Jorge Lovera no distinguió el movimiento de la tierra del pasado 19 de septiembre. Viajaba en transporte público y pensó que la gente que salía aprisa de los edificios y casas participaba en el simulacro por el terremoto ocurrido en 1985.
Al paso de los minutos supo que estaba en medio de una tragedia y decidió acercarse a las zonas de devastación para cooperar.
El joven actor y psicólogo –convertido ese día en rescatista– acudió, como miles más, a ayudar en la colonia Lindavista, luego fue a la Obrera y de ahí a la Condesa…
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Ciudad de México, 20 de diciembre (SinEmbargo).- «Otra vez, el silencio. Pudieron sacar un último cuerpo. Lamentablemente sin vida, pero ya sentían los rescatistas que habían logrado hacer lo más posible. Empezamos a gritar: ‘¡Viva México!, ¡Viva!'».
Jorge Lovera equilibra su vida entre la sicología y el teatro. Tiene un perfil artístico-clínico. Estudió en el Claustro de Sor Juana y se dedica a dar terapias individuales, sin dejar a un lado la actuación. A las 13:14 horas del 19 de septiembre viajaba en una combi hacia el Metro Cuatro Caminos (conocido como El Toreo). El movimiento del vehículo evitó que percibiera el sismo, sin embargo, al atardecer de ese día, sintió que debía hacer algo, ayudar. Y así lo hizo…
«No se pudo distinguir si era el movimiento del transporte o de la tierra. Yo creo que ninguno de los que estábamos ahí arriba lo pudo sentir bien, bien. De hecho cuando estaba por llegar al metro, vi que había unas personas afuera de los edificios. Yo dije: ‘ah, pues es el simulacro’. Pero ya había pasado bastante tiempo, debía ser a las once y esto sucedió después de la una.
«Bajé al Metro. Estuvo 25 minutos parado, y tardó en recorrer seis estaciones como 40 minutos. Me desesperaba porque no comprendía la situación. Bajé en Metro Revolución y vi que había mares de gente saliendo de los edificios, gente que se dirigía a casa».
Los lugares por los que caminó, recuerda, no sufrieron daños totales, por lo que no podía todavía dimensionar las consecuencias. Tampoco tenía señal en su celular. El transporte público había colapsado.
«Me pude comunicar al fin con mi madre, con una amiga, con mi chava, y ya supe que estuvo terrible la situación. Lamentablemente no compartí esa situación con el grueso de la población, ¿no? Fue bastante tenso el asunto. Es increíble cómo pudo suceder 32 años y unas horas después.
«Cuando tuve la oportunidad de tener señal, comencé a enviar muchísimos mensajes a amigos y familiares para saber que estaban bien, si no les había ocurrido nada. Recibí un montón de mensajes de regreso en los que decían que estaban bien y demás, excepto precisamente de Pau (Paulina Gómez, quien sería rescatada de los escombros del 286 de Álvaro Obregón, en la Roma Norte), pero eran tantos mensajes que no lo pude notar.
«Había muchas personas, sobre todo los chavos, ya sabes, que estaban saliendo y buscando auxiliar, apoyar. Tengo que hacer algo porque estoy en el lugar (o muy próximo al lugar de los hechos). Me moví para poder auxiliar».
DE PSICÓLOGO Y ARTISTA, A RESCATISTA
En la madrugada del 20 de septiembre, Lovera se trasladó, junto a uno de sus amigos, a la colonia Lindavista Sur, delegación Gustavo A. Madero. El edificio del 911 de Coquimbo colapsó y todavía había personas atrapadas.
«Estaban los reporteros cubriendo la noticia. Nos pasaron material para poder estar preparados: cascos, botas, fajas. Yo ya traía mis guantes. Estaba el ejército y demás personas restringiendo el paso para cualquier voluntario, debido a que el edificio no se había caído totalmente, era un edificio de 7 plantas, pero las dos primeras se habían colapsado, entonces había riesgo de que se cayera.
«La preocupación era que no hubiera ni siquiera un rescatista que estuviera tratando de sacar a una persona. Esa era la indignación porque no se sabía a ciencia cierta si había alguien adentro, pero seguimos esperando y cerca de las 05:30 de la mañana salieron los topos del edificio, había gente adentro».
Los topos -que eran comandados por un hombre que necesitaba de insulina para seguir trabajando- informaron que ya no había nadie con vida al interior de los restos del 911 de Coquimbo.
