Todo el tiempo estamos respondiendo acerca de cómo leemos tal autor británico o este, de más acá, tan cerca y tan lejos, con el inglés por medio. Pero teniendo en cuenta lo mucho que se publica aquí en México y lo importante que están empezando a ser los autores nuestros, ¿cómo nos leen afuera? ¿Las editoriales españolas determinan como antes lo que se lee en cada país o hay redes (tanto en Internet como de personas que viven un tiempo aquí) que se comprometen a otros grupos, a otros libros?
Ciudad de México, 11 de noviembre (SinEmbargo).-Cuenta Jorge Herralde, el editor contumaz de Anagrama (aunque ya retirado, todavía tiene voz y voto), que la obra del argentino Ricardo Piglia (1941-2017) pertenecía a Planeta y que como tal no salía en España y no permitía que ninguna editorial lo publicara. Hasta que muy avanzada su escritura (con Plata quemada y Respiración artificial largamente leído por sus seguidores en Argentina), finalmente pudo quedarse con los derechos y en México conocimos a Ricardo a los 70 años, cinco antes de morir, cuando él vino y con él sus libros.
No conocimos eso sí a Antonio di Benedetto (1922-1986) –aunque hoy hablamos de la novela que se hizo película, Zama, a cargo de Lucrecía Martel– y mucho menos conocimos a Alberto Laiseca (1941-2016), que cuando Argentina fue invitada de honor en la FIL Guadalajara –hace tres años–, el mayor deseo de su jefe de prensa, Mariño González, hubiera sido traer al autor de Los Sorias y Matando enanos a garrotazos.
¿Y AL REVÉS, QUÉ PASA?
Escuchamos al joven autor colombiano Juan Cárdenas (Popayán, Cauca, 1978), autor de la reciente El diablo de las provincias (Periférica), hablar una y otra vez de Sergio Pitol.
“A mí no me gusta hablar mal del boom, porque considero que en muchos sentidos fue bueno. Y porque autores como Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti quizá no hubieran tenido la proyección que le dio el arrastre desea ola que generó el Boom. Por otro lado, creo que ha habido una serie de efectos colaterales, entre los cuales el más preocupante es el que mencioné, porque de repente se generó un canon capaz de oscurecer toda esa constelación de autores, además de afectar a toda una serie de autores posteriores. Estoy hablando, por ejemplo, del mexicano Sergio Pitol –quien aparte de ser un magnífico traductor es un excelente escritor”, dice con entusiasmo el escritor sudamericano.
“Sergio es un genio de la traducción, del lenguaje, de las formas y fue una influencia fundamental en el periodo formativo de mi escritura. Iba a terminar vinculado a México tarde o temprano. Cuando lees los libros de Sergio es mucho más joven que la de muchos compañeros de nuestra generación. La literatura de Pitol tiene una frescura, una plasticidad y sobre todo muestra a un sujeto plantado frente al mundo de una manera muy juvenil, muy nueva”, afirma Cárdenas.
De Bogotá, pocos autores como Evelio Rosero (1958), autor entre otros de Los ejércitos, quien considera que “La literatura mexicana es formidable, de las más determinantes que hay en Latinoamérica. Personalmente y no solo como lector agradecido sino como autor, esta literatura me ha modificado y toda gran literatura se destaca por su capacidad de modificar”.
“Tal vez mi primer acercamiento a ella ocurrió en el colegio, con Mariano Azuela, Los de Abajo. Después seguirían los cuentos inolvidables de Juan José Arreola y, por último, el pregonero mayor del México literario, Juan Rulfo. Leyendo a Rulfo leía los mismos pueblos de mi infancia, porque el paisaje humano del campesino y del indio de los Andes, al sur de Colombia, tiene nexos profundos con la obra de Rulfo”, dice.
