Jorge Alberto Gudiño Hernández
31/03/2018 - 12:02 am
El ego de AMLO
Me cuesta trabajo imaginar a un candidato a la presidencia de este país que lo haga sólo por el bien de la patria. Tal vez haya sucedido en alguna ocasión, quizá en una tribu de costumbres ancestrales o gracias a la conjunción de factores tan rebuscados que van más allá de mi comprensión. Pienso, en […]
Me cuesta trabajo imaginar a un candidato a la presidencia de este país que lo haga sólo por el bien de la patria. Tal vez haya sucedido en alguna ocasión, quizá en una tribu de costumbres ancestrales o gracias a la conjunción de factores tan rebuscados que van más allá de mi comprensión. Pienso, en contraparte, que todos y cada uno de los candidatos intentan ganar la presidencia, primero, por una ambición personal. Tal vez sus intenciones son buenas, no lo dudo por método, pero me queda claro que es un paso hacia adelante dentro de sus propios deseos, algo por lo que han luchado mucho tiempo. Si se piensa en términos de competencias deportivas, ya han pasado la fase de grupos, el cuarto y el quinto partido, las semifinales y les toca el encuentro más difícil. Si se piensa con calma, esos deportistas que representan al país bien pueden desear enorgullecer a sus compatriotas, pero no se pueden entender sus esfuerzos sin el deseo de la recompensa personal. Así los candidatos.
Y está bien. No veo por qué un aspirante a la presidencia no deba tener altas ambiciones personales. Es humano, natural e, incluso, deseable. Se desea ser presidente como se desea ser campeón del mundo, premio Nobel, mejor padre o cualquiera que sea la aspiración particular de la persona. Claro está que nunca lo dirán así en las campañas. Pero de que lo quieren, lo quieren.
Esto viene a cuento por el tantas veces visto video de la entrevista que le hicieron a AMLO en Milenio TV. Hubo un momento (relato sin citar), en que él mencionó que aspiraba ser uno de los mejores presidentes de la historia de México: como Juárez, como Madero, como Cárdenas.
Su aspiración es complicada, por supuesto. Lo interesante no es eso, sin embargo, es la andanada de críticas que se le vino encima por tal declaración. Se le acusó de soberbio, de ególatra, de pretencioso… De inmediato me pregunté qué habría pasado de haber declarado lo opuesto: que quería ser un presidente apenas mejor que Salinas, que Calderón, que Huerta, que Peña Nieto… Lo habrían vapuleado sin excusa ni dilación.
Y es que la crítica vino porque muchos leyeron que se estaba comparando con esas figuras presidenciales cuando, en realidad, había manifestado un mero deseo. Ambicioso, sí, pero un deseo legítimo como cualquier otro e, incluso, plausible. Yo, por mucho, prefiero a un candidato que aspire a ser el mejor cuando consiga el voto de las mayorías que a otro que no aspire a gran cosa. En una de ésas, varios de nuestros peores presidentes sí han tenido legítimas aspiraciones. Sin embargo, éstas han estado en torno a su beneficio personal y no al de la nación.
En fin, las campañas presidenciales acaban de comenzar y, por supuesto, veremos ataques por doquier. Los candidatos deberán tener la piel dura y el ego bien puesto para resistir. Ése es su problema. Lo deseable es que seamos capaces de encontrar un camino que nos convenza. Ya después se verá si nos convino.
Aprovecho para invitarlos a la presentación de “Siete son tus razones”, mi más reciente novela. Será este domingo 1 de abril, a las 15 horas, en la Feria del Libro de la Alameda, a un costado de Bellas Artes, en la Ciudad de México. Me acompañará Alejandro Páez Varela.
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