Diego Petersen Farah
06/07/2018 - 12:00 am
Costos de la austeridad simbólica
Si algo sabe hacer Andrés Manuel López Obrador es manejar los símbolos. Eso que él atinadamente definió como la pedagogía política. Tan importante como hacer las cosas es hacerlas saber y contagiar. Muchas de estas son simbólicas, representan la voluntad política, aunque en la práctica puedan incluso resultar más costosas. La única forma seria y eficiente de recortar gasto es cortando de tajo niveles de gobierno, pisos de la estructura, y que las funciones de éstos las asuman los mandos superiores e inferiores. Eso significaría un ahorro real, pero implica echar a la calle a miles de burócratas. Los otros son simbólicos y probablemente ni siquiera ahorros.
Si algo sabe hacer Andrés Manuel López Obrador es manejar los símbolos. Eso que él atinadamente definió como la pedagogía política. Tan importante como hacer las cosas es hacerlas saber y contagiar. Muchas de estas son simbólicas, representan la voluntad política, aunque en la práctica puedan incluso resultar más costosas. La única forma seria y eficiente de recortar gasto es cortando de tajo niveles de gobierno, pisos de la estructura, y que las funciones de éstos las asuman los mandos superiores e inferiores. Eso significaría un ahorro real, pero implica echar a la calle a miles de burócratas. Los otros son simbólicos y probablemente ni siquiera ahorros.
El Estado Mayor Presidencial no solo provee la seguridad del presidente, también la logística. Aún suponiendo que López Obrador pueda tener un aparato de seguridad reducido (a lo que llegaron Calderón y Peña es verdaderamente ridículo) alguien debe encargarse de todo lo que implica mover al presidente y organizar los eventos. Hacerlo desde otra instancia o contratarlo por fuera no solo no ahorrará dinero, sino que significaría tirar a la basura años de experiencia. Lo más seguro es que lo única que hará la nueva administración es pasar la estructura del Estado Mayor a la Secretaría de la Defensa, pero seguirá teniendo las mismas funciones en el nuevo estilo, más cercano y menos pomposo. Eso sí, AMLO nos presumirán que gracias a la austeridad republicana redujo el costo de la oficina de la Presidencia, aunque los mexicanos no nos hayamos ahorrado un peso.
No tener avión presidencial tampoco significa mucho ahorro. Otra vez, nos puede parecer demasiado lujoso el nuevo avión presidencial, pero mover al presidente en línea comercial desquiciará los aeropuertos y la vida de todos los que vayan en ese vuelo. Además, es avión presidencial es a la vez transporte, oficina y recámara. Más allá de eso, costo de oportunidad que significa tener al presidente desconectado tres horas, en el hipotético caso de que vaya en línea comercial digamos a Tijuana, o varado en un aeropuerto porque se retrasó el vuelo, es altísimo.
La peor de las ideas de austeridad es convertir a Los Pinos en centro cultural. Pinos no solo es la casa del presidente, es la oficina de la presidencia. Si López Obrador quiere dormir en otro lado eso se resuelve fácil, con costo, otra vez, para los vecinos. Las oficinas habrá que moverlas y los eventos tendrán que hacerse en otra parte, y todo eso cuesta. Pero lo que es pésima idea es hacer un centro cultural en la única ciudad del país que sí tiene infraestructura. Ese centro cultural lo necesita Saltillo, Tampico, Tuxtla Gutiérrez, Chilpancingo, Torreón o cualquier otro lugar del país, no la ciudad de México.
Dejemos las ocurrencias de campaña en eso, en ocurrencias. Lo simbólico es muy importante, y hay que desterrar las prácticas faraónicas en las que han caído los últimos gobiernos, ese convoy de tanquetas, patrullas y ambulancias que gritan a voz en cuello “aquí va el presidente, miren qué importante”. Pero no hay que inventar el hilo negro ni ir muy lejos: Zedillo se movía en un camión presidencial y le tenía prohibido al chofer pasarse los altos. Volvamos a eso, no se necesita más.
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