Todo huele a Beatles. Todo sabe a McCartney. Canta, por vez primera en México, de los primeros grandes éxitos de The Beatles: Love me do. La armónica la tocaba entonces John. Ahora lo hace Paul Wickens, extraordinario tecladista. La gente se prende. Grita. Canta. Corea.
De las favoritas: Black Bird – “los derechos humanos son muy importantes”, dice McCartney en el corazón de un país donde los derechos son más humanos para los criminales que para las víctimas. (Compuso la canción en protesta por el racismo en Estados Unidos. No todo es I wanna hold your hand).
¡Fuerza México!, grita McCartney en alusión al terremoto que nos enlutó el pasado 19 de septiembre. ¡México, México, México!, es la respuesta unánime. El sentimiento es profundo. La herida no cierra. Y McCartney lo sabe.
Ciudad de México, 29 de octubre (SinEmbargo).- “Son ustedes a toda madre…”. McCartney sonríe con su sonrisa de niño ante la frase que acaba de decir en perfecto español, y que arranca alaridos y aplausos; la noche es del chico de Liverpool que no se cansa de admirar cuando miles de encendedores aluzan el Estadio Azteca con “Let it be”, o al fundirse la masa cantarina, dirigiendo Paul la orquesta con ambas manos, para corearlo con nombre y título nobiliario:
“Olé, olé, olé, oléeee…Sir Pauuul, Sir Pauuul”.
McCartney se pone de espalda al público y baila, moviendo el trasero.
McCartney baila como adolescente, acompasados brazos y piernas, movido por las manecillas del rock and roll. Las otras manecillas, las del tiempo, hace muchos años que para él se detuvieron.
McCartney expresa un ¡ah, ah! y la gente grita ¡Ah, ah! Grita ¡Oh,oh,oh,oh…!, y todos: ¡Oh,oh,oh,oh! Se calla, y se callan.
¡Qué diablos, es Paul McCartney!
Sir Paul McCartney cantando A Day In The Life con el mejor final que he escuchado en esa canción.
Gracias mis Beatles, gracias por tanto. pic.twitter.com/S4jHioyrj1— Chevelove ?? (@br7halamadrid) 29 de octubre de 2017
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La familia Hernández es de Jojutla, Morelos. “Allí pegó el sismo muy fuerte, pero aquí estamos”, cuenta Aline, estudiante de odontología. Es la primera vez que verá un concierto de Paul. Va con sus padres, su hermana adolescente y Alexander, apenas de 9 años de edad. Los lugares que ocupan son caros. Y son cinco. McCartney lo vale.
– ¿Y a poco a ti te gusta McCartney?
– Sí…-, me dice Alexander, los ojos bien abiertos, diablillo, ágil su respuesta.
– A ver, ¿dime tres canciones de Paul?
– Mmm, Black Bird…-. Ve a su hermana, como diciéndole: “sóplame”. Menciona una más. ¿A qué hora sale Paul? ¿Eh, a qué hora?
Decenas de pendones cuelgan, como barbas, del estadio. (O como le dicen los cursis: el coloso de Santa Úrsula). La gente ve playeras, chamarras, sudaderas de Paul McCartney, pero compran poco. ¡Quiere quinientos varos por la chamarra…nel!, se queja un hombre y agarra del brazo a su esposa. Una sudadera: 300. Una playera: 250. “Pérate saliendo, las encontramos más baratas”.
Hay orden a la entrada del estadio. Ni empujones ni mentadas de madre. Es inevitable pensar en los partidos de futbol, en alguna final. Así, hasta el tope, solo que sin las banderas del América, Chivas, Pumas, Cruz Azul o Necaxa. Las filas se ordenan y quienes entramos por el Túnel 19 podremos pisar la cancha donde Pelé, Rivelino y Carlos Alberto hicieron pedazos a los italianos en el Mundial del 70 y Maradona asumió el rol de Dios frente a los siempre poderosos alemanes, en el 86. O donde le rompieron la rodilla al Cuau. ¡Pinche trinitario ojete! Es la cancha sagrada del Azteca, tomada la frasecita como otra cursilería.
La alfombra verde ya está llena a las ocho de la noche, aunque el concierto está anunciado a las nueve. Si allí, en ese cuadro hirviente, se hiciera una encuesta sobre la elección presidencial del 2018, el resultado sería muy confiable seguramente: en la cancha están mezcladas todas las clases sociales, sin distinción. Clases alta, media y baja, unidos durante algunas horas por la magia de McCartney. Como se fundirán en las urnas el primer domingo de junio próximo. No sabemos cuál sería el resultado de esa encuesta imaginaria: si ganaría Andrés Manuel, Meade, Margarita o Anaya. No. Pero sí sabemos que sería un muestreo diverso y cosmopolita que nos daría algo muy interesante.
A espalda, las tribunas hasta arriba, trémulas, ya comienzan a encender celulares para hacerse notar. Son quienes pagaron entre 500 y 750 pesos por boleto. Los de en medio, entre mil 800 y 3 mil 800. A nivel cancha: entre 5 mil y 12 mil pesos en la zona más cercana a Paul. Casi cincuenta mil “en un estadio hijo, que solamente es superado en tamaño por el Maracana de Brasil, ¿eh? Pa´que veas…
¿A qué hora sale Paul?
