Tomás Calvillo Unna
07/03/2018 - 12:00 am
Adiós al Cronista de San Cristóbal de las Casas: Jorge Paniagua Herrera
Sus párpados se han cerrado. Sus palabras impresas perduran, como su sonrisa que tenía el ritmo plástico de un paso de baile, una danza atada a los vientos de las altas montañas; cuando levantaba su pecho, su cuello, la cabeza en azoro aún del cuerpo y de esas gotas del cielo, que la marimba de su padre y tíos tocaban, al festejar las nupcias del metal y la madera.
Llevaba el compás del Arquitecto del alma y de las cosas
y la cruz salvífica del Caminante.
Sus párpados se han cerrado. Sus palabras impresas perduran, como su sonrisa que tenía el ritmo plástico de un paso de baile, una danza atada a los vientos de las altas montañas; cuando levantaba su pecho, su cuello, la cabeza en azoro aún del cuerpo y de esas gotas del cielo, que la marimba de su padre y tíos tocaban, al festejar las nupcias del metal y la madera.
Su curiosidad interminable, una dichosa filosofía de la vida que compartía no solo con ese gremio de ensoñadores y embaucadores que escriben poesías y cuentos, sino con todos aquellos que saben el juego de abrir y cerrar el alma entre los días y las noches; un juego a veces doloroso como los versos de Enrique Ballesté: esto de jugar a la vida es algo que a veces duele, versos que el cantar de Amparo Ochoa, con esa aguja de oro de su voz, tejía en las banderas de nuestros afectos.
Apasionado de la luz, orador de su fuego en su teatral e intermitente picardía, traducida en versos domados por el pensamiento, que suele anudar las pulsaciones de la sangre, sin lograrlo del todo.
Ese pensamiento que indagó en la pedagogía, para convertirse en maestro de generaciones, que lo reconocían cuando paseaba por el andador, o tomaba un taxi, o estaba con los artistas en una cafetería.
Nadie olvidaba su vehemencia en el salón de clases, convertido en el mundo mismo, por sus anhelos en la escuela permanente sin muros; donde caminaba como un alumno más, que reconocía a sus compañeros, sin importar edad, para compartirles el gran descubrimiento de la metáfora: las líneas de una geometría de la lengua que desvelaba el infinito radiante en las libretas rayadas.
Fino lector, apreciaba el abanico virtuoso de las consonantes y vocales. La palabra era el espejo de su conocimiento, en ella encontró el perdón y la resurrección, el amor y la memoria; y también, lo sabía, el salto al vacío cuando se olvida o desprecia su pronunciación.
No sólo fue el Cronista de su ciudad, uno de sus más significativos poetas y maestros, también la presencia gozosa del amigo con el cual las hipótesis y hechos de la vida se desmenuzaban en la pátina de sus quehaceres diarios, así fuera la política de las potencias o de los locales, como los murmullos sociales con el consabido ruido de piedras y ríos.
Ahí estaba el, con su porte y elocuencia, relatando este sueño al que nos aferramos, dándole giros de ternura a los desencantos, validando las palabras que inician con la letra que se enfrenta a sí misma: revolución, resurrección rebeldía, renacimiento, revelación, revelación, revelación…así comprendió sus pasos para retornar al misterio que siempre busco entender.
Es probable Don Jorge, que un verso, un solo verso contenga la respuesta a su pregunta que desde niño persiguió ¿Que carajos es todo esto querido amigo?
Sé que ya se lo soplaron al oído; y que no volverá.
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