Dolia Estévez
08/09/2017 - 12:05 am
La mesura de AMLO
López Obrador confundió el respeto a la investidura presidencial con las criticas a las indefendibles políticas racistas del individuo que la ostenta.
Washington, D.C.–«Tengo que cuidar la investidura presidencial. No ser candil de la calle y oscuridad de la casa», me dijo Andrés Manuel López Obrador cuando le pregunté a que se debía su tono mesurado en relación con la candente retórica de su última visita en marzo. «No puedo venir a Washington y manejar lo que manejo en la plaza pública de México o en nuestro país porque es distinto».
López Obrador no sólo reverenció la «investidura presidencial» de Enrique Peña Nieto, sino también la de Donald Trump. A Peña le deseó «terminar bien» el sexenio para que haya una transición en armonía, y a Trump le envió el mensaje de que «no nos vamos a pelear» o «buscar la ruptura», sino hacer valer nuestra soberanía, «con todo respeto».
En un asistido foro patrocinado por dos importantes centros académicos capitalinos, el aspirante a la Presidencia por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) buscó dar garantías a su audiencia–académicos, periodistas, ex funcionarios, representantes de la sociedad civil, activistas, estudiantes y quizá algún funcionario estadounidense de nivel bajo–de que no será, como dicen sus adversarios, «otro Maduro» que llevará a México al despeñadero.
Una mezcla de interés y curiosidad por conocer al que aparece mejor posicionado hacia el 2018, según las encuestas, literalmente rebasó la capacidad del auditorio del Woodrow Wilson Center. Cuando éste y el Dialogo Interamericano, los copatrocinadores, recibieron 800 confirmaciones de asistencia, tuvieron que cambiar la sede al anfiteatro del edificio Ronald Reagan, cuyo cupo es de 595 personas. López Obrador no llenó el recinto, pero estuvo cerca.
Previo a la presentación, el político saludó en un salón aparte al Embajador James Jones, al Embajador de Chile Gabriel Valdez, al ex Gobernador Lázaro Cárdenas, al director para el Hemisferio Occidental del FMI Alejandro Werner, a la Embajadora Harriet Babbit, al ex Embajador Arturo Sarukhan, y a la economista Judy Shelton, presidenta de la junta directiva del National Endowment for Democracy, una poderosa organización neoconservadora.
El recibimiento de alto dignatario que se le confirió, muy diferente al que reciben decenas de conferencistas mexicanos que regularmente vienen a Washington, refleja el feeling de que esta vez puede ganar las elecciones presidenciales. Sin embargo, López Obrador pudo haber aprovechado mejor la coyuntura.
Su discurso no fue diseñado para un público como el que acudió a escucharlo. Se le pasó la mano en detalles de poco interés para los estadounidenses. No articuló una agenda de política exterior bien pensada que explicara a donde iría México en relación a Estados Unidos y la región de ganar la Presidencia.
Prometió que detendrá la guerra, pero no dijo cómo. Llamó fallida la estrategia de combate a la inseguridad, pero no planteó alternativas de corto plazo. Se jactó de tener 200 especialistas independientes asesorándolo, pero uno sólo que entendiera a Estados Unidos hubiera bastado.
«Sonó como el Peña Nieto del 2012 que decía que iba a enfocarse a la prevención y al desarrollo. Peña no lo cumplió y pronto retomó los mismos modos–uso de la fuerza—de Felipe Calderón. AMLO tiene que ser más específico para convencer que es diferente, pero mejor», observó Patricia Escamilla-Hamm, especialista en temas de seguridad.
Tocó aspectos que no dieron tranquilidad a los estadounidenses. Por ejemplo, afirmó que revisará los contratos petroleros y buscará la autosuficiencia alimentaria para «rescatar al campo». Música para los oídos de Trump y su cábala de proteccionistas.
Quizá su más seria omisión fue no haberle dado suficiente importancia al tema la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA). Trump acababa de revocar DACA. La opinión pública se le vino encima. Fue la nota del día. López Obrador no se unió al mar de condenas. «No estoy de acuerdo», respondió lacónico, «sin ánimo de aparecer injerencista, hay que dar oportunidad a los jóvenes». No dijo que negarle a los soñadores una mínima protección legal es un acto de enorme crueldad. Ofreció recibirlos con los brazos abiertos, pero el sueño de los jóvenes es su permanencia legal aquí.
López Obrador confundió el respeto a la investidura presidencial con las criticas a las indefendibles políticas racistas del individuo que la ostenta. Fue demasiado suave y meloso con Trump. Los propios estadounidenses esperaban más firmeza. Trump trae a México como piñata. Nos golpea un día sí y otro también.
Noté a López Obrador despreocupado de Trump–volvió a descartar la posibilidad de que Estados Unidos intervenga para impedir su triunfo. Demasiado confiado en su victoria. Seguro del fuerte respaldo popular que tiene en México. Convencido de que su posición contra la corrupción, tema que definió como central, le ganará adeptos en el sector financiero de Wall Street.
Para López Obrador, el respaldo del empresario regiomontano Alfonso Romo, es otra garantía. «Todos los empresarios de México saben que van a haber garantías para invertir en el país. Que no se va a cometer ningún acto de arbitrariedad y que van a tener condiciones favorables. Ya lo saben porque ya me conocen». ¿Qué impacto tendría que Carlos Slim lo apoyara? «No estamos peleados, nunca hemos estado peleados y no estaremos peleados», me respondió.
Pese a los errores y omisiones, el saldo de su viaje a Washington fue positivo. López Obrador mostró que en esta capital–donde el mundo entero se disputa un espacio–se le dio importancia. Y, eso, no es poca cosa.
Twitter: @DoliaEstevez
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