Después de ese deslumbramiento de lector empezó la curiosidad y aprendizaje de escritor. Leía y releía los cuentos y la novela de Rulfo, procurando desentrañar cada ámbito, cada diálogo. Si nunca pertenecí a ningún taller literario, puedo confesar que estas relecturas de Rulfo me enseñaron a escribir. Con Fuentes y con Paz no me ocurrió nada semejante. Aparte de un cuento de Paz, certero y apabullante, diría que escatológico (“El ramo azul”), que me hizo lamentar que Paz no dedicara más tiempo a la escritura de cuentos, ni su poesía ni su obra ensayística me remecieron igual. Pero entre gustos no hay disgustos, dicen. Igual me pasó con Fuentes. Me asombraba que amigos y conocidos dedicaran sendas tesis universitarias a la obra de Fuentes. Terra Nostra me ayudó varias veces a combatir el insomnio”, agrega.
“Definitivamente, Juan Rulfo me parece la cumbre principal del ámbito literario latinoamericano, y por supuesto una cúspide importante en el panorama universal. Cada tantos años vuelvo a leerlo, y, al igual que con ciertos maestros rusos del siglo diecinueve, encuentro aportes distintos, enseñanzas, sensaciones nuevas y nuevos mundos por conocer”.
En su línea se ubica Héctor Abad Faciolince (1958, Medellín, Colombia), quien asegura haber leído a todo Rulfo, “lo cual no es difícil”.
“De los poetas, Sor Juana, López Velarde, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, todos con pasión. Ensayistas, Alfonso Reyes el primero y luego Zaid, Paz, Monsiváis, Villoro, Krauze, Volpi. Narrativa es lo que más he leído: me gustaba el primer Fuentes, luego no. Ibargüengoitia, Arreola, Monterroso, así fuera guatemalteco, Garro, Aguilar Camín, Mastretta, Morabito, Boullosa, Nettel, Enrigue…”, describe el autor de El olvido que seremos.
CRISTINA RIVERA GARZA, FERNANDA MELCHOR, YURI HERRERA…
“La literatura mexicana es inmensa y compleja. Sin ser un gran conocedor, me gustaría referir algunos textos que me han sorprendido, porque más allá de su calidad estética – que la tienen, por supuesto – abren espacios a otros modos de comprender la literatura en tiempos complicados para ella. Libros que dejan de lado asuntos gremiales para privilegiar voces disidentes o relegadas por la historia mexicana y sus procesos de modernización”, dice el chileno Emilio Gordillo (1981), autor de la novela Croma.
“Entre estos, me interesa mucho lo que está haciendo Cristina Rivera Garza con Había mucha neblina o humo o no sé qué, porque propone estrategias para construir junto a parte de la riqueza más grande este país, sus comunidades indígenas violentadas por el proyecto modernizador asesino. Toma propuestas de intelectuales indígenas como Floriberto Díaz y las trabaja en las formas de un libro extraño y puesto a favor de la comunidad y de un construir juntos”.
“A su modo, Yuri Herrera también consiguió construir un lenguaje para dar cuenta de universos complejos dentro de este enorme y diverso país, pero eso ya todos lo sabemos, porque Yuri es una lectura central mexicana”, argumenta Gordillo.
“Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, me parece algo nuevo en tanto invención de una lengua costeña y un imaginario que explique, desde un artificio, lo diverso, extraño y rico que puede ser este lugar, dialogando con las violencias que los medios normalizan para reinventarlas arrebatárselas. Me interesan estos proyectos y otros como ellos, pienso en Sara Uribe o la escritura periodística de Daniela Rea, precisamente porque en Chile no los veo, más allá de uno, dos o tres autores de los cuales dos se encuentran viviendo en el extranjero. Son libros que trabajan sobre elementos estéticos y además importa el relato, pero no es la trama lo central, sino más bien el conocimiento de cierta destrucción del tejido social y su posible reconstitución posterior”, concluye.
En esa línea de pensamiento se ubica Cynthia Rimsky (Chile, 1962), autora entre otras de El futuro es un lugar extraño: “Yuri Herrera y Cristina Rivera Garza me parecen fuera de serie porque están creando un nuevo registro y una nueva escritura con otra mirada”, afirma.
