificultan las conjuras de asesinato. No son la panacea, pero sí el último recurso cuando todo lo demás falla. La capacidad de inteligencia, el monitoreo constante de amenazas internas y externas, la identificación de enemigos reales y virtuales y conocer vulnerabilidades, son tan importantes como el poder de fuego. Charles de Gaulle fue objeto de unos cinco atentados contra su vida que fueron abortados principalmente gracias al trabajo de los servicios de inteligencia franceses.
En Estados Unidos, la historia registra más de 30 intentos de asesinatos contra presidentes, ex presidentes y presidentes electos. Lincoln (1865), Gartfield (1881), McKinley (1901) y Kennedy (1963), fueron asesinados siendo presidentes. Además, T. Roosevelt (1912), Reagan (1981) y Ford (1975) fueron victimas de intentos fallidos. Los ataques a Kennedy, Ford y Reagan ocurrieron durante actos públicos. Los tres tenían protección del Servicio Secreto, el cuerpo de élite de 15,600 agentes especiales responsable por la vida de presidentes, ex presidentes y sus familias.
Estados Unidos no es el único con magnicidios en su historia. En India, la primer ministra Indira Gandhi, paradójicamente fue asesinada por los guardias responsables de cuidarla. En contrapartida, en la pacifista Suecia, el primer ministro Olof Palme, quien no consideraba necesario tener custodia, fue asesinado a quemarropa en una céntrica calle de Estocolmo. En México, los asesinatos más emblemáticos son de Madero, Carranza, Obregón y Colosio. A estos habría que sumar los cientos (¿miles?) de políticos y autoridades locales acribillados impunemente en las últimas dos décadas.
Prescindir de la protección del Estado Mayor cuadra en la lógica de López Obrador. Es parte del paquete todo incluido de rechazo a los símbolos del poder. También rehusó mudarse a Los Pinos y usar el avión presidencial (inicialmente dijo que se lo vendería a Trump, pero el miércoles anunció que está en platicas con Boeing). Para López Obrador los lujos asociados al poder presidencial tienen un antes y un después. Acabar con ellos envía el mensaje de que este presidente no verá desde lo alto al pueblo. No más presidencia imperial, no más corrupción colonial.
Muchos ven a los guardaespaldas como señal de estatus. El México de los secuestros y los homicidios impunes, puso de moda las escoltas privadas. Son parte de la marca de los ricos, la gente bella y famosa, y los juniors del ITAM. Distingue a los de abajo con los de arriba. AMLO deniega esa subcultura. Se precia de su libertad de movimiento. Visitó y revisitó los rincones más recónditos del territorio nacional sin protección armada. Sin obstáculos ni supervisores. Pocas cosas lo entusiasman más que el barrio y los «baños de pueblo» a flor de piel.
AMLO despierta los mejores sentimientos como los peores. Tiene adversarios y enemigos poderosos. Me pregunto si el anuncio de que no necesita guardaespaldas porque el pueblo lo protege resultó de un análisis interno o es una decisión personal. Con todo, parece no tener vuelta. El miércoles incluyó el traslado del Estado Mayor a la Sedena entre las reformas que enviará al Congreso. ¿Por qué no plantearse el reto de encontrar una formula intermedia de protección sin aislamiento del pueblo?
Hay quienes creen que no hay poder humano que impida una causa ya predeterminada. Cuando toca toca. Guaruras o no guaruras. Pero el destino no es inevitable. Hemos sido dotados del poder de escoger nuestras propias decisiones. Hay que saber hacerlo y asumir las consecuencias de nuestros actos. «La responsabilidad de mis actos vivirá lo que vivan sus consecuencias», decía Obregón. El gobierno de López Obrador debe estar preparado para asumir las consecuencias de su decisión.
@DoliaEstevez
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