Hernán Bravo Varela ofrece la traducción del volumen Carta al mundo, veinticinco poemas de Emily Dickinson, de la poeta estadounidense. Coedición de Bonobos Editores y la Secretaría de Cultura
Ciudad de México, 7 de julio (SinEmbargo/eldiario.es).- Hay poetas cuyo trabajo los coloca en la posteridad. A otros les lleva la vida entera lograr pertenecer a una tradición perpetua, pero Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, EU, 10 de diciembre, 1830- Íbid., 15 de mayo, 1886) es una de las pocas mujeres que logró ocupar un espacio irremplazable entre otros nombres fundamentales. Bajo el argumento de que “para fugarnos de la tierra un libro es el mejor bajel; y se viaja mejor en el poema que en el más brioso y rápido corcel”, podemos declarar que su vida fue la poesía y la poesía su vida misma, ambas al final una misma cosa. Carta al mundo, veinticinco poemas de Emily Dickinson”, con traducción y prólogo de Hernán Bravo Varela, nos remonta a la más pura tradición lingüística donde el poema es una pura expresión de un quehacer prolífico y difícil de igualar.
Esta edición bilingüe respeta todos sus elementos originales, aquellos que hacen de la poesía de Dickinson un ejemplo de pulcritud sintáctica, o sea que no irrumpe la traducción con lo propio de sus composiciones, al contrario. Tener una versatilidad semántica resulta muy necesario cuando se pretende traducir de manera fidedigna; esta labor, cuando menos en la poesía, puede resultar complicada; sin embargo, Bravo Varela, al ser él mismo un poeta, consigue sacar a la luz los aspectos más oscuros y misteriosos que la distinguen. Cada uno de los 25 poemas entraña una nueva dificultad y adquiere otro tono.
Dickinson nunca tuvo la pretensión de querer publicar nada durante su vida, simplemente se dedicó a escribir. Esta serie de poemas sin títulos propiamente, más bien sólo enumerados, son cortos, lo cual permite una fácil lectura; pero para comprenderlos eso no basta, hay que contextualizar a la autora, ubicarla en un marco crítico el cual se ofrece desde el inicio en esta edición: Dickinson, en el fondo de su buscado anonimato, deseaba dialogar -discretamente, si se quiere- con el mundo (…) si no recibió carta a vuelta de correo fue porque su dirección era la misma que la de su colectivo e incógnito destinatario. El comentario de Darío Jaramillo en la contraportada es un plus: después de la publicación de sus mil 175 poemas, su nombre comenzó a crecer a contracorriente de los caminos que tomó la escritura de la poesía durante el siglo XX.
Este libro le quita el silencio a una autora que tenía mucho que decir y busca la manera de entablar un diálogo que al mismo tiempo funge de recordatorio de lo que significa un monólogo interior, de impecable coherencia, sin ninguna fractura en su discurso. No hay en su obra poética otra cosa que el prodigio de la serenidad.