La NASA celebra 40 años del lanzamiento del Proyecto Voyager, su misión más inverosímil

05/09/2017 - 4:59 pm

El Proyecto Voyager duraría sólo cuatro años, no obstante, cuarenta años después de su lanzamiento las sondas continúan enviando datos a la Tierra.

Washington, 5 de septiembre (EFE).- Hace hoy cuarenta años la NASA daba por concluida la puesta en marcha del Proyecto Voyager, compuesto por dos pequeñas sondas que décadas más tarde aún siguen sorprendiendo al mundo gracias a un imprevisible viaje que les ha llevado a adentrarse mucho más allá del universo conocido.

Ambas sondas fueron lanzadas desde el emblemático Cabo Cañaveral con la misión de explorar diversos planetas del sistema solar.

Mientras que la Voyager 2, que fue puesta en órbita el 20 de agosto de 1977, debía explorar Júpiter y Saturno, su gemela, que partió dieciséis días más tarde, debía continuar camino para así observar Urano y Neptuno.

En un principio, los ingenieros de la agencia aeroespacial estadounidense calcularon que esta tarea debía durar un máximo de cuatro años. Lo que pocos podían prever entonces es que los años se convertirían en décadas, por lo que aún hoy ambas sondas continúan transmitiendo datos a la Tierra con regularidad.

Su larga vida se debe a que, a diferencia de otras naves que dependen de baterías solares, las sondas Voyager avanzan por el espacio empujadas por fuentes de energía nuclear, llamadas generadores radioisotópicos termoeléctricos.

Sin embargo, su fuente de energía no es el único secreto de su sorprendente longevidad, según explicó a EFE la actual responsable del Proyecto Voyager, Suzanne Dodd.

«Cada uno de los subsistemas en las sondas eran redundantes, de manera que si, por ejemplo, un propulsor fallaba, la nave podría usar el de apoyo. Esa redundancia ha ayudado a que las naves sigan activas durante tanto tiempo», señaló Dodd.

Su inesperada longevidad ha permitido a estas intrépidas viajeras continuar su camino hacia lo desconocido que, en 2013, les llevó a convertirse en los primeros objetos construidos por el ser humano en abandonar nuestro sistema solar para adentrarse en el espacio interestelar.

Desde su oficina en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL, por sus siglas en inglés) de la NASA, Dodd considera que las principales aportaciones a la humanidad de estas sondas, que actualmente se encuentran a unos 21 mil millones de kilómetros del Sol, son sus descubrimientos sobre «cada planeta que sobrevuelan».

Entre sus muchos hallazgos destacan la confirmación de que es posible utilizar la gravedad de la órbita de un planeta para impulsarse hasta el siguiente, el avistamiento de volcanes activos en Júpiter o el descubrimiento de seis nuevas lunas en Neptuno.

«Estos descubrimientos nos llevaron a hacernos una idea de cómo se formó el sistema solar, incluido nuestro planeta Tierra», comentó a Efe Frances Bagenal, profesora de Astrofísica y Ciencias Planetarias de la Universidad de la Universidad de Colorado.

La relación de Bagenal con el proyecto Voyager comenzó apenas unos meses antes del lanzamiento de las sondas, cuando aún era una estudiante de doctorado en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Para Bagenal la importancia de la misión reside no sólo en los datos que nos ha aportado de «diferentes mundos», sino también en el hecho de que opere con una tecnología que entonces daba sus primeros pasos.

«Si hemos podido explorar estos diferentes mundos durante décadas con tecnología de los setenta, imagina qué podemos hacer con equipamientos modernos», valoró la investigadora.

Y sin embargo, tal vez lo más increíble de la aventura de estas sondas no sea su tecnología o su extenso recorrido, sino los propios fundamentos de la misión; una misión en la que la NASA decidió incluir un sobrepeso poco propio de un viaje científico por una posibilidad más basada en la esperanza que en la ciencia.

Ante la eventualidad de que en su viaje por el espacio las naves se cruzaran con vida extraterrestre, la agencia aeroespacial decidió incluir sendos discos de oro en cada una de ellas, con sonidos e imágenes de la Tierra.

Entre sus pistas se encuentran la canción «Johnny B. Goode», del recientemente fallecido Chuck Berry, el aullido de un coyote, saludos en 55 idiomas o el sonido del beso de una madre a su bebé. Para escucharlas tan sólo es necesario colocar el disco en el fonógrafo y seguir las instrucciones adjuntas.

Siguiendo esta filosofía de comunicación a través del tiempo y del espacio, no es de extrañar que la NASA haya decido conmemorar este notable aniversario con un mensaje representativo de los tiempos que corren: un tuit.

«Ofrecemos amistad a través de las estrellas. No estás solo», apenas 56 caracteres que quién sabe si un día no serán el último vestigio de la existencia del ser humano en todo el universo.

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