“A unos meses de que se celebre los comicios presidenciales de 2018, cabe preguntarse si el viaje de Peña Nieto es dedicación y entrega, u obligación institucional y una foto que acerque su partido, el PRI, al electorado indígena”.
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Por Martí Quintana
Juchitán de Zaragoza, México, 11 de septiembre (EFE).- El gran terremoto en México, una de las grandes tragedias de la historia reciente del país con al menos 96 muertos, abrió brechas en las casas y en la confianza de la ciudadanía hacia un Estado resquebrajado por la corrupción y la violencia.
«El Ejército no nos apoya, nada más pasa como si fuera un desfile. Lo que se requiere de ellos es que nos ayuden a remover escombros», denuncia a Efe Óscar López, un campesino de Ixtaltepec desde los escombros de lo que un día fue su hogar.
En esta pequeña localidad la mayoría de vecinos claman contra el olvido de las autoridades, mientras una convoy de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) reparte litros de agua.
Gran parte del operativo en el Istmo de Tehuantepec, la región del sureño estado de Oaxaca más impactada por el sismo de 8.2 en la escala de Richter, se ha concentrado estos primeros días en Juchitán de Zaragoza, la localidad más castigada con al menos 37 muertos.
A diferencia de Ixtaltepec, en Juchitán desde el viernes hay una fuerte presencia de cuerpos del Estado; Marina, Ejército, Policía Federal y Protección Civil, entre otros órdenes de gobierno.
No obstante, para los damnificados de las 7 mil viviendas dañadas, que llevan cuatro días durmiendo en la calle, todo es insuficiente.
«Estos días han sido muy complicados, acá no hay nada, no hay agua. Y la primera noche no tuvimos luz, no teníamos nada», explica este lunes a Efe Minerva Escandón, madre de familia y comerciante, frente a una casa repleta de grietas y el techo de su habitación medio caída y un pequeño altar de San Judas Tadeo hecho pedazos.
Aunque hasta el momento no se han producido grandes altercados, la tensión va en aumento y la palabra que más se escucha estos días cuando se pregunta si las autoridades hacen su trabajo, o si tan siquiera hacen alguna cosa, es: «Nada».
Este domingo el Gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, visitó Juchitán y repartió despensas, tiendas de campañas y colchones junto a la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), Rosario Robles.
Ella fue clara -«la reconstrucción no va a ser de la noche a la mañana»- y él pidió calma a los 800 mil damnificados de los 41 municipios oaxaqueños.
Primero es la búsqueda y recuperación de víctimas bajo los escombros -una tarea casi acabada- y después la reconstrucción de las casas, recordaron.
Hubo aplausos, pero también crispación. «Ojalá que lo cumplan, que vayan a ver a la séptima sección, en calle Constitución y en muchos callejones, y vean cómo están las casas», le espetó con rabia una mujer al Gobernador.
La desconfianza y el hartazgo son a veces injustos. Pues la realidad es que los recursos están empezando a fluir y, efectivamente, subsanar semejante tragedia no será nada fácil.
Del Palacio Municipal de Juchitán, parcialmente derruido, ya se quitaron todas las ruinas. Los comerciantes se instalaron en la plaza central y el equipo de limpieza del ayuntamiento, pala en mano, hoy empezaba a ayudar a los vecinos. Un ejemplo de voluntad y celeridad.
¿Pero es posible creer el discurso oficial en una nación repleta de casos de corrupción, políticos alejados de la ciudadanía y una violencia al alza?
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, visitó Juchitán horas después de que el terremoto sacudiera la noche del jueves el sur y centro del país, siendo perceptible para 50 millones de personas en México.
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A unos meses de que se celebre los comicios presidenciales de 2018, cabe preguntarse si el viaje de Peña Nieto es dedicación y entrega, u obligación institucional y una foto que acerque su partido, el PRI, al electorado indígena.
Murat, hijo de otro Gobernador de Oaxaca, José Murat, pero nacido en el céntrico Estado de México, como Peña Nieto, y mucho más blanco que la mayoría de habitantes de Oaxaca, se abrazaba este domingo a ancianas con ropas tradicionales y daba la mano a diestra y siniestra.
Seguramente, el sentimiento era sincero. Como mercadotecnia política, también altamente redituable.
En este escenario de claroscuros gubernamentales, la ciudadanía se ha volcado con sus compatriotas, en un acto de solidaridad.
En Ixtaltepec, unos adventistas regalaban desayunos este domingo, mientras unas vecinas de un pueblo cercano daban arroz con leche.
En Juchitán, varias brigadas de voluntarios repartían ayuda humanitaria y daban atención médica y psicológica, ante el agradecimiento general.
Este septiembre es el mes patrio, el 16 se celebra la independencia del país y el orgullo mexicano aflora. Se compran banderas y sombreros que se cuelgan en casas y coches.
Pero en el Istmo de Tehuantepec no será como otros años. En la torre del Palacio Municipal de Ixtaltepec, partida por la mitad, se lee un amargo «Viva México».
Símbolo involuntario de esta derrota del Estado a ojos de la ciudadanía. Un puñal oxidado y difícil de desclavar que el terremoto más potente desde 1932 solo ha ahondado.