Ana María Gardea Villalobos desapareció a los 10 años de edad en 1997, en Ciudad Juárez, Chihuahua. Fue encontrada, de acuerdo con la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado, tres días después; había sido violada y apuñalada en un cerro, dice Juana Villalobos, madre de la niña.
A Juana le entregaron un ataúd cerrado en donde había un par de bolsas negras que la mujer alcanzó a ver a través del vidrio del cajón. Hoy la busca porque duda que los restos de su niña sean los que veló.
Esta semana, durante una conferencia de prensa de la “Caravana de la realidad del norte” en la Ciudad de México, la mujer se desvaneció y cayó al suelo. A los paramédicos les dijo que no había comido bien ni bebido agua, y a SinEmbargo le reveló que padece una enfermad, pues su salud se ha deteriorado en una búsqueda de 22 años para exigir justicia para su hija asesinada.
Ciudad de México, 27 de mayo (SinEmbargo).- Juana Villalobos se desvaneció y cayó al suelo durante la conferencia de prensa de la “Caravana de la realidad del norte”. Los 22 años que tiene de lucha, desde que le entregaron los supuestos restos de su niña de 10 años en un ataúd sellado, le pesan en cada paso.
La duda de si fue su pequeña Ana la que estaba contenida en aquellas dos bolsas negras que alcanzó a ver a través del vidrio del ataúd la consume y desde el 1 de marzo de 1997 Juana no deja de exigir justicia.
“El ataúd me lo dieron sellado, cuando a mí me entregaron la caja de mi hija yo la quise abrir, pero a un lado estaba un ministerial. A mí el ministerial me dio un manotazo y lo único que miré fueron unas bolsas negras. No estoy segura que sea mi hija la que sepulté, porque no me enseñaron el cuerpo”, dice.
Ana María Gardea Villalobos tenía 10 años cuando desapareció y fue encontrada, de acuerdo con la versión de la entonces Procuraduría General de Justicia de Chihuahua, en el cerro Santa María en Ciudad Juárez, violada y con 16 puñaladas, dice la madre de la menor.
“La violaron entre siete, tres menores y los demás adultos”, recuerda que le dijeron las autoridades a Juana, quien lleva en su camiseta rosa impresa la fotografía de Ana, una niña de tez morena y grandes ojos negros enmarcados por un par de cejas bien definidas.
Juana recibió las ropas que Ana llevaba puestas el día que desapareció como evidencia de que los restos que le entregaron en el ataúd sellado era su niña. Eran sus vestidos, pero nunca vio sus restos.
“Me enseñaron la ropa de mi hija, pero quién me asegura que era el cuerpo de mi hija. Todavía sigo con la duda”, dice.
De acuerdo con el informe final de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Relacionados con los Homicidios de Mujeres en el Municipio de Juárez, Chihuahua y publicado por la Subprocuraduría de Derechos Humanos, Atención a Víctimas y Servicios a la Comunidad de la Procuraduría General de la República (PGR), el caso de Ana está cerrado bajo la causa penal 147/97.
El informe indica que hubo tres sentenciados, que en un primer momento apelaron la sentencia en la Tercera Sala Penal, la cual resolvió incrementar la pena a 23 años 6 meses de prisión. Pero los imputados promovieron un juicio de amparo que ordenó que se les dictara nueva sentencia. La Tercera Sala Penal determinó darles sólo 14 años de prisión.
En la descripción de los hechos se establece que los imputados transitaban el 1 de marzo de 1997 a bordo de un vehículo por las calles de Ciudad Juárez. A las siete de la noche vieron a la niña caminar sola, dos de ellos bajaron del auto, la tomaron por el cuello, la jalaron de la blusa y subieron a la fuerza al automóvil. Luego la llevaron al cerro «La Bola» en donde la violaron y apuñalaron.
Aunque detuvieron a tres de los asesinos y fueron sentenciados, Juana afirma que pronto salieron libres. Desde entonces no ha dejado de andar en un clamor de justicia.
