Jesús Ramón Ibarra (Culiacán, 1965) pertenece a la alta estirpe de poesía sinaloense. Acaba de publicar su antología con la editorial Atrasalante y su poemario Teoría de las pérdidas se consigue por el Fondo de Cultura Económica, al haber ganado el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes.
Ciudad de México, 18 de noviembre (SinEmbargo).- Jesús Ramón Ibarra (Culiacán, 1965) pertenece a la alta estirpe de poesía sinaloense. Obtuvo, en 1989, el Premio Estatal de Poesía Inés Arredondo por Poemas dispersos; en 1994 y 1997, el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura por Barcos para armar y Amigo de las islas, respectivamente; en 2005, el Premio Nacional de Poesía San Román, otorgado por el Gobierno de Campeche, por El arte de la pausa y, en 2006, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen por Crónicas del Minton’s Playhouse. Ha publicado, asimismo, los libros de poesía Paraíso disperso (1991), Defensa del viento (1994) y Heroicas (2013), así como el libro de crónica La pelota, el corazón del aire (2011). En 2015 recibió el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con su poemario Teoría de las pérdidas, un poemario singular que explora el dolor de la ausencia desde diversas orillas.
“Yo soy una persona que gusta de escribir a mano. Desde muy joven me hice de pequeñas libretas. Cuando no hay dónde escribir, me acompaño de una grabadora. Ahí voy dictando algunos versos, así dicen que hacía Jorge Luis Borges. Luego mi hijo me mira extrañado”, supo decir Ibarra a la Universidad de Nuevo León, dónde presentó su trabajo sobre “el dolor y la muerte, aunque tiene un costado luminoso”.
–¿Eres más poeta que escritor?
–Esa es una pregunta muy interesante, porque los narradores se llaman a sí mismos escritores, sin embargo el hecho de que la poesía se manifieste como una de las formas más dignas de la escritura, me permite entender al poeta como un escritor, que por los distintos rangos que explora del lenguaje está en la voluntad de tener al lenguaje como una forma transitable y flexible. Claro, me sigue gustando más ser llamado poeta, la frase que involucra al poeta como el ser que explora otras formas del lenguaje.
–Desde Paul Auster a Roberto Bolaño, son muchos los narradores que han querido ser poetas, ¿cómo lo ves a lo largo de la historia?
–A lo largo de la historia veo a Rilke como narrador, sin embargo es mucho más difícil recordar cosas de narradores que se han metido en la poesía. Hay poemas de Hemingway, de Bertolt Brecht, de Faulkner, de James Joyce. Hoy en el ámbito de la literatura mexicana se hizo más reconocido este tipo de fenómenos, como el de Julián Herbert, que han estado en estos territorios anfibios y se han movido con bastante soltura; César Silva empezó como poeta y ahora se dedica a la narrativa. Luis Jorge Boone, que es un hombre que escribe mucho, está en ambos territorios. Sí hay casos, creo que es entendible por la posibilidad de sintetizar, narradores que tenían tanto músculo como el de Roberto Bolaño, buscar esa síntesis de un universo propio a través de un poema me parece difícil, pese a que la tradición chilena se lo podía permitir.
–A mí a veces la poesía me parece una canción. Que puedes recordar un poema toda la vida de determinado poeta…
–Yo la vivo todo el tiempo, a lo mejor por la divergencia del lenguaje. Sí es muy difícil que de la poesía reciente se te quede algo fijo, pero creo que uno va a tener presente la tradición, que es la que lo ha ido formando. Pues trato de mantenerla al día, tengo un taller literario que ya lleva 20 años, regularmente lo que hago es recomendar poetas, a poetas jóvenes y tratar de que los jóvenes de mi taller estén al día con lo que se está publicando y al mismo tiempo tratar de mantener el equilibrio entre lo novedoso y lo tradicional o clásico.
–Cuando la gente me dice que no lee poesía, siempre digo: pobre de ellos
–Exacto. Eso es muy curioso y me parece muy raro pedir que lean poesía. La gente lee esos grandes volúmenes de narrativa, que le lleva meses enteros terminar y en un minuto puede acceder al goce de un poema. Leer un gran poema no te lleva más de 2 minutos. Creo que hace falta tener un aparato de promoción y de difusión de la poesía de tal forma que la gente la lea y se entere. Hay muy buena poesía en México.
–¿Cuántos libros tienes tú?
–Yo tengo seis libros. El más reciente es una antología que salió en forma adicional con la Universidad de Sinaloa y la editorial Atrasalante, que coordina Iván Trejo en la Universidad de Monterrey, quien es además un gran poeta, uno de los máximos promotores de la obra de Juan Gelman. Antes saqué Teoría de las pérdidas, que ganó el Premio Bellas Artes de Aguascalientes. Ahora estoy en proceso de un libro que seguramente saldrá el próximo año y que tiene el título tentativo de 206 huesos.
–¿Es con el tema de la violencia?
–Tiene el tema de la violencia contra la mujer, contra uno mismo, la violencia en varias formas, pero sobre todo la vulnerabilidad del cuerpo, cuando uno se entera que tiene una enfermedad que es como una máquina del tiempo, no sabes cuándo te va a caer el golpe y entiende y asimila uno de pronto esa fragilidad. Tienes que andar sobre plumas, tienes que cuidarte porque tienes gente y tienes muchos proyectos que sacar adelante.
–Tú eres joven todavía, ¿cómo te sientes al trabajo de la antología?
–Antes tenía como una visión desalentadora del trabajo poético, sobre todo con respecto a los narradores, sacan un libro por año y te sientes un poco en el ámbito de competencia. Pero con el paso de los años he comprendido que el trabajo del poeta es muy lento y muy puntual. Muy artesanal y que no tienes por qué desprenderte de él fácilmente, leo poemas de hace 10 años, corrijo pocas cosas, porque entiendo que la persona que lo escribió hace 10 años era distinta. No me desespero. Me siento muy bien. Tengo planes, publicar sólo dos libros de poesía más, dedicarme a la narrativa e irme a vivir al campo, pero esas son como visiones románticas que muchos escritores tenemos. Me veo muy bien hacia el pasado y hacia el futuro.