MUCHO PARA LEER, AUNQUE SEA DIFÍCIL CONSEGUIRLO
“Es mucho lo que uno quiere leer y no tanto lo que se puede conseguir por estos lares. Así y todo, de 2010 para acá —por poner una fecha—, pude leer a varios autores mexicanos”, dice Martín Cristal (Argentina, 1972), ganador del Premio de Novela Corta con Aplauso sin fin y autor de Las ostras.
Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue; Saña, El rastro y Las genealogías, de Margo Glantz; Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco; Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos; Temporada de caza para el león negro, de Tryno Maldonado; Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera; Catálogo de formas, de Nicolás Cabral (de quien ya tengo su nuevo libro de cuentos, Las moradas, todavía por leer); Después del invierno, de Guadalupe Nettel; La fila india, de Antonio Ortuño; La torre y el jardín, de Alberto Chimal; Miramar, de David Miklos y Arrecife, de Juan Villoro.
En la Feria del Libro de Córdoba de este año hubo un stand dedicado a México; ahí pude conseguir más títulos que leeré pronto: Bisontes, de Daniel Espartaco Sánchez; Continuum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld, de Édgar Adrián Mora; Humo, del regiomontano Efrén Ordóñez. Y un par de clásicos: Se está haciendo tarde (final en laguna), del gran José Agustín —que ya había leído de prestado y que quería tener— y Desde la tersa noche, del querido maestro Eusebio Ruvalcaba.
40 LIBROS DE PACO IGNACIO TAIBO II
“En la soledad nocturna del metro de Buenos Aires, un empleado que se encarga de la limpieza de la estación Pasteur-AMIA de la línea B, piensa e imagina su próximo libro”, así iniciaba su cable de agencia la china Xinhua, presentando a Kike Ferrari (Argentina, 1972), a quien ya hoy conocemos entre otras cosas porque la editorial NitroPress ha publicado su novela Nadie es inocente.
“En su hora leí, claro, como todos, a Carlos Fuentes, Octavio Paz y a Juan Rulfo. De los tres, sólo éste llegó a conmoverme profundamente. Pedro Páramo y El Llano en llamas son, no descubro nada, dos de los libros imprescindibles del siglo XX. También leí de pibe a José Revueltas: Los muros de agua, El material de los sueños, En algún valle de lágrimas”, expresa Kike.
“Más acá en el tiempo se produjo el máximo impacto que la literatura mexicana haya tenido en mi vida y que se llama Paco Ignacio Taibo II. Con Paco descubrí una nueva forma de narrar y de leer. No puedo enumerarte los libros suyos que leí porque son alrededor de 40. Digamos que Arcángeles, en lo que hace a historia y Cuatro manos en el terreno de la ficción, fueron los más importantes para mí”, argumenta.
“En la actualidad leo cada vez que puedo el trabajo de Bef. También tengo entre mis libros algunos de Emiliano Monge, Francisco Haggenbeck, Iris García Cuevas, Aarón Vargas, Jorge Belarmino Fernández, Imanol Caneyada”, concluye.
EL LIBRO DE EMILIANO MONGE ME DEJÓ SIN DORMIR
Betina Keizman (Argentina, 1966) es una escritora y docente muy prolífica. Vivió bastante tiempo en México, luego en Francia y ahora radica en Chile. Su reciente libro es Los restos, una novela de la que Ana García Bergua dijo, entre otras cosas, que “su prosa es casi hipnótica, como esos sueños de los que uno no se puede despertar”.
“Entre lo último que leí de literatura mexicana y lo que más me gustó está Las tierras arrasadas de Emiliano Monge, El huésped y El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel, Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue y Había mucha niebla o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Me parece que, como siempre, la literatura mexicana está despierta y permeable en relación con la actualidad, la suya y la del mundo en general. Hay en estos libros que menciono, desde disposiciones éticas y literarias muy heterogéneas, una respuesta a un desafío, que es el de desarrollar un arte literario en y con una sensibilidad contemporánea”, relata Keizman.
