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Dolia Estévez

01/12/2017 - 12:00 am

No hay tecnócrata libre de culpa

Washington, D.C.—Los medios en Estados Unidos no se rasgaron las vestiduras con el destape de José Antonio Meade como la prensa chayotera. El rito perdió atractivo mediático desde que el destapado dejó de ser sinónimo de sucesor. La nota internacional del lunes se la llevó el anuncio del compromiso nupcial entre el Príncipe Henry de […]

“El manejo de Meade sobre derechos humanos, candente tema con el que tendrá que lidiar en caso de ganar, fue ominoso”. Foto: Presidencia

Washington, D.C.—Los medios en Estados Unidos no se rasgaron las vestiduras con el destape de José Antonio Meade como la prensa chayotera. El rito perdió atractivo mediático desde que el destapado dejó de ser sinónimo de sucesor. La nota internacional del lunes se la llevó el anuncio del compromiso nupcial entre el Príncipe Henry de Inglaterra y la actriz afroamericana estadounidense Meghan Markle. En un artículo en línea The New York Times llamó el destape de Meade la “apuesta más segura” del PRI pues, a diferencia de muchos, no ha sido embarrado con el fango de la corrupción. Aún así, señaló, no escapa a criticas de oportunista y de haber participado en encubrir presuntos fraudes y desvíos de fondos públicos bajo Peña.

Si bien no se le conocen, por ahora, actos de corrupción, Meade difícilmente podrá proyectarse como un tecnócrata libre de culpa o como Mr. Clean. Resulta bastante forzado el argumento de que es un candidato externo porque no militó en el PRI y fue secretario bajo el gobierno panista de Calderón. El PRI y el PAN son igual de corruptos. Comparten vicios y visiones. Avaló la estrategia fallida que marcó con sangre a dos sexenios y disparó la violencia a niveles record.

Junto con Luis Ernesto Derbez, Meade pasará a la historia como uno los cancilleres más grises y aburridos en tiempos recientes. No destacó en nada. Realizó gestiones de cajón: reuniones con secretarios de Estado, legisladores, gobernadores, la patrulla fronteriza y dreamers. Excluyó a las organizaciones no gubernamentales y a los medios. No recuerdo una sola vez que haya convocado a los corresponsales mexicanos en esta capital. Ambos grupos estamos en la lista negra del régimen.

El manejo de Meade sobre derechos humanos, candente tema con el que tendrá que lidiar en caso de ganar, fue ominoso. Provocó un insólito choque con el entonces relator contra la tortura de la ONU Juan Méndez, cuyo trabajo fue descalificado luego de que el abogado argentino asegurara que la tortura es práctica generalizada en México. Defendió la visita de Trump a Los Pinos en agosto de 2016 argumentando ilusamente que redujo el riesgo de confrontación, ayudó a moderar sus propuestas sobre migración y su promesa de cambiar el TLCAN. “Ahora los mexicanos en Estados Unidos se encuentran más tranquilos”, dijo en aquellas fechas. Rotunda equivocación. Su gestión al frente de la cancillería pasó sin pena ni gloria por los corredores del poder en Washington. Provocó bostezos.

LA ÚLTIMA CANCILLER

En el obituario de Rosario Green (Reforma, 27 de noviembre), quien falleció el sábado, Luis Videgaray no le hizo justicia. Green se definía fundamentalmente como una servidora pública y militantes priista “profundamente nacionalista”. Creía en la Doctrina Estrada, descartada por sus sucesores como reliquia del pasado. Fue la última canciller de esa escuela. Fue principista. Nunca marxista o trotskista, pero comulgó más con la izquierda moderada que con la derecha. “A mi la derecha me saca ronchas”, me dijo en 2013.

No le temblaba lo voz ante sus interlocutores estadounidenses. Igual rechazó las presiones de condecorados generales como de vacas sagradas de la diplomacia yanqui. En 1989, en una “acalorada conversación” con el General Barry McCaffrey, Green rechazó las presiones del zar antidrogas de Clinton para que se autorizara por escrito la portación de armas de fuego para el personal de la DEA. Durante los dos sexenios del PAN, cuya política exterior Green reprobó, se opuso a la Iniciativa Mérida que heredó el gobierno peñista. En 2007, como senadora, le reprochó al entonces subsecretario de Estado John Negroponte haber pactado en lo oscurito con Calderón la guerra a los carteles. Un año después, le dijo a la Embajada que resistir violaciones a la soberanía nacional era algo que los mexicanos “llevamos en la sangre”.

