Según la ONU, los supermercados kenianos distribuyen 100 millones de bolsas de plástico al año, que suelen ser utilizadas una vez para acabar posteriormente en zonas donde no solo contaminan el entorno, sino que los animales las ingieren, causándoles enfermedades o incluso la muerte por ello.
En un país que ocupa uno de los más elevados puestos en el ránking mundial de la corrupción, conlleva un inevitable aumento de las extorsiones por parte de agentes de la Policía, la institución más opaca de Kenia.
Por Víctor Escribano
Nairobi, 29 sep (EFE).- Kenia lleva un mes sin bolsas de plástico y aún no tiene claro qué va a hacer a partir de ahora: la prohibición, celebrada por los ambientalistas, es la más estricta del mundo, y los consumidores lamentan que el Gobierno no haya proporcionado alternativas asequibles.
Aunque el Ejecutivo propone el uso de materiales ecológicos y reutilizables como papel manila, yute o lona, la realidad es que son demasiado caros -entre 0.81 y 2.44 euros- para una población de la que buena parte vive con menos de dos dólares al día.
A pesar de los niveles de pobreza del país, la normativa contempla multas de entre 16 mil 260 y 32 mil 520 euros, y entre 1 y 2 años de prisión, a quienes fabriquen, importen, vendan o incluso usen bolsas de plástico.
Esto, en un país que ocupa uno de los más elevados puestos en el ránking mundial de la corrupción, conlleva un inevitable aumento de las extorsiones por parte de agentes de la Policía, la institución más opaca de Kenia.
Pese a que la Agencia Nacional de Gestión Ambiental (NEMA) tiene agentes propios encargados de aplicar la normativa, los alrededores de los supermercados están ahora más poblados de policías en busca de ingenuos usuarios de plástico.
Si la población no recibe el mensaje de quiénes son los verdaderos encargados de velar por el cumplimiento de la norma, supondrá «un impulso para pedir más sobornos», admite a Efe el director ejecutivo de Transparencia Internacional para Kenia, Samuel Kimeu.
La situación de desamparo también afecta a comercios como el pequeño puesto de verduras callejero de Diane, quien explica a Efe que ha pasado de dar gratis las bolsas de plástico a vender las de papel a 20 chelines (0.16 euros) «para sacarle algún beneficio», por lo que «la gente compra menos cantidad».
Los pequeños comerciantes han visto reducidos sus ingresos al no poder proveer a los compradores de bolsas resistentes -los propios vendedores no pueden permitírselas- para transportar pesos elevados. Otros camuflan las bolsas de plástico o los táperes desechables dentro de recipientes legales, por ejemplo, de papel.
Salm, que regenta una carnicería, revela a Efe que está «negociando la importación desde China de bolsas de plástico biodegradable, que nos saldrán más baratas que las bolsas de papel».
Aunque en su negocio los clientes «están cooperando», Salm apunta que la peor parte se la llevan las grandes superficies.
La falta de previsión para adaptarse a una medida anunciada en febrero provoca cómicas escenas en diferentes escenarios, como la báscula de la fruta, donde la falta de bolsas o cualquier otro recipiente contenedor obliga a colocar el producto directamente sobre la bandeja.
El resultado de esta ecuación suele ser frutas desparramadas por el suelo, desesperación de clientes y sonrojo de los trabajadores.
Mientras algunos se llevan la compra en cajas de cartón, otros aparcan sus coches en los abarrotados aparcamientos y pasan los productos del carrito al maletero.
Abinesh, gerente de uno de los supermercados de la popular cadena Chandarana, asegura a Efe que la situación les «está afectando mucho» porque «algunos clientes no quieren comprar las bolsas de papel y dejan productos en caja porque no pueden llevárselos».
«De todos modos, es bueno para el medio ambiente», asume.
Y es que, según la ONU, los supermercados kenianos distribuyen 100 millones de bolsas de plástico al año, que suelen ser utilizadas una vez para acabar posteriormente en zonas donde no solo contaminan el entorno, sino que los animales las ingieren, causándoles enfermedades o incluso la muerte por ello.
Esto también supone un problema para las personas: es frecuente ver a las vacas de Nairobi pastando en zonas llenas de bolsas usadas. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, entre 10 y 15 por ciento de los animales sacrificados para el consumo humano tienen restos de plástico en sus estómagos.
Las bolsas de plástico también sirven como criaderos para los mosquitos que transmiten enfermedades temidas en el país como la malaria o el dengue.
Para Kenia no es la tercera sino la cuarta a la que va la vencida: el Gobierno intentó introducir medidas de restricción o prohibición al uso de bolsas de plástico en 2005, 2007 y 2011, pero las propuestas quedaron en agua de borrajas debido al cabildeo de los fabricantes e importadores de estos materiales.
Y, pese a que Greenpeace celebrase este «rayo de esperanza», recordó al Gobierno el «reto de encargarnos de las toneladas de plástico que ya están contaminando el entorno», dijo en declaraciones a Efe de su directora ejecutiva para África, Njeri Kabeberi.
«Pronto empezaremos a ver ciudades y carreteras más limpias. Pero un viaje de miles de kilómetros empieza con un solo paso», advierte.