“El libro de Monge me dejó sin dormir. Por una parte es libro muy tradicional en cuanto a los referentes culturales que maneja, pero eso está mechado con las voces de lo que quieren pasar la frontera, los círculos del infierno, una pluralidad de voces que también resuena en el libro de CRG. Y también los dos libros habitan esa tensión del mundo global y el desplazamiento, por un lado, y de la incomunicación y la precariedad por el otro”, expresa.
“En Álvaro Enrigue y Guadalupe Nettel leo otras preocupaciones, pero que se ligan: la multiplicidad de cuerpos que nos habitan, la sensación de vivir conectados, pero tan lejos. Estamos viviendo un periodo en que la expansión y la posibilidad conviven con la violencia y la sensación de habitar al borde del desastre. Hay una búsqueda muy intensa por hallar formas que reúnan y den sentido a esa pluralidad. Eso es lo que veo”, concluye.
PEDRO PÁRAMO Y PALINURO DE MÉXICO
Alejandra Laurencich (Argentina, 1963) es narradora y dirige la revista literaria La Balandra. Su reciente obra es Las olas del mundo (Alfaguara), una novela donde la autora hace justicia con su adolescencia.
“Juan Rulfo y Fernando del Paso son los más admirables para mí. Una y otra vez puedo volver a sus Pedro Páramo o Palinuro de México y siempre salgo extasiada, son de los mejores libros que leí, y a los que les rindo homenaje cuando puedo”, dice Alejandra.
“También leí y disfruté tanto como para recomendar a Yuri Herrera, Antonio Ortuño, Paco Ignacio Taibo II, Jorge Volpi (de él solo leí el libro Memorial del engaño, pero basta como para ponerlo en la lista de recomendados), Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Sor Juana Inés de la Cruz, Daniela Tarazona, Guadalupe Nettel, Juan Manuel Servín, Mauricio Montiel Figueiras, Gerardo Grande, todos autores de un país en el que se puede bucear y encontrar siempre buena literatura”, concluye.
ENTRE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ Y ÉLMER MENDOZA
“Soy y he sido desde muy chica una lectora obsesiva. A falta de Internet y de televisión en mi natal Misiones y como era muy tímida e insegura de mí misma, me encerraba a leer días enteros. Algo que continuó en estos tiempos en que la televisión me fastidia, los noticieros: peor, el periodismo nuestro esta tan desprestigiado -sobre todo el de los medios electrónicos- y un libro para mí es un bálsamo de paz y de escape de un mundo y una realidad humana que me espanta, más que alegrarme”, dice Olga Wornat (Argentina, 1959), periodista y escritora, autora entre otros de dos libros críticos a la familia Fox: La Jefa, biografía de Sahagún y Crónicas Malditas, en el cual denuncia al hijastro de Fox por tráfico de influencias.
“Sor Juana Ines de la Cruz, siempre. Sus sonetos. Juan Rulfo: Lo llevo en el alma desde mi adolescencia cuando mi novio y padre de mis hijos, que en paz descanse, me regalo para un cumpleaños: Pedro Páramo, libro que enterré (literalmente) durante la dictadura y lo recupere intacto en democracia. Tiempos de militancia y sueños de revoluciones. Leerlo me remite a esa etapa luminosa de mi vida a inicios de los 70, cuando todo parecía posible…”, expresa.
