Antonio Salgado Borge
17/11/2017 - 12:05 am
La marea que se nos viene
Que las redes sociales han sigo explotadas sean empleadas por actores políticos para manipular al público no es novedoso.
Las redes sociales significaron durante la primera década de este siglo una posibilidad que no llegó a ser actualizada. Supuestamente veríamos la construcción de espacios ideales para el ejercicio de un tipo de democracia difícilmente pensable en la era analógica y nos desharíamos de la manipulación ejercida a través de medios tradicionales, particularmente por medio de las televisoras. Pero es evidente que algo salió muy mal en el camino.
Así, tal como muestran una reciente portada de The Economist y centenares de artículos en periódicos internacionales dedicados al tema, tal parece que en 2017 hemos aprendido a aceptar el fracaso. Y resulta que entre manos tenemos un problema macroscópico. Las redes sociales se han vuelto una amenaza tanto para la democracia como para el pensamiento crítico que ésta necesita.
En este sentido, las causas de este fracaso pueden ser divididas en al menos dos grupos. El primero es meramente político-electoral, y tiene que ver con la forma en que algunas causas o campañas –particularmente las conservadoras- han logrado manipular las opiniones de millones de personas a través de las redes sociales.[1] Ejemplos paradigmáticos son Brexit, en Reino Unido, o Donald Trump, en Estados Unidos. El segundo, estrechamente vinculado, pero más profundo y fundamental que el primero, tiene que ver con la lógica misma de las redes; particularmente, con la forma en que los dueños de estos espacios han buscado intencionalmente explotar impulsos y fragmentar la capacidad de atención y reflexión para maximizar sus ganancias. Este artículo estará dedicado exclusivamente al primero de estos puntos. Un análisis del segundo punto podrá ser encontrado en entregas posteriores de esta misma columna.
Que las redes sociales han sigo explotadas sean empleadas por actores políticos para manipular al público no es novedoso. Sí lo es el alcance de las tácticas empleadas y la forma en que éstas han ido creciendo sobre una estructura contaminada. Dado que el próximo año elegiremos presidente, este punto tendría que ser especialmente relevante para los mexicanos. Y es que un primer aspecto de este problema es la falta de regulación para la publicidad política en redes.
Las causas de estos vacíos legales son atribuibles a dos orígenes no excluyentes: el primero, y cada día menos justificable, es lo novedoso del fenómeno de la publicidad en internet. El segundo, y sin duda el más importante, es la enorme capacidad de influencia y de “lobbying” de Facebook y compañía. Estas compañías han logrado que en algunos países -como Estados Unidos- la contratación de espacios publicitarios para campañas no sea sujeta a los mismos controles que la publicidad contratara en medios tradicionales. Esto ha permitido que en ocasiones no quede claro quién contrata anuncios o para qué fines, y que, incluso cuando llega a conocerse el cuestionable origen de una campaña, no pueda hacerse nada para detenerla. De esta forma, durante la pasada elección presidencial en Estados Unidos, contenido favorable a Donald Trump financiado u operado a través de entes vinculados al gobierno ruso pudo alcanzar a 40% de la población de ese país.[2]
Otro esquema empleado para manipular opiniones, quizás mejor conocido que el anterior, es la implantación de noticias falsas que pueden ser privilegiadas en frecuencia y posición, y personalizadas para aparecer en los muros ciertas categorías de usuarios que las pueden encontrar atractivas. Así, millones de personas son expuestas a notas escandalosas normalmente asociadas a teorías de conspiración o supuestas “bombas” informativas. Facebook y Twitter son culpables de este fenómeno, pues no sólo dejaron crecer este problema; lo alimentaron directamente a través de su poca voluntad de filtrar contenidos tramposos y de su uso de algoritmos que, probablemente buscando maximizar las interacciones de sus usuarios, terminaron por hacer altamente efectivas este tipo de publicaciones.[3]
Como consecuencia de la presión de diversas organizaciones y gobiernos[4], empresas como Facebook o Youtube –propiedad de Google- han asegurado que actualmente trabajan en formas de eliminar publicaciones perniciosas sin violar la libertad de sus usuarios. También se han incrementado los “moderadores” de contenidos, y han surgido iniciativas independientes que buscan identificar “noticas falsas”. Sin embargo, mucho se ha comentado que este tipo de proyectos tienen un alcance mínimo o nulo.
En un primer sentido, esta reacción es comparable con la del capitán de un barco que se hunde -supongamos el Titanic,- que anuncia a sus pasajeros que una decena de tripulantes, cada uno equipado con un copa para vino, se encuentran trabajando en expulsar el agua que brota por todos los lados. Uno podría argumentar que esta técnica, al menos en principio, podría funcionar: sólo necesitamos suficientes copas de vino y suficientes individuos expulsando el agua permanentemente para evitar la inundación. Claramente, esta no puede ser nuestra meta.
