Pita vivió una tragedia que marcó hondamente su vida personal y sus creaciones: la muerte de su hijo Manuel, quien se ahogó cuando solo tenía un año.
Por Isabel Reviejo
México, 29 mayo (EFE).- Sus grandes y fascinantes ojos, su imagen extravagante y su fuerte carácter hicieron de la poetisa mexicana Pita Amor, de la que mañana se cumplen 100 años de su nacimiento, un personaje que eclipsa su propia obra literaria, por la que debe ser más valorada, afirma el autor Michael K. Schuessler.
A Guadalupe Amor (1918-2000) «la gente sí la recuerda, pero como una señora excéntrica y a veces violenta que deambulaba por la Zona Rosa (de Ciudad de México) y daba a veces bastonazos», comenta el escritor en una entrevista con Efe.
Y aunque muchos la critican, cuando a esas mismas personas se les pregunta acerca de sus libros, los desconocen y «no saben de lo que están hablando».
Schuessler, autor de la biografía Pita Amor. La undécima musa, de la que acaba de salir una edición conmemorativa por el centenario, argumenta que es hora de que alguna editorial se lance a publicar sus obras completas, en la que destacan Yo soy mi casa (1946) y Polvo (1949), para hacer justicia a su literatura.
«Si hacemos memoria, después de Sor Juana (1648-1695) ¿quién fue la poetisa más aclamada en México, la más famosa, la más leída? Fue Guadalupe Amor», afirma el escritor, quien afirma que ella «abrió muchos caminos» a las mujeres escritoras de las siguientes generaciones.
El también autor de Elenísima -sobre Elena Poniatowska, sobrina de la poetisa- recuerda que, para algunos estudiosos, sus poemas son «criticables» porque están escritos «según la tradición castellana más rancia», en forma de sonetos, liras o décimas.
En 1995, el poeta Salvador Novo publicó en la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) un texto llamado Diálogos neoplatónicos entre sor Juana y Pita, y fue también quien la bautizó como «la undécima musa» en referencia a la escritora novohispana, quien es conocida como la «décima musa».
Es una comparación que Pita Amor rechazaba, porque aseguraba que era «mucho más mística» que la religiosa, y que esta era más «mundana» en sus poemas.
Pese a que la mexicana nunca se sintió atraída por aquellos ritos católicos que en su familia seguían con devoción, en sus versos transmitió inquietudes como la búsqueda de Dios o qué significan la vida y la muerte.
Incluso se le llegó a comprar con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz por tratar estas cuestiones, apunta Schuessler.
Pita vivió una tragedia que marcó hondamente su vida personal y sus creaciones: la muerte de su hijo Manuel, quien se ahogó cuando solo tenía un año.
Al incidente le siguió un largo silencio creativo, y cuando volvió a tomar la pluma, «el ritmo, el contenido, ya no era igual, ya no tenía esos aspectos místicos, esa profundidad de los primeros versos».
El autor estadounidense recuerda que la primera vez que la vio en persona, Pita Amor era ya una «señora anciana, encorvada, que usaba bastón y con unos sesenta collares que colgaba sobre su cuello».
Le impactó, como es habitual en cualquiera que ve una imagen de la poetisa, «el tamaño de sus ojos», que entonces estaban ocultos detrás de unas lentes de fondo de botella.
Tenía un carácter complicado, y ella misma era consciente de ello, como demostró con su Letanía de mis defectos, escrita en 1987 y en la que se calificaba como vanidosa, déspota, ingrata, soberbia, fría, perversa y ególatra, entre otros adjetivos.
La poetisa se atrevió a romper las reglas, como cuando posó desnuda para Diego Rivera en una época en que «las mujeres, y menos las de su clase económica y social, nunca harían nada por el estilo», dice Schuessler. En ese sentido, asevera, «ella fue muy de vanguardia».
Como ave fénix, la figura de Pita comenzó a resurgir a finales de la década de 1990 y a principios del siglo XXI gracias a un programa televisivo cómico en que aparecía un personaje inspirado en ella.
Con esto regresó a la «mentalidad» de los mexicanos, a lo que también ayudó el empuje que recibió por parte de la comunidad LGBT, que «la ha resucitado».
«Soy histérica, loca, desquiciada; pero a la eternidad ya sentenciada», escribió Pita.
Y aunque no sea eterna, la memoria de todos aquellos que la conocieron guarda una imagen específica de la poetisa, incluyendo a Schuessler, quien tiene su recuerdo particular: el de una Pita que, como ella le decía a él, fue «una majadera».