“Jorge Ibarguengoitia: amo su estilo y su prosa simple y satírica, que refleja el ser mexicano. Lo descubrí por la recomendación de un amigo, cuando llegue a México en el 2002. Y me gustó tanto que las veces que fui a Guanajuato visité su casa. Me gustan mucho Las Muertas y Los Pasos de López. En realidad me gusta todo… Elenita Garro: genia total, loca, maldita, audaz, tierna, sincera, intensa, profunda.. La admiro muchísimo. Leí todo de ella. En algún momento me volví obsesiva de su vida personal. De su relación con Paz. De sus amores. Y me reí como loca cuando Bioy Casares, al que entreviste viejito en Buenos Aires, me hablo de ella y de que su romance se había terminado porque él no quiso cuidar de unos gatos que ella le envió de México. Creo que no está lo suficientemente reconocida y para mí, tenía mejor pluma que la de Octavio Paz. Una escritora súper poderosa de los inicios del Siglo XX”, agrega.
“José Revueltas Otro maldito. Otro loco brillante. Lo empecé a leer en México por recomendación de mi editor de Random House, Ariel Rosales. Sinceramente también creo que no está lo suficientemente reconocido. No sé si esto tiene que ver con su postura política, su pasión por los personajes de las orillas, sus ambivalencias y su batallas perdidas, su paso por las cárceles. No lo sé. Pero siento que no se lo reconoce como debería. Sus libros los encontraba en una librería de Alvaro Obregón muy antigua que creo que se jodió con este último sismo. Los Muros del agua. Los Muros Terrenales. El Apando”, continúa Wornat.
“¡Élmer Mendoza me encanta! Aunque no leí todo lo suyo, sí sus crónicas y Un asesino solitario, Balas de Plata y Besar al detective”, concluye.
GUADALUPE NETTEL, CON SU PUNTO GÓTICO
Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es un escritor peruano muy internacional, probablemente el más conocido y admirado luego –por supuesto- de Mario Vargas Llosa. Conoció la fama con Abril Rojo, el Premio Alfaguara ganado a edad temprana.
De la literatura mexicana dice que hay miles a los que lee con fruición, entre ellos a Juan Pablo Villalobos “por decir uno de mi generación. Tiene mucho humor negro”, asegura.
“Acabo de descubrir a Amparo Dávila, una Cortázar femenina y oscura. El último libro de cuentos de Antonio Ortuño, La Vaga Ambición, es muy bueno. Y Guadalupe Nettel con su punto gótico”, concluye Roncagliolo.
CARLOS FUENTES Y LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ
Felipe Ríos Baeza (Chile, 1981) es cuentista. Escribe también ensayo y crítica literaria. Especialista en Roberto Bolaño, actualmente es docente-investigador de Investigaciones y Estudios Superiores en el campus Querétaro de la Universidad Anáhuac.
“Conocí algunas perspectivas de México con los cuentos de Llano en llamas, de Juan Rulfo, que nos dio a leer un profesor bastante iluminado del colegio. La poesía de Salvador Díaz Mirón y de Salvador Novo, luego el acercamiento a autores como Carlos Fuentes, con La región más transparente, pero sobre todo con La muerte de Artemio Cruz. Ahí creo que desde fuera, desde Chile, tuvimos un panorama bastante contrastante de una literatura que por un lado retrataba a un México profundo, a un México herido, con el de tarjeta postal que nos mostraban turísticamente”, dice el docente y escritor entre otras cosas de la novela Clowns.
“Ya en la Ciudad de México, en Puebla, en Querétaro, desde hace unos 10 años leo literatura mexicana aquí, donde se hace, con una experiencia curiosa. Existen escritores que sin ser mexicanos, como D.H.Lawrence, Malcom Lowry, Roberto Bolaño, empezaron desde los ’70 a tener una mirada mucho más aguda de este México hondo que a veces no alcanzaron los narradores mexicanos”, dice.
“Bajo el volcán me parece una novela absolutamente imprescindible para entender a un México que se nos escapa a cada rato y aunque sea la mirada de un extranjero es totalmente válida. De la literatura mexicana o latinoamericana que no se pregunte por su identidad me interesa bastante poco. Me interesa más una literatura que arriesga, como la de Mario Bellatin, como la de Guillermo Fadanelli, que ya presentan otro tipo de códigos. La Cristina Rivera Garza del principio, no ya de los últimos libros, esa es la literatura mexicana que me interesa”, termina Ríos.