En las zonas de desastre se pedía silencio, esa ausencia de ruido tensa para poder escuchar a cualquier persona que pudiera estar dentro de la construcción. Al parecer las personas que habían quedado ahí, habían fallecido. Entre ellos,un padre y una hija.
Cuerpos de protección civil arribaron desde Nuevo León y Lovera se retiró de la zona. Fueron un total de 9 personas las que perdieron la vida en esa zona cero -al norte de la capital-.
Luego, los caminos condujeron a Lovera hasta la esquina de Chimalpopoca y Bolívar, en la Delegación Cuauhtémoc, donde la caída de una fábrica dejó al menos 15 víctimas mortales. Ahí, en la colonia Obrera, la generosidad sobrepasó el desastre, no quedaba espacio para nadie más. Un hombre se aproximó y dijo que llevaría a una brigada al colapso de Ámsterdam y Laredo, en la Condesa, donde se requerían manos. Ese sería el tercer destino de Jorge.
«Nos subimos como 12 personas, íbamos de pie. Rebasando coches por Izazaga. Gritos. Descontrol, la Ciudad de México colapsada. Llegamos a Parque España y había muchísima gente. Centros de acopio, enfermerías, víveres, despensas, herramientas».
En Ámsterdam 107, el psicólogo comenzó pasando piedras y cubetas con las manos. Después, junto a cuatro brigadistas y un militar, le fue encargada la tarea de acomodar los restos en un camión aparcado a metros de la devastación.
«Mi tarea era llevar el escombro hasta el fondo del camión. Estuve recibiendo y órale, recibiendo y órale (agita las manos). Vaciábamos las cubetas y las regresábamos. Había vidrios, marcos de ventana, muchos ladrillos. Y de repente había un pedazo de escombro que tenía muchísimas varillas, y dijeron ‘aguas, aguas, aguas’. Lo subieron con esfuerzo y de repente: pum… Se levantó polvo. El esfuerzo, el sudor, provocaba que se empañaran los lentes. Traté de acomodarme, pero no medí bien y me rasguñó la espinilla».
El joven tuvo que soportar el dolor para evitar que lo sacaran del lugar luego de horas de esperar.
«Afortunadamente podía mantenerme en pie. Entonces dije: ‘estoy bien. Vamos a continuar. No pasó nada’.
«Chin…el patrimonio de algunas personas que ahí lo perdieron e incluso las personas que ahí pueden seguir atrapadas o que perdieron la vida, y que mucha de sus historia o de su vida, pues ahí quedó. Empecé a ver que llegaban libros maltratados por los escombros, es decir, parte de la biblioteca de una persona, los gustos de una persona que había amueblado su casa, que había construido su hogar, estaban deshechos, su patrimonio, su hogar…
“Vi los libros y la verdad no me atreví a tomar uno porque no sé, tal vez no quería llevarme ese recuerdo. En parte sentía que como no era algo mío, pues no tenía porqué llevarlo».
Cerca de las 10 horas del 21 de septiembre, luego de que se recuperara el último cuerpo (el séptimo), los presentes entonaron, a capela, el himno nacional mexicano.
«Cantamos todos juntos. Fue muy emotivo porque…en parte, esto representaba la generosidad y el sentimiento de compasión que se había generado a partir de este suceso y en el que todos estábamos conectados. Nos conectamos con este sentimiento en diferentes ocasiones.
«En esta cultura o en esta sociedad, lamentablemente, hay una especie de regla en la que todos nos emparejamos en un sentido de estar desconectados unos de otros, pero a partir de este movimiento que hubo, que fue demasiado extraño, parece que en mucha gente hubo mucha unión de unos con otros.
Cantar este himno mexicano significaba o simbolizaba la fuerza de la colectividad que estaba ahí».
Los trabajos se suspendieron. Jorge regresó a casa.
«Nosotros como colectividad, como sociedad, tenemos la capacidad de organizarnos. Cada día es una verdadera oportunidad, estamos vivos. Mucha gente no lo pudo contar, que no pudo completar sus proyectos de vida, y nosotros que estamos vivos cuántos proyectos tenemos y que creemos que son importantes y estamos dejando de lado a nuestra familia, nuestra felicidad, el poder generar algo importante para los demás, que solamente trabajar en algo que no me gusta para emborracharme el fin de semana y olvidarme del trabajo que no me gusta y regresar el lunes a lo mismo.
«Hay cosas muy importantes, cada uno de nosotros. Tú eres valioso, tú eres valiosa. Eres tan valioso y tan valiosa que no puedes desperdiciarlo en cosas que no tienen sentido. Ese será el verdadero parteaguas de tu vida. El sismo fue una oportunidad».