Uno de los caminos que se propuso andar fue el la “Caravana de la realidad del norte” que salió de Ciudad Juárez el 19 de mayo hacia la Ciudad de México; sin embargo, el cansancio y el dolor la quebraron.
Luego de su desmayo los paramédicos llegaron a las instalaciones de Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), donde la caravana integrada por un grupo de 25 familiares de mujeres víctimas de feminicidio y desaparición en Chihuahua denunciaban la falta de interés de Javier Corral Jurado, Gobernador de la entidad, en sus casos.
Un paramédico la revisó y concluyó que estaba un poco deshidratada. Ella le dijo que no había comido bien, y él le contestó que la falta de alimentos, el sol y el estrés eran quizás las causas de su desmayo.
Pero la realidad es que Juana está enferma y sus males empezaron desde que asesinaron a la pequeña Ana.
“Tengo 22 años enferma desde que me mataron a mi hija: tengo baja presión y ahora padezco leucemia y anemia, nomás que no quise decir ahorita. Pero he estado enferma desde que me mataron a mi hija. Yo siento que estoy perdiendo a mis hijos, porque le pongo más atención a lo de mi hija. Yo tuve cinco hijos y me quedaron cuatro”, solloza.
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Juana estaba separa de un marido que la golpeaba. A cargo de cinco hijos, cuatro varones y Ana, salía a trabajar de albañil en una obra todas las mañanas. Su hija de apenas 10 años se quedaba al cuidado de sus hermanos. El menor era apenas un recién nacido.
Mientras Juana era albañil para ganar dinero y llevar comida la mesa de sus niños, Ana atendía a sus hermanos y se daba tiempo para salir a pedir trabajo a los vecinos y así conseguir unos pesos para apaciguar el hambre.
La madre recuerda que cuando llegaba del trabajo, no era extraño que la pequeña Ana se acercara y pusiera en la mano curtida de su madre una moneda de 10 pesos que había ganado. En ocasiones compraba un kilo de tortillas o un litro de leche para sus hermanos con lo que ganaba.
“Me cuidaba a mis hijos, porque yo era albañil, plomera y zanjera. Yo trabajaba para poder sacar adelante a mis hijos. Mi niña me ayudaba a cuidar a mi hijo. Ella se iba casa por casa a pedirles trabajo, mandaditos, para traer tortillas. Agarraba dinerito y según ella me daba los 10 pesos”, detalla.
Pero el día que desapareció, la pequeña Ana salió de su casa en la colonia México 68 para visitar a su papá, quien vivía en otro asentamiento.
Aunque se trataba de dos colonias distintas, la niña iba y venía a la casa de su padre a pie. No era la primera vez que lo hacía, pero aquel 1 de marzo no regresó.
“Fue un sábado. A las once de la mañana fue con su papá, como estábamos separados y ella quería mucho al papá, fue con él y ya no regresó. Supuestamente él me la encaminó para la casa, pero la niña nunca llegó. Se perdió entre la colonia México 68 y la Colonia Azteca”, narra.
Juana buscó a su niña. Tres días después un hombre que pastoreaba cerca del cerro de La Bola algunas cabras encontró el cuerpo de una menor.
“El chivero que la encontró me dijo que la niña mía todavía se podía ver. Que el cuerpo tenía carne para poderla identificar, pero a mí nunca me dejaron identificar el cuerpo. Lo único que yo identifiqué fue la ropa”, lamenta.
Juana Villalobos no se convenció de que los restos que sepultó fueran los de su hija, y hasta hoy cree que quizás la niña pudo ser víctima de trata de personas, por lo que todos los días, después de salir de su trabajo de empleada doméstica a las cuatro de la tarde se reúne con los colectivos y grupos de madres y padres que buscan a sus hijos.
En su largo caminar, dice, ha aprendido que las autoridades nunca resuelven los casos, quizás, porque “los políticos forman parte de los que se los llevan”.