ME ENCANTA MARIO GONZÁLEZ SUÁREZ
Oscar Guisoni (Argentina, 1967) es un periodista político y documentalista de larga data. Vivió en Bolivia, en Italia, en España, ahora vive en Argentina, donde confiesa “Me aburrí soberanamente con Juan Villoro. Me encanta Mario González Suárez, no sé por qué siendo un autor tan interesante, no ha trascendido mucho las fronteras de México”.
“Me gusta mucho Sergio Pitol, hay pocos en lengua española que manejen tan bien como él los vericuetos del lenguaje, sobre todo las novelas del Tríptico de Carnaval y sus cuentos. Me gustaba mucho el Carlos Fuentes de los orígenes, sobre todo La Muerte de Artemio Cruz y Terra Nostra. Sus últimos trabajos me parecieron una caída inmerecida para alguien con el talento que tenía en sus inicios”, afirma Guisoni.
“Mi preferido, lejos, es Juan Rulfo, por supuesto. Rulfo está entre los grandes, no sólo en lengua española. Octavio Paz siempre me pareció una vaca sagrada, salvo cuando se ponía a escribir ensayos y Elena Garro la más injustamente subestimada en vida, aunque ahora pareciera que la están rescatando como se merece”, dice.
“Para finalizar, ya se que Roberto Bolaño nació en Chile, pero le faltó un tantito así para ser mexicano y si lo hubiera sido, hubiera sido sin dudas el mejor de los mejores”, concluye.
UN LECTOR SORPRENDIDO
“Mi relación con la literatura mexicana es bastante estrecha. Primero te lo comento como un lector que quedó sorprendido desde adolescente con Juan Rulfo, Josefina Vicens, Jorge Ibargüengotia, Rubén Bonifaz, Elena Garro, el primer Carlos Fuentes y un enorme etcétera”, dice Daniel Centeno Maldonado (Barcelona, Venezuela, 1974), quien entre otras cosas ha sido miembro del jurado que dio a elegir como ganadora del Premio Sor Juana a Nona Fernández, la chilena.
“En segundo lugar, puedo afirmarlo porque me ha tocado coordinar un Congreso y Revista de mexicanistas en la academia estadounidense que suele estar en continua transformación. Entonces, cuando me preguntas por mis lecturas no sé si lo haces de cara a lo que más me ha marcado de ese país o de los libros que he abierto más recientemente”, afirma.
“Si es lo último, pues quizás me ampare un poco en el lugar común: Enrique Serna, Eduardo Antonio Parra, Antonio Ortuño, Julián Herbert… Estos meses estuve sumergido en una lectura muy intensa de autoras. Me llevé gratas sorpresas en el proceso. Subrayé con detenimiento Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, y me interesó mucho su urdimbre en la forma y sus herramientas narrativas. El monstruo pentápodo, de Liliana Blum también administra de manera notable la intriga para ser leído sin pausas en pocas horas. Todo el manejo del absurdo y el dominio de los meandros de la literatura fantástica en Fuego 20, de Ana García Bergua, los considero dignos de una maestra”, opina.
“Pero el libro que de verdad me impresionó fue Apreciable Señor Wittgenstein, de Adriana Abdó. La verdad el ejercicio de captar el sentir y escritura de una época fue ejemplar. No sólo hay una apropiación de un personaje histórico, sino un esfuerzo de borrar la línea entre realidad y ficción (además de una escogencia escrupulosa de las palabras). Toparme con ese título hizo por el momento que me olvidara que estaba cumpliendo con un trabajo”, concluye el autor de Ogros ejemplares.
Sergio Arroyo (Costa Rica, 1976) es el ganador de la segunda residencia Ventura + Almadía, gracias a lo cual obtuvo una residencia de dos meses en Oaxaca para terminar su novela El lugar de los muertos, que abarca desde la violencia hasta la ternura, desde el desorden psicológico hasta la compasión.
