En la colonia Del Valle– igual que en otras zonas del sur de la capital–, ya no se vive de la misma manera desde el 19 de septiembre. Sus habitantes se enfrentan al dolor de ver la intimidad de los hogares derrumbados, los recuerdos de toda una vida, expuestos a los ojos de todos. E irrecuperables.
Las labores de demolición, y las calles acordonadas a su alrededor, han afectado severamente a este vecindario de clase media. La labor ha sido manual, a pico y pala para salvaguardar el resto de edificios que lo rodean. En total, son entre 150 y 200 los inmuebles que serán demolidos, según cifras preliminares del Instituto para la Seguridad de las Construcciones capitalino.
Por Martí Quintana
México, 18 oct (EFE).- Entre una nube de polvo que empaña la vista, varios vecinos siguen las labores de demolición de uno de los edificios colapsados por el terremoto en la Ciudad de México, donde se trabaja las 24 horas para acabar con este esqueleto de cemento y recuerdos.
Una montaña de escombros, de entre los que se vislumbran muebles, electrodomésticos y ropa, se acumula frente al inmueble de Concepción Béistegui 1503, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México, la más afectada por el terremoto del 19 de septiembre, que dejó 369 muertos, 228 de ellos en la capital.
En menos de una semana, el edificio ha perdido tres de las seis plantas que tenía.
La labor ha sido manual, a pico y pala para salvaguardar el resto de edificios que lo rodean. En el techo del inmueble, que antes fue el cuarto piso, trabajan hoy ocho operarios, entre arneses y cuerdas.
Llega una retroexcavadora, que se suma a las dos grúas ya presentes. Se espera que en las próximas horas pueda entrar maquinaria pesada cuando se terminen de demoler las plantas más altas, cuentan a Efe fuentes de Protección Civil.
Mientras avanza este trabajo hormiga, incansable y duro, alrededor de la zona acordonada algunos familiares y trabajadores de establecimientos cercanos no pierden vista los derribos.
«Me siento un poquito peor porque estuvieron bajando cosas. Y vimos cómo las aventaban por la ventana. Se sintió muy feo, tanto que cuidábamos nuestras cosas. Incluso pedimos que nos dieran un niño Dios, pero no quisieron», relata a Efe Magdalena Hernández, propietaria del 302.
Su marido, Jorge Martínez, explicó que, con una grúa, solo los dejaron pasar cinco minutos para recuperar algunos objetos, acompañados de un miembro de Protección Civil.
«Como estaba lleno de polvo casi no sacamos nada», aseguró el hombre, que solo pudo sacar una televisión del que fue su hogar durante décadas.
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Jorge reclamó hoy más sensibilidad a las autoridades. Una petición que se ha hecho extensiva en muchos damnificados.
«No nos dejan acercar [a los escombros], pero [nuestras pertenencias] ya están abajo y ya no corren ningún peligro», relató este jubilado que mantiene la esperanza, aunque pequeña, de que cuando acaben los derrumbes podrán buscar entre las ruinas algunos de sus objetos queridos.
Las labores de demolición, y las calles acordonadas a su alrededor, han afectado severamente este vecindario de clase media.
Rosalía Arenas es una peluquera que lleva casi un mes sin trabajo. De 15 clientes diarios, ahora con suerte tiene dos. Además de una barbería inundada de polvo.
«Vamos para el mes sin trabajo. No hay paso, no hay ventas, la gente tiene que buscar la manera de circular. Y aquí está cerrado desde el sismo», explicó la mujer.
Esta queja es extensible a otros puntos de la capital donde alguno de los edificios quedaron severamente dañados por el terremoto, y esperan su demolición o reparación estructural.
En total, son entre 150 y 200 los inmuebles que serán demolidos, según cifras preliminares del Instituto para la Seguridad de las Construcciones capitalino.
Como en Génova 33, en la turística Zona Rosa, donde vecinos y trabajadores de locales aledaños esperan impacientes la demolición de este edificio de oficinas de diez plantas.
«Muchos mexicanos damnificados, ahora cuántos más desempleados. Urge solución», reza una pancarta, visibilizando las dos caras de una misma tragedia.
En Concepción Béistegui 1503 los recuerdos de familia están hoy a la vista de todos.
En la pared de una de las habitaciones hay una decena de fotos colgadas. Tres personas sonríen ante cámara, una mujer mayor abraza un niño. En color sepia, un muchacho mira travieso el objetivo con un caballito de palo entre las manos.
Jorge fue jefe de mantenimiento durante muchos años en un hospital de la capital. Entre las pertenencias que más le desconsuela perder está un mural con instantáneas que le hicieron los compañeros el día de su jubilación.
«Esto es lo que da más tristeza. Yo me senté, me senté a llorar y no veía que estaba llorando. Solo veía cómo caían las cosas. Las lágrimas le salen a uno cuando menos lo piensa», señala este hombre de 77 años.
El dolor de ver la intimidad, los recuerdos de toda una vida, expuestos a los ojos de todos. E irrecuperables por el legítimo dueño.