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Tomás Calvillo Unna

14/02/2018 - 12:00 am

La hora del recreo

Pareciera que sin importar edades, esos tres candidatos no han dejado la infancia de su país. Siguen cargando sus penas y limitaciones, sus traumas sociales, y no obstante apuntan a representar, todos ellos sumados, a la mayoría electoral.

Juguetes Trágicos Pintura Tomás Calvillo

Los pétalos minúsculos de cristal son ahora estas gotas de lluvia sobre el parabrisas…unos segundos al menos para contemplar la retirada del sol, deslizando su luz sobre las carrocerías metálicas del atardecer. Aprender de esta mirada que sostiene el asombro y la desnudez, pareciera un ejercicio inútil, caduco, a punto de extinguirse, esta gimnasia del ser que resiste.

Al paisaje lo domina un juego que combina ingenuidad y perversidad, es una gran carpa, donde se apuesta el destino de muchos, al menos por un sexenio más.

Los discursos no han dejado nada hasta ahora. Meade buscando como hacerse cuate del pueblo, tratando de cruzar la calle para dejar atrás su fraccionamiento fortificado y mostrar así, que él puede jugar al bote pateado con todos, aunque ya pocos lo hagan. No se entiende lo que dice, porque no termina de encarnarlo ante los miles que lo ven. Él lo debe saber: ser o no ser; el drama político también es filosófico.

AMLO atrapado en la cultura del pecado y el perdón, que tantos dividendos ha dado para edificar una sociedad del chantaje bajo el lábaro patrio; pareciera que su oratoria es un perdonarse sin fin para hacer lo mismo con el prójimo; en el 2018 está más cerca de ser el pastor de la nación.

Anaya, desbocado, trepando las tramoyas para llegar hasta arriba y crecer como espuma, sigue gritando a los cuatro rumbos que el juguete es suyo, solo suyo; recuerda a algunos actores políticos de la década de los treinta del siglo pasado, quienes también traían mucha prisa por llegar a ser los mandamases, hasta provocar una de las mayúsculas tragedias humanas; cuando el psicoanálisis comenzaba a florecer[1]. Lo acompañan una pandilla cercana los afamados mírreyes, incluso los de Iztapalapa, que hace años dejaron las canicas para administrar otros negocios.

Pareciera que sin importar edades, esos tres candidatos no han dejado la infancia de su país. Siguen cargando sus penas y limitaciones, sus traumas sociales, y no obstante apuntan a representar, todos ellos sumados, a la mayoría electoral.

Tal vez en lo que resta de contienda digan algo que valga la pena, sobre cómo disminuir la violencia y la desigualdad. No se les ve esa disposición, ninguno ha señalado la urgencia de limpiar las filas de sus partidos de los vínculos con el crimen, al contrario en el reparto de candidaturas a lo largo y ancho del territorio nacional, o lo que queda de él, están reforzando la alianza de sus partidos con las organizaciones criminales.

Y sin embargo, a pesar de ello, y en contracorriente, grupos ciudadanos, sin importar filiaciones políticas, buscan responder a las condiciones locales, a sus procesos regionales para evitar que esa vinculación entre política y crimen termine por asentarse, cancelando toda posibilidad a las aspiraciones democráticas.

Los tiempos de los ciudadanos no son los de los partidos, pero en los próximos meses se encontrarán y mezclarán. Es difícil advertir sobre resultados, ya no electorales, sino políticos, en el sentido pleno de su acepción. Lo que se advierte más allá de las promesas y de las esperanzas de millones en sus candidatos, es un camino tristísimo, porque con estas visiones e intereses que encarnan, no va a suceder nada de fondo y si algo pasa podría ser una tragedia mayor.

  1. En 1930 apareció el Malestar de la cultura de Sigmund Freud

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