Sin duda, lo que nos falta en México son buenos ejemplos. Se trata de ética, de entrega al servicio público, de honradez, de empatía. Siempre existirán la crítica, las visiones encontradas, las historias transgiversadas, los intereses ocultos o las ideologías para desacreditar. Sin embargo, la ética, el servicio, la honradez, la empatía son elementos que logran traspasar prejuicios y atenuar algunas ideologías.
En las sociedades enfermas por los nuevos estilos de vida, por la alimentación insana y el sedentarismo, los dirigentes de las naciones han tendido a convertirse en buenos ejemplos en salud mostrando una alimentación saludable y realizando actividad física.
En México el referente a los hábitos de nuestro Presidente no es bueno, se ha viralizado su declaración pública de ser un consumidor cotidiano de Coca Cola, “de Coca Cola Light”, una declaración que realizó al lado de los directivos de esta empresa, en el país que tiene el mayor consumo mundial de productos de esta empresa. Por otro lado, y de manera más positiva, al Presidente se le ha visto activo en varias carreras o saliendo a correr por gusto con sus escoltas. Sin embargo, ni el Presidente ni su esposa han tomado un papel importante en promover estilos de vida saludables, en promover una buena alimentación, en promover la actividad física, en un país que presenta una de las mayores incidencias de sobrepeso, obesidad y diabetes en todo el orbe.
Del otro lado de la frontera norte, en cambio, Barack y Michelle Obama tomaron un compromiso abierto en promover estilos de vida saludables en su vida cotidiana y, especialmente, con los niños. En la Casa Blanca establecieron un huerto al que invitaban a los niños a sembrar y cosechar. Y, no sólo eso, enfrentaron fuertes resistencias para promover una regulación que mejorara los alimentos que se sirven en los programas de asistencia en las escuelas federales. Una medida importante que apoyaron fue que en la etiqueta de los alimentos y bebidas se estableciera la cantidad de gramos de azúcar que se le ha agregado al producto. Una información que la industria se ha negado a hacer pública violando el derecho a la información de los consumidores. Una información básica a la que no tenemos acceso.
Pero, como cualquiera puede imaginarse, esto cambió con la entrada de Donald Trump. Se sabe que en la cocina de la Casa Blanca si hay que poner un aderezo para el Presidente se trata de una triple ración de salsa Mil Islas y para los invitados vinagreta. Y de postre, doble ración de helado para el Presidente mientras se sirve una a los invitados. Contrastan las imágenes de Obama y Michelle promoviendo el consumo de frutas y verduras entre los niños con las de Trump sentado en su avión comiendo paquetes de KFC y McDonald´s, y con la ausencia de su esposa Melanie que sólo aparece para posar en actos protocolarios.
Para Trump el tema de los buenos hábitos de alimentación y el ejercicio es un asunto para que las mujeres se vean atractivas, así es como su mujer Melania y su hija Ivanka llevan estrictas dietas y ejercicios. En su sentido machista, la alimentación sana y la actividad física no son un asunto de salud, es un requisito para la belleza y la atracción femenina. Este es el ejemplo que Trump transmite. Es conocido el caso cuando Trump llevó a medios de comunicación a un gimnasio para exhibir cómo la Miss Universo, Alicia Machado, había aumentado de peso y ponerla a bajar de peso frente a las cámaras. El trato de Trump a Alicia Machado lo contó ella al periodista Jorge Ramos http://bit.ly/1Truklx
La tradición en Estados Unidos de los presidentes volviéndose un ejemplo de hábitos saludables ha sido tanto de demócratas como de republicanos. Con Obama y Michelle el ejemplo se convirtió en una campaña política para enfrentar el sobrepeso y la obesidad en un país afectado por los malos hábitos de alimentación como muy pocos otros. Pero poco fue lo que pudieron hacer los Obama frente al enorme poder de las corporaciones de alimentos que, incluso, llevaron a que el congreso declarara que las pizzas deberían ser consideradas como parte del consumo recomendado de vegetales, por el contenido de tomate, al interior de las escuelas.
El mayor avance de los Obama se dio con las reglas establecidas por la administración para los alimentos en las escuelas federales que se enfocaron en reducir el consumo de harinas refinadas por harinas integrales y bajar el contenido de sal. Basto unos meses para que el secretario de Agricultura de Trump tirara abajo parte de estas reglas. Trump ha tomado la misión de combatir el legado de Obama y en materia de alimentación también se propone posponer la obligación de que los productos muestren en su etiquetado la cantidad de azúcar que les han añadido en su procesamiento.
El ejemplo en salud de3 los mandatarios no sólo se queda en los hábitos personales que se exhiben, en el caso de un Presidente, de un secretario de salud, se trata de las políticas que promueven para salvar a sociedades que enferman, principalmente, por el deterioro de su alimentación. Con Trump la industria de alimentos y bebidas está feliz, aquí también, desde que han tomado el control de la política frente a la obesidad y la diabetes, poniendo un etiquetado que nadie entiende, permitiéndose seguir con su publicidad multimillonaria induciendo a los niños al consumo de sus productos desde temprana edad, en fin, sentados a la mesa de la Secretaría de Salud como invitados a evaluar estas políticas que, en su mayoría, estas industrias han diseñado.
Incluso, podríamos tener un Presidente o un secretario con estilos de vida no saludables, que lo reconocieran como un producto de malos hábitos, de malas adicciones, pero que promovieran las políticas que se recomiendan internacionalmente para combatir las declaradas emergencias epidemiológicas de obesidad y diabetes.
Hay fumadores empedernidos que apoyan las medidas para combatir el tabaquismo: los impuestos, la prohibición de la publicidad, los etiquetados, los lugares libres de humo. Podríamos pensar que las adicciones a malos hábitos podrían ser un obstáculo para que un funcionario promoviera una política en contra de esa adicción. Pero no es así, los adictos pueden entender y apoyar políticas contra esas adicciones.
Pero aquí lo que prevalece es la adicción al poder, y esa es una adicción que no permite a quien la sufre combatirla. Es una adicción al poder que se ejerce en contubernio con otros poderes, en el servir y ser servido entre los poderes políticos y económicos, en el deseo de escalar y para ello no pisar ningún interés de otros poderes poderosos. Eso es lo que prevalece en nuestro país y, en muchos casos, de la mano de la corrupción. De hecho, cuando se es servidor público, el servicio al interés privado por encima del colectivo, es una forma de corrupción de la política. La política, como una sustancia orgánica, se descompone, huele mal, se pudre.
Y, desgraciadamente, el quehacer político en nuestro país está corrompido, podrido.