Ha leído sobre todo a los cuentistas, “pues yo me siento un cuentista, más que un novelista” y por eso tiene entre sus preferidos a Daniel Espartaco Sánchez, a Alberto Chimal, “siempre teniendo en cuenta al guatemalteco Augusto Monterroso, que como vivió aquí, lo considero mexicano”, dice.
Maximiliano Barrientos nació en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 1979. Es uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de su generación. Sus artículos sobre literatura, música y cine, así como algunas de sus crónicas, han aparecido en las principales revistas y suplementos culturales de Bolivia. En 2009, su libro de relatos Diario (2009) recibió el Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz.
Barrientos ha leído a “Juan Rulfo, que me parece un maestro y entre los contemporáneos he leído a Emiliano Monge, a Julian Herbert, a Antonio Ortuño, a Verónica Gerber, a Nicolás Cabral, es uno de los países con una tradición más rica y me ha influido mucho”, dijo Maximiliano.
«He leído y me gustó mucho Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge y La fila india, de Antonio Ortuño. El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona. Me parece muy bueno Miguel Tapia, por ejemplo, que ha publicado en Almadía y ahora acaba de publicar una novela en Era, se llama Los ríos errantes», comenta Hernán Ronsino, (Chivilcoy, Argentina, 1975), autor de Glaxo y Lumbre.
«No sé, hay mucha literatura muy potente en México, tendría que hacer una lista interminable. Leí hace muy poco el libro de Cristina Rivera Garza sobre Juan Rulfo y me pareció un recorrido muy innovador, un caminar por el universo tan explorado de Rulfo pero desde un lugar muy renovador. La potencia de Julián Herbert o de Luis Jorge Boone me interesan. Leí también hace poco una novela de un joven escritor, Joel Flores (El escritor zacatecano, obtuvo el Premio Bellas Artes «Juan Rulfo» para Primera Novela 2014, por Nunca más su nombre), que me pareció muy buena. Estoy siempre muy atento a lo que publica Juan Villoro. José Luis Bobadilla, me gustó su novela Veytia, es interesante lo que hace con el lenguaje ahí», concluye Ronsino.
LOS MEXICANOS RAROS, COMO FRANCISCO TARÍO
«Al igual que la de casi todos los demás escritores latinoamericanos, mi obra no habría sido posible sin el magisterio de Juan Rulfo ni viable sin la influencia de algunos creadores que abrazaron la “mexicanidad” en un momento u otro de sus vidas: Luis Buñuel, Max Aub, Augusto Monterroso, Roberto Bolaño. Mis lecturas “mexicanas” incluyen clásicos, como Elena Garro, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol», dice Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975), autor entre otras de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Nosotros caminamos en sueños y No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles.
«Pero es en particular debido a, gracias a éste último (y a Alejandro Toledo, que los prologó) que pude también leer a los mexicanos “raros” Francisco Tario, Efrén Hernández, Amparo Dávila, Salvador Elizondo y Gerardo Deniz», agrega.
«Mis lecturas actuales son, inevitablemente, las de los libros de Cristina Rivera Garza, Luigi Amara, Juan Villoro, Mario Bellatin, Jorge Volpi, Gabriel Zaid, Julián Herbert, Álvaro Enrigue, Emiliano Monge, Christopher Domínguez Michael, Nicolás Cabral, Verónica Gerber, Laia Jufresa, Brenda Lozano, Fernanda Melchor, Daniel Saldaña París, Pablo Raphael y Guadalupe Nettel: alguno de ellos es seguramente el escritor o la escritora más importante de México en este momento. Buenos como son, sin embargo, ninguno puede competir con la pedagogía irónica del poema de Efraín Huerta “Para que aprenda (Hildebrando Pérez) a tomar un caballito de tequila”, que practico todas las veces que visito México. Menos de las que desearía, por otra parte…», concluye.