Fascinado con la gira #OneOnOne de @PaulMcCartney; en contraste a #OnTheRun, McCartney mostró que será siempre el Beatle virtuoso. pic.twitter.com/IXXFyR7nbO
— Ernesto Vidal (@ErnestVidal22) 29 de octubre de 2017
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Todo huele a Beatles. Todo sabe a McCartney.
Alexander y 50 mil más no esperaron mucho tiempo: a las 21.20 sale Paul con pantalón negro, camisa azul y saco azul eléctrico que pronto se quitaría. ¡Paul, Paul, Paul…! El estadio se cimbra. Se encienden los celulares. Se escuchan los primeros acordes. ¡Allí está McCartney! ¡Ira, el gordito de la batería es sobrino del Johnny Laboriel!
Abre con A Hard Day´s Night, canción que da título a la película cuando John, George, Paul y Ringo todavía gozaban de la popularidad desorbitante y disfrutaban hacerse bromas, ser correteados por las chicas y cantar con desenfado. Era 1964. Tan sólo seis años después – entre los pleitos de Paul y John y ya con Yoko ¡O-no! incrustada como clavo en el zapato-, acabaron hartos. Hasta la madre.
McCartney canta, por vez primera en México, de los primeros grandes éxitos de The Beatles: Love me do. La armónica la tocaba entonces John. Ahora lo hace Paul Wickens, extraordinario tecladista. La gente se prende. Grita. Canta. Corea.
¡Qué diablos, es Paul McCartney!
En las pantallas gigantes que flanquean el escenario aparecen el sensacional y atormentado Johnny Depp y Natalie Portman, interpretando en lenguaje de sordo mudos “…esta canción que le escribí a mi querida esposa Nancy, que está aquí esta noche”. La busca con la mirada. La encuentra. Sonríen. La mujer está lejos de sentirse ofendida si la nominan como “la esposa de Paul McCartney”. Pues lo es, ¿no? La canción es bellísima: My Valentine. ¿Hay algo más sublime y supremo que componerle una canción a una mujer? Tal vez no. O si no que le pregunten a Rosanna Arquette que, en un principio, despreció a Steve Porcaro que estaba perdidamente enamorado de ella, y acabó por ser su esposa cuando escuchó “Rosanna” del grupo “Toto”, que le escribió Porcaro. ¿Quién se resiste?
“Esta canción es para mi carnal George…” dice textual Paul, ukulele en mano, para interpretar la considerada canción más romántica de la historia: Something, la mejor, sin duda, del disco Abbey Road.
Y la dedicada a John: Here Today. También bellísima.
Muchas más. De las favoritas: Black Bird – “los derechos humanos son muy importantes”, dice McCartney en el corazón de un país donde los derechos son más humanos para los criminales que para las víctimas. (Compuso la canción en protesta por el racismo en Estados Unidos. No todo es I wanna hold your hand).
¡Fuerza México!, grita McCartney en alusión al terremoto que nos enlutó el pasado 19 de septiembre. ¡México, México, México!, es la respuesta unánime. El sentimiento es profundo. La herida no cierra.
Y McCartney lo sabe.
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Apocalypse now.
Creo que las tres grandes películas de la saga de “Bond…James Bond”, son: “Goldfinger (Sean Connery), “Live And Let Die” (Roger Moore) y “Skyfall” (Daniel Craig). Tres Bond. Tres épocas. Tres maneras de hacer cine.
Y cuando esta noche de 28 de octubre – Día de San Judas Tadeo, transición del horario de verano-, Live and Let Die es interpretada con Paul al piano, los juegos pirotécnicos estallan. Las luces multicolores llenan el cielo mexicano. Todos apuntan sus celulares hacia arriba para registrar ese arco iris maravilloso. ¡Es la locura!
Locura extendida cuando comienza la guitarra poderosa de Helter Skelter – algún día Mick Jagger dijo: “Quienes digan que The Beatles son fresas, es porque jamás han escuchado Helter Skelter…”. Evaluada como el origen del Heavy Metal, esta canción trae amargos recuerdos porque su título quedó escrito en un refrigerador durante la segunda matanza de la locura de Charles Manson a finales de los sesentas. Por años no la cantó McCartney en sus conciertos. Pero no tenía caso seguirla guardando. Es de las rolas más explosivas de The Beatles.
Paul se va y no se va.
Paul se va pero regresa.
Y regresa corriendo y portando una enorme bandera mexicana. Sus compañeros lo secundan con banderas de EU, Gran Bretaña y de la Diversidad. Miles corean, gritan, se entregan a Paul, que se entiende perfecto con los mexicanos. “Son a toda madre…carnal…la siguiente rola…”
Parte final del concierto beatle.
Decenas de miles aúllan, gritan, rasgan el viento con los puños en alto cuando el Azteca comienza a vibrar con los gritos que obligan al beatle – es errado decir “ex beatle”, porque jamás dejará de ser beatle- a frenar la siguiente canción: ¡Paul…Paul…Paul!
Y Paul regala Yesterday, melancólico.
Birthday, subiendo a algunas chicas a bailar. (Por un momento temí: ojalá no se les ocurra subir a Paulina Peña porque, ahora sí, la prole la acabará a rechiflas y McCartney tendría que pasar a dar explicaciones y autógrafos a Los Pinos. Pero no, no ocurrió.)
Carry That Weight marca el fin del concierto. McCartney tiene 75 años de edad. Según el calendario de su última visita, podría venir dentro de cinco años. Es decir: a los ochenta. ¿Vendrá?
¡Qué diablos, es Paul McCartney!
TW @_martinmoreno
FB / Martin Moreno