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Susan Crowley

19/01/2018 - 12:02 am

Escotes con causa

La noche de los Globos de Oro se vistió de negro. Joyas millonarias que enmarcaban rostros perfectamente maquillados para verse naturales, peinados a lo despreocupé, vestidos transparentes que exhibían cuerpos bellos casi en su totalidad, poco quedaba a la imaginación. Todas, sin excepción, unidas, hermanas, clamaban por el derecho de nunca más ser abusadas. Así […]

Hollywood hablando de moral es como aquellos comerciales que venden salud y respeto a la ecología en botellas de plástico, eso sí, con agua de manantial. Foto: Facebook Golden Globes

La noche de los Globos de Oro se vistió de negro. Joyas millonarias que enmarcaban rostros perfectamente maquillados para verse naturales, peinados a lo despreocupé, vestidos transparentes que exhibían cuerpos bellos casi en su totalidad, poco quedaba a la imaginación. Todas, sin excepción, unidas, hermanas, clamaban por el derecho de nunca más ser abusadas. Así recorrieron la alfombra roja de una de las instituciones más encumbradas de la sociedad norteamericana, el cine y sus estrellas. Todas abanderaban un movimiento, no había manera de participar si no era portando una bandera. Todas en contra del uso y abuso masculino.

De inmediato, la respuesta llegó desde París, la otra cumbre del glamour, el sitio en el que la mujer, desde siempre, ha gritado por la emancipación y la libertad, con Sagan, Sand, Beauvoir. Hoy con Deneuve y Millet a la cabeza. Las mujeres europeas defienden la “libertad de importunar” de los hombres, que consideran “indispensable para la libertad sexual”.

Nadie puede estar en contra de una causa que exige el respeto a una mujer, a un ser humano. Claro que hacerla desde la fábrica de estereotipos, la industria capaz de convertir cualquier cosa en un escaparate, pone en duda la estatura moral de quien trata el tema.

Hollywood hablando de moral es como aquellos comerciales que venden salud y respeto a la ecología en botellas de plástico, eso sí, con agua de manantial. Convertir un asunto tan serio en parte de la anual hoguera de vanidades de la meca del cine es banalizar el drama que viven cada día miles de mujeres en el mundo. La industria que ha convertido en objeto de consumo a la mujer y que siempre ha propagado la doble moral en sus películas, hoy se escandaliza de lo que en buena parte es responsable: los atributos femeninos reducidos a un par de tetas y un culo como pasaporte para el éxito.

Lo que no podemos negar es que siempre ha ocurrido esto. En todas las épocas los escándalos han sacado a la luz temas escabrosos, las manifestaciones de repudio han sido muchas, pero al poco tiempo pasan a la historia sin haber modificado el comportamiento del ser humano.

Hagamos un breve recuento (del arte por supuesto). Era 1962 cuando Marilyn Monroe fue elegida por el artista Andy Warhol para ser icono del Arte Pop. Según palabras del filósofo Arthur Danto, “Marilyn es al pueblo americano lo que la virgen María al cristianismo”. La virgen María fue utilizada por la reciente religión como vehículo de lo sagrado. Marilyn es la imagen del vacío de la sociedad norteamericana seducida por el consumismo occidental. Pocos pensaron en su inteligencia y sensibilidad; todos buscaban poseer su cuerpo a través de sus películas y fotografías, la sacrificaron, exhibieron y acosaron en los más altos círculos de la política, la convirtieron en mártir de una sociedad condenada al consumo voraz, ansiosa de imágenes que llenaran de adrenalina sus vidas. La muerte de Marilyn fue escandalosa, cuestionó momentáneamente. En el fondo sirvió para vender muchas revistas; digamos que fue un escándalo conveniente. La rubia sensual devino icono de una sociedad que se viste de carnaval para salir a exigir los derechos.

Un segundo problema con esta puesta en escena de las mujeres de negro es que peligrosamente se convierte en un pensamiento único e implacable que no se puede cuestionar porque pone en entredicho la misma lucha. Como tantas cruzadas mal entendidas, corre el riesgo de derivar en intolerancia, censura, rechazo a los matices e incluso cacerías de brujas a quien no piensa de la misma manera. La historia del arte esta plagada de estas manías totalizantes.

Hay muchas imágenes perturbadoras que miradas desde una perspectiva moral han sido una afrenta. El Origen del Mundo de Gustave Courbet, un pubis absoluta y descaradamente exhibido, es el poder de la sexualidad femenina. El famoso psicoanalista Jaques Lacan, lo atesoró ocultándolo detrás de otro cuadro. Hoy se exhibe en el museo D´Orsey y sigue provocando cierta incomodidad, algunos visitantes desvían la vista como si mirar la imagen los convirtiese en pervertidos a los ojos de los demás visitantes. Los dibujos eróticos de Turner atormentaron al crítico más grande de Inglaterra John Ruskin (los mantenía ocultos en unos de los cajones de su escritorio mientras desde la ventana de estudio, observaba a las niñas que jugaban inocentemente en la escuela de enfrente. Una de ellas con apenas 12 años atraparía la mirada de Ruskin y poco tiempo después sería su esposa). De más está decir los escándalos que provoca la obra cada vez que es exhibida.

