Rogelio Guedea
30/01/2018 - 12:02 am
Elecciones, a extremar pobreza
Independientemente de quién gane las elecciones (ahora hecha de bloques coaligados y presumibles “independientes”), lo cierto es que las campañas electorales han significado desde hace unas décadas un honerosísimo gasto para la economía nacional, que impacta básicamente, como siempre, en los más pobres, quienes, producto de los desfalcos a las instituciones (a través de desvíos […]
Independientemente de quién gane las elecciones (ahora hecha de bloques coaligados y presumibles “independientes”), lo cierto es que las campañas electorales han significado desde hace unas décadas un honerosísimo gasto para la economía nacional, que impacta básicamente, como siempre, en los más pobres, quienes, producto de los desfalcos a las instituciones (a través de desvíos de recursos) y de la propia corrupción que esto conlleva, ven cancelados sus derechos de bienestar social.
Lo queramos o no, han sido estos desvíos masivos (los hicieron los Duarte, lo hizo Borge, los hizo Moreira, lo hizo Yarrington, etcétera) los que han recrudecido la pobreza en nuestro país, incrementado la impunidad y creado las condiciones para que los índices de violencia (en todos los niveles, no sólo del narcotráfico) se le salgan al Estado de todo control, o bien porque éste forma parte de la red criminal o bien porque no tiene la capacidad para enfrentarla, aunque todo parece indicar que más bien es lo primero que lo segundo.
En todo caso, estamos frente a un Estado fallido (incapaz de mantener la paz y la armonía social), una ciudadanía iracunda en contra de las autoridades y descreída totalmente de las instituciones y, por delante, una contienda electoral que no parece tener reserva en gastar lo que tenga que ser necesario para hacerse del triunfo, sobre todo el partido en el poder (PRI), que buscará retener el poder a toda costa.
Estas cantidades millonarias que se tirarán literalmente en las campañas (casi 7mil millones de pesos), más todo el dinero “negro” que correrá en ellas (mucho proveniente del narcotráfico), dejará al país más empobrecido y a los pobres más pobres aún, lo que luego derivará en un incremento de la violencia y de la inseguridad en general, en una espiral que se impone sin fin.
¿Y todo para qué? Para quedar insatisfechos con los resultados ofrecidos por nuestro sistema democrático, como siempre; para darnos cuenta de que las nuevas alianzas partidistas (que responde más a intereses personales o de grupo que a proyectos ideológicos encaminados a transformar la sociedad) son más de lo mismos; y, finalmente, para convencernos de que no hay dinero que alcance para cualquier elección mientras no exista un uso transparente de los recursos.
Nuestro sistema de partidos y nuestra forma de elegir a nuestros representantes populares sigue siendo tan ineficaz como lo ha sido desde aquellas primeras elecciones de 1929 donde triunfó Pascual Ortiz Rubio sobre, ni más ni menos, el eximio José Vasconcelos, elecciones que, dicho sea de paso, siempre estuvieron bajo sospecha de fraude.
Rogelio Guedea
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