Tomás Calvillo Unna
27/09/2017 - 12:00 am
La dolorosa catarsis
De pronto la naturaleza sacude todo nuestro alrededor, nos sacude a nosotros y nos lleva al límite, a los contornos de la muerte eminente, individual y colectiva. El estremecimiento se lleva dentro; vemos desde otro ángulo la realidad; ya no aparece sólida, esta resquebrajada, desnuda. Su rostro se nos muestra sin mascaras.
Latigazos en la piel de la tierra;
el cabrón temblor
es ya palpitar de sangre;
en su estallido del instante convertido
en la devastación de toda certeza.
¿Quién sabe que es la vida realmente?
pisos y techos de un hogar esfumado;
losas de concreto, inmensas tumbas
estrujando los cuerpos
hasta el último aliento.
Y solo los brazos levantando
el puño del silencio
antorchas de la cruda muerte;
no más la mano abierta de la vida.
Filas de salvadores dolientes
cuyas lágrimas de polvo
son el fugaz tatuaje de una ausencia
que carcome nuestras entrañas.
De pronto la naturaleza sacude todo nuestro alrededor, nos sacude a nosotros y nos lleva al límite, a los contornos de la muerte eminente, individual y colectiva. El estremecimiento se lleva dentro; vemos desde otro ángulo la realidad; ya no aparece sólida, esta resquebrajada, desnuda. Su rostro se nos muestra sin mascaras.
Sin ponerse de acuerdo, millones voltean su mirada al sistema político, a su clase gobernante, a los partidos. Y se descubre un modelo anquilosado y tramposo de representación de los intereses y necesidades de los ciudadanos. Los procesos electorales, se leen como la expresión de un orden que se fue perfeccionando en su perversidad. Asumiendo la disposición y control de miles de millones de pesos para reproducir sexenalmente una forma caduca de representación democrática. Un financiamiento público para construir clientelas electorales y que en muchos casos fortalecieron al crimen en varias regiones del país.
De pronto ante la desgracia colectiva ese proceso político aparece en sus dimensiones más siniestras; e incluso se registra en el propio léxico, cuando ante la demanda ciudadana de reorientar el gasto público autorizado (por los propios partidos) para el proceso electoral y sus maltratadas instituciones, la respuesta de los principales actores políticos es que van a donar una parte, la mitad o todo. El sentimiento general se asombra no del gesto, sino de la percepción sobre ese recurso; y aumentando la ira se advierte que ese dinero que se devuelve y se reorienta a las necesidades de la gente, no les pertenece.
En ese simple hecho del léxico se observa la ruptura de un periodo histórico, el afamado “no entienden que no entienden”.
Sin embargo la experiencia política juega también a su favor esperando que la solidaridad y autogestión social se agoten y dejen paso a la “normalidad democrática” para que todo vuelva a su lugar.
Las elecciones son las elecciones es una máxima del sistema, no obstante la dimensión de la tragedia, de esta dolorosa catarsis, puede dar sorpresas con múltiples réplicas sociales.
La principal razón es que el hartazgo transformado en experiencia solidaria pone en evidencia un erosionado proceso político de la ya descarrilada transición democrática. Un aparato político electoral insostenible económica y políticamente.
Lo que el temblor hizo fue escanear esa realidad que ya algunos habían señalado y que ahora miles incluso le exhiben con precisión y claridad.
No se trata de ver quién es menos o más generoso, sino de saber que ya se cruzó la línea de lo posible y entramos a un campo minado de potencial y exponencial violencia, sino se modifica de raíz el aparato electoral de los partidos políticos; porque así es, es de ellos, se apropiaron del mismo desde hace tiempo, son los dueños del INE; en fin algo profundo se tiene que hacer (Ver en este sentido el sugerente artículo de Sabina Berman: El otro sismo que viene…).
La dolorosa catarsis puso de pie a un país deprimido que se supo conmocionado y expresó el núcleo vivo de su conciencia: pensar, obrar y arriesgarse por y para el otro y los otros. Descubrió así su fortaleza milenaria, entre un océano creciente de emociones que invadieron las redes, casi hasta ahogarlas, acentuando así la primera experiencia cibernética del país ante una tragedia colectiva. La exaltación y emotividad necesarias para emprender las acciones, muchas de ellas heroicas, también han sido combustible para perder la proporción de la lectura de los hechos y la información.
En ese entramado, muchas veces caótico de las redes, se montaron todos los prejuicios medidos en continuas descalificaciones a través de la generalización de cada caso; la desmesura de la naturaleza se volvió social, no obstante la brújula de la razón generosa y colectiva logró sacar a flote las tareas vitales que abrazaron a millones en un propósito común por ayudar y acompañar el dolor de las víctimas.
Los medios de comunicación se vieron envueltos en esa avalancha de información y exaltación que no tardó en atrapar a algunos de ellos, en la precipitación de la narrativa heredada de una cultura televisiva excesiva en su emotividad. Buscando el hecho emblemático conductor, se encadenaron a una de las múltiples historias, que por su componente: la infancia como símbolo de mayor inocencia y vulnerabilidad, los atrapó. Y los condujo hasta el fiasco del desenlace de una ficción construida entre rumores y deseos, entrelazados a la condición propia de quien compite por informar en medio del derrumbe, acorralado por el instante implacable de ganar la atención del respetable (Ver el austero, honesto y preciso artículo de Juan Pablo Becerra- Acosta: La paparrucha de #Frida Sofía y el periodismo…)
Lo cierto es que los ciudadanos recuperaron su espacio vital en medio de los escombros, los vecinos retomaron las calles sin miedo incluso de los forasteros, en muchos lugares los criminales se retiraron a sus ratoneras dejando en paz, aunque dolorosa, al vecindario que se reencontró en la compasión y la desgracia.
Esta demostración de fuerza, creatividad, talento y dignidad obliga a replantear a fondo la ingeniería política del país, para encontrar nuevas formas de organización entre el estado y la sociedad. No solo se trata de los partidos políticos y el INE si no del complejo institucional de la administración pública y su relación con la dinámica social e iniciativa de los ciudadanos; en todo ello se replantea el mismo concepto de la representatividad no ajeno a los de autoridad y legitimidad. El destino en México de la democracia va en ello.
Una última reflexión de las muchas que quedan en la pantalla del iPad: no tenemos que tener una creencia apocalíptica……para advertir que este último temblor, con la coincidencia de su fecha en relación al de 1985 , incluso con la que circula entre la primera dama de entonces Paloma y la Gaviota del 2017, (aunque el primero es nombre de pila y el segundo proviene de la experiencia como actriz) ha sido un golpe profundo en la psique de quienes experimentaron el temblor, donde la mayoría coincide al decir: “pensé en verdad que está ahí llegaba, que me moría”. Este hecho solo explica lo que ya vendrá. Así que ojalá se pongan bien las pilas los gobernantes y todos lo hagamos, rescatando esa exaltación de la conciencia sin quedar exhaustos, porque el temblor y sus ondas y consecuencias se expanden por todo el territorio nacional y más allá de sus fronteras físicas.
Ahí están esos recuentos para la memoria de los instantes que nos llevan de la mano de los mexicanos y mexicanas, sin importar si es burgués, proletario, profesionista, universitario, marino, militar o vago. Aquí hoy, son los que se la rifan con una fuerza imparable que hasta la piel se enchina y los ojos se humedecen en cada imagen donde aparecen.
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