Uno de los grandes temas de la secesión artística europea fue la sexualidad, pero el escándalo hizo víctima a Egon Schiele. Sus estudios en los que el cuerpo de hombres mujeres y niñas es exhibido sin pudor alguno, han llegado a considerarse pornografía y perversión. La relación incestuosa con su hermana Gertrude y sus relaciones con una adolecente condenaron a Schiele a ser perseguido e incluso encarcelado. Balthus nos obliga a confesarnos voyeristas al hacernos cómplices a través del ojo de la cerradura y mostrarnos el universo de la maliciosa infancia encarnada en cuerpos de niñas con rostros de adultos perversos. Penetrar en cada cuadro del artista, es asistir a un acto prohibido, incómodo, en el que somos nosotros, los espectadores, quienes completamos el ambiente ambiguo. Así fue como un grupo activista en contra del abuso exigió fuera retirada una de las obras de este autor del espacio que ocupa en el Museo Metropolitano de Nueva York. ¡Por suerte no fueron escuchados, aún!

La Carmen de Bizet, es una opera que nos cuenta cómo una emancipada y liberada, además de coqueta y provocadora gitana, hace de las suyas en contra del pobre y patético Don José. Liga con él y liga con el torero Escamillo y al final paga las consecuencias de su promiscuidad que, por lo que ella misma declara cantando, la ha hecho libre y libre ha de morir. Carmen ya no sorprende a nadie, lleva años insistiendo sobre lo mismo. Pero recientemente provocó una gran polémica. Una versión con final manipulado en el que en vez de morir acuchillada, tomó un revolver y mató a José. En opinión del director de escena, era necesario sentar un precedente en contra de la misoginia en la ópera.

En el Museo Guggenheim, Richard Prince presenta su retrospectiva (2009) Justo a la entrada se puede ver una de sus famosas apropiaciones, Brooke Schields en Pretty Baby (1978). Al lado de una tina de baño la niña de apenas 12 años muestra su cuerpo inocente, desnudo, húmedo y apetecible, como una fruta provocadora. Tan provocadora que se volvió un escándalo: los grupos en contra exigieron fuese retirado. El asunto se va a los juzgados. Prince apela por su derecho a exhibir un icono; no es solo Brook Schields, una niña inocente, es una de las imágenes más reproducidas y consumidas de la comunidad norteamericana. El artista se toma la libertad de mostrar un reflejo de lo que la sociedad consume.

La artista francesa Louise Bourgeois, fue una niña maltratada por su padre pero lejos de victimizarse, trabajó con ello. Un día mientras se sometía a los malos tratos, tomó un pedazo de migajón y esculpió con los más mínimos detalles del cuerpo paterno. Con un cuchillo lo partió en dos. “he decidido ser artista”, dijo. Ya famosa, cuando la trataban de analizar y salían a la luz sus “traumas” ella reía y continuaba incansable con su trabajo. Hoy en día las obras de Bourgeois están consideradas como uno de los cantos al feminismo más valiosos de la historia del arte. Sus casi 100 años fueron dedicados a expiar un incuestionable dolor. Ver el trabajo de la artista nos cambia radicalmente el sentido del arte y sobre todo de la vida.

¿Ganas de escándalo, trasgresión, provocación? O tal vez, ¿reconocimiento?. ¿Quiénes somos más allá de las convenciones y las formas dadas?, ¿en qué parte del cuerpo se ocultan nuestros miedos?, ¿hasta dónde llegan los límites de la representación?, ¿cómo juzgar un acto de seducción y volverlo una denuncia de abuso?.

Las imágenes que exhiben una sexualidad evidente y que detrás de su representación ocultan actos ofensivos y biografías escandalosas, ¿merecen ser exhibidas?, ¿son una afrenta para la reivindicación de los derechos de las víctimas?

Y volviendo a las chicas de negro, ¿hasta dónde y en dónde se debe llevar esta lucha?, ¿hasta obligar a Catherine Deneuve a ofrecer disculpas?, ¿cuál es el camino que debe elegirse delante de un parteaguas?, ¿las mujeres se han unido contra todo para generar un cambio?, ¿No somos acaso las mujeres las peores y más abusivas enemigas de las mujeres?, ¿qué sigue de todo esto?, ¿las madres educarán a sus hijas en absoluta libertad y respeto a su cuerpo?, ¿les dirán desde pequeñas que valen no como objetos sino como mentes inteligentes?, ¿la virginidad dejará de ser un valor de cambio para las familias?, ¿la belleza dejará de ser un pasaporte costoso para quien la posee?.

Las preguntas sobran, el tema es por demás complejo. Queda claro que en una gala en la que las celebridades hacen su “buena acción del día”, el asunto está lejos de agotarse.

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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