Green también confrontó al “club de Toby”. Un mundo machista en el que las mujeres deben enfrentar y pasar pruebas muy distintas a las que se someten los hombres. El embajador Jeffrey Davidow dice en su libro El Oso y el Puercoespín que en una ocasión le agarraron la pierna por debajo de la mesa en una reunión de gabinete y que un alto funcionario de la Cancillería acusó a Green de cambios de humor debido a cuestiones hormonales. Su libro, La Canciller, se lo dedica a las mujeres de México, “porque se trata de que no la hagamos, de que no lo logremos, de que nos demos por vencidas”. A ellas, les dijo: “quien abusó, entorpeció, dificultó o confabuló contra nosotras, así sea el padre, hermano, compañero o colega, no merece defensa”. Palabras más válidas ahora que nunca.

Sin quitarle mérito a su legado, y a su voluntad de hierro para vencer adversidades, Green pecó de priista insalvable. Defendió al PRI y a sus candidatos sin reservas. En 2006, por ejemplo, culpó a los medios de comunicación por la derrota de Roberto Madrazo. La cobertura negativa, dijo según cable de la Embajada, logró pintar a Madrazo como un político corrupto. También criticó a la sociedad civil mexicana por llevar sus quejas sobre violación de derechos humanos a los oídos de funcionarios estadounidenses. Acusó a una ONG, que el despacho no identifica, de darle dinero a la guerrilla zapatista procedente del gobierno alemán.

Cuando le pregunté a Green en 2013 si creía que como canciller Meade volvería al nacionalismo de antaño, me respondió que no, pero que tenía la esperanza de que prevaleciera el grupo con el que ella se identificaba. No ocurrió. Sus sucesores, sin excepción, se han acomodado a los intereses de Estados Unidos. Todos han sido obsequiosos. Unos más que otros. Green murió sin ver realizada su añoranza.

COMPRA DE INFLUENCIAS

Los recortes en el gasto público no impidieron al Secretario de Economía Ildefonso Guajardo salir de shopping. La secretaría de Economía recientemente contrató tres empresas lobbistas y renovó el contrato al bufete de abogados Pillsbury Winthrop Shaw Pittman LLP. Según datos de la División Criminal del Departamento de Justicia, donde las firmas están obligadas a registrarse y divulgar sus ingresos por ser gestores de gobiernos extranjeros, los chicos de Guajardo firmaron tres nuevos contratos con FTI Consulting (registro #6484), Kit Bond Strategies, o KBS,(registro #6486) y Playmaker Strategies (registro #6487).

Al renovar los servicios legales con el despacho Pillsbury (registro #5198), que data de 1997, Guajardo acordó pagarle un mínimo de 576 mil dólares y un máximo de 960 mil, entre el 28 de abril y el 31 de diciembre de este año. El contrato con KBS supera los 240 mil dólares (60 mil mensuales entre septiembre y diciembre), aunque la Secretaria de Economía sostiene que son solo 140 mil dólares. Los servicios prestados por FTI Consulting ascienden a 650 mil dólares. Guajardo aclaró que el monto representa un pago de “arranque” para promover una imagen favorable al TLCAN entre medios y organizaciones sociales.

El objetivo es abrirle acceso al secretario de Economía, a cargo de la negociación del TLCAN, y cabildear a favor del convenio en el Capitolio. No hubo licitaciones. Economía sostiene que los contratos se hicieron conforme a la Ley de Procedimientos Públicos.

Seguramente las firmas serán recontratadas en enero pues, como dijo Guajardo en rueda de prensa en la Embajada el miércoles, no hay fecha límite para terminar la negociación del TLCAN. Imposible saber a cuanto ascenderá la erogación total por concepto de estos servicios que muchos consideran frívolos. A manera de referente: entre 1995 y 1997, la Secofi, antecesora de Economía, derrochó 7 millones 591 mil dólares en lobbistas, publicarrelacionistas y consultores en Washington. Para los gobiernos extranjeros pavonear a estos tratantes de influencias es más una cuestión de estatus que una necesidad en una ciudad donde la forma es fondo.

Twitter: @DoliaEstevez

Dolia Estévez
Dolia Estévez es periodista independiente en Washington, D.C. Inició su trayectoria profesional como corresponsal del diario El Financiero, donde fue corresponsal en la capital estadounidense durante 16 años. Fue comentarista del noticiero Radio Monitor, colaboradora de la revista Poder y Negocios, columnista del El Semanario y corresponsal de Noticias MVS. Actualmente publica un blog en Forbes.com (inglés), y colabora con Forbes México y Proyecto Puente. Es autora de El Embajador (Planeta, 2013). Está acreditada como corresponsal ante el Capitolio y el Centro de Prensa Extranjera en Washington.
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