Pero más allá de complicaciones logísticas o presupuestales, todavía más problemática y fundamental resulta la noción de investir a personas o compañías “iluminadas” y brindarles la autoridad de determinar lo que es verdadero es problemático, particularmente cuando lo que está en juego no son notas triviales. Una cosa es identificar que la nota sobre “el perro de cinco patas que podía hablar” es falsa y otra muy distinta es calificar como verdadero o falso el contenido de afirmaciones complejas y de alto impacto político, cuyo análisis suele requerir investigación e inteligencia. Y cuando este es el caso, ¿quién vigilará a los supuestos vigilantes? Además, este esquema, atractivo por su inmediatez, es insostenible a mediano plazo – ¿en qué vigilante confiamos cuando haya diagnósticos encontrados? -, y atenta contra la idea de un público capaz de deliberar y de discriminar autónomamente contenidos. Para ser claros, la solución pasa necesariamente por mejor regulación, pero también por una reforma de fondo en el concepto de redes sociales como compañías con fines de lucro que explotan la economía de la atención.[5] De esta forma, se reducirían los estímulos que hoy propician que Facebook y compañía se renten al mejor postor u obtengan beneficios a partir de la mercantilización de basura.
Finalmente, la publicidad sin regulación y las noticias falsas sin control están relacionadas con el surgimiento de un nuevo fenómeno; a saber, la intromisión de algunos países –como Rusia- en las democracias de otros a partir de la manipulación de sus ciudadanos. Es bien sabido que millones de “bots” ligados a Rusia compartieron masivamente vía Twitter y Facebook en vísperas de la elección en Estados Unidos notas adversas a Hilary Clinton o favorables a Donald Trump. Recientemente, Theresa May, Primer Ministra británica, acusó directamente a Rusia de buscar intervenir en la democracia de Reino Unido[6], y mucho se ha hablado de la intervención extranjera en el conflicto catalán[7].
Ante semejante escenario, sería ingenuo, por decir lo menos, suponer que las elecciones mexicanas estarán blindadas contra las montañas de publicidad de origen desconocido en redes, contra las noticias falsas, o contra la intervención de algún gobierno extranjero siguiendo, por ejemplo, el formato ruso. Lo contrario es mucho más probable. Dado que el INE no podrá o no querrá hacer nada al respecto, debemos prepararnos para ver nuestras redes saturadas de publicidad disfrazada de contenidos noticiosos. En las próximas elecciones los mexicanos probaremos también el alcance de las noticias falsas en nuestro país. En este sentido, veremos un desfile de versiones de eventos escandalosos que harán difícil distinguir los hechos de las ficciones. Es predecible que todos los partidos políticos mexicanos recurran a este tipo de tácticas.
Finalmente, sería de una ingenuidad astronómica suponer que países como Rusia o Estados Unidos no estarán interesados en intervenir en nuestras elecciones mediante las tácticas que internet actualmente permite. Para ser claros, la pregunta, no es si habrá intervención extranjera, sino de dónde vendrá y a favor de quién o quiénes vendrá este apoyo. ¿Alguien puede meter las manos al fuego por algún partido o candidato y afirmar que éstos no aceptarían, por ejemplo, el apoyo de Rusia –y todo lo que ello implica- con tal de ganar la presidencia? Si se podría pensar, con razón, que la intromisión siempre ha existido, me parece que, dadas las tecnologías disponibles, y con base en lo que hemos visto en los últimos años, particularmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, no es descabellado afirmar que lo que veremos el próximo año será inusitado.
El panorama descrito es triste, pero realista. Para los mexicanos, 2018 probablemente termine siendo el punto de quiebre que nos obligue a tomar en serio una amenaza que hasta hoy hemos desestimado. Mientras esperamos a que ocurra lo inevitable, sólo nos queda identificar el problema, y esperar a que esta marea no nos arrastre.
@asalgadoborge
[1] https://www.economist.com/blogs/economist-explains/2016/03/economist-explains-23
[2] https://www.economist.com/news/briefing/21730870-economy-based-attention-easily-gamed-once-considered-boon-democracy-social-media
[3] https://www.nytimes.com/2017/09/08/opinion/facebook-wins-democracy-loses.html
[4] https://www.theguardian.com/technology/2017/oct/22/facebook-google-twitter-congress-hearing-trump-russia-election
[5] https://www.nytimes.com/2017/10/31/technology/how-to-fix-facebook-we-asked-9-experts.html
[6] https://www.theguardian.com/politics/2017/nov/13/theresa-may-accuses-russia-of-interfering-in-elections-and-fake-news
[7] https://www.washingtonpost.com/opinions/global-opinions/catalonia-held-a-referendum-russia-won/2017/10/02/f618cd7c-a798-11e7-92d1-58c702d2d975_story.html?utm_term=.0ccc2fbcd9cf
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