Diego Petersen Farah
24/11/2017 - 12:00 am
Violencia y autismo político
La violencia se está montando irremediablemente sobre el proceso electoral. Llegaremos a las elecciones en la cresta de la ola violenta que sigue rompiendo récord de asesinatos mes a mes e invadiendo hasta el último rincón del país. Aquello de que la violencia era un fenómeno localizado en tres estados y que los malos se mataban entre ellos, que fue el diagnóstico inicial del gobierno del Peña Nieto, quedó totalmente rebasado, pero nadie nos ha sabido explicar qué pasó, porque aquello que decía tener controlado se salió de que se hizo mal y sobre todo qué se dejó de hacer.
Mi amigo Fernando tenía a su vez un amigo, joven, de izquierda y radical, que acudía invariablemente a las barricadas en el Paris de los años sesenta. El amigo de mi amigo se colocó, valiente, frente a la policía y gritó a voz en cuello: “No pasarán”. Sin embargo, pasaron. Unos días después regresó a la barricada y al grito de “No volverán a pasar”, se enfrentó a la policía. Sin embargo, volvieron a pasar. En adelante, cuando acudía a las barricadas, consciente de que les pasarían por encima una y otra vez, simplemente se decía a sí mismo: “Haremos como que no pasaron”.
Algo similar sucede con los nuestros políticos y la violencia. Ante los aterradores datos del crecimiento de las muertes violentas en el país, la clase política y los partidos se han instalado en el haremos como que no pasó. No solo el gobierno de Peña Nieto, que, en una actitud casi infantil, cree que si él no ve el problema nadie lo ve, y que si él no habla del asunto entonces no existe. El fin de semana pasado los otros dos partidos o coaliciones que pretenden gobernar este país, el Frente Ciudadano por México y Morena, dieron a conocer sus plataformas políticas. Ninguno de los dos fue capaz de presentar un proyecto mínimamente viable sobre el tema. Más aún, ni siquiera un diagnóstico claro de qué es lo que está sucediendo en el país. Ambos se centran en ideas generales y promesas vacuas tipo “recuperaremos la paz” o “reestableceremos el Estado de Derecho y la moralidad de los cuerpos policiacos”, pero ninguno de los dos llega al fondo del problema; ninguno habla del crimen organizado y de sus vínculos con la clase política; ninguno es capaz de presentar un mínimo de acciones para recuperar la paz.
La violencia se está montando irremediablemente sobre el proceso electoral. Llegaremos a las elecciones en la cresta de la ola violenta que sigue rompiendo récord de asesinatos mes a mes e invadiendo hasta el último rincón del país. Aquello de que la violencia era un fenómeno localizado en tres estados y que los malos se mataban entre ellos, que fue el diagnóstico inicial del gobierno del Peña Nieto, quedó totalmente rebasado, pero nadie nos ha sabido explicar qué pasó, porque aquello que decía tener controlado se salió de que se hizo mal y sobre todo qué se dejó de hacer.
Todos podemos estar de acuerdo de que el problema de fondo es el Estado de Derecho y que lo que detrás de la inseguridad es una lacerante pobreza, y que a largo plazo la única salida es la educación. Pero aquí no hay largo plazo. Cuando lo que está en juego es la vida y la seguridad de las personas los rollos sirven de poco. El paciente se está desangrando y los médicos, autistas y soberbios, solo quieren hablar de la diabetes y regañar al moribundo por su mala alimentación.
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