Parece que los narcos ahora buscan un perfil más bajo; dejaron atrás esas grandes mansiones para comprar casas más discretas, generalmente en fraccionamientos privados en los que pueden mezclarse con los habitantes comunes y corrientes.
Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo/Infobae).- Hace unos años al pasearse por calles de ciudades mexicanas como Zapopan, en Jalisco o Culiacán, en Sinaloa, era emblemático encontrar grandes mansiones construidas de una manera muy peculiar, sin un estilo definido, pero con materiales caros como el mármol y grandes columnas.
La voz popular decía que en esas casonas vivían los grandes capos de la droga, quienes en las décadas de los ochenta, noventa y principios de este siglo dieron rienda suelta a su riqueza construyendo este tipo de mansiones.
Esa moda no fue exclusiva de Jalisco y Sinaloa. En 2014, grupos ciudadanos de autodefensas, que se protegían de los criminales en el estado de Michoacán, irrumpieron en cuatro mansiones de líderes del Cártel de los Caballeros Templarios en las que descubrieron piscinas, baños con jacuzzi, ropa de marca exclusiva, grandes habitaciones, enormes columnas, salas con pantallas planas, garajes para un gran número de autos y muebles sumamente costosos.
Pero ahora las cosas han cambiado y los narcos buscan un perfil más bajo. Dejaron atrás esas grandes mansiones para comprar casas más discretas, generalmente en fraccionamientos (barrios) privados en los que pueden mezclarse con los habitantes comunes y corrientes.
La hipótesis se comprueba con la detención de Dámaso López «El Lic» uno de los presuntos sucesores del «El Chapo» Guzmán al frente del Cártel de Sinaloa, en un lujoso departamento de una torre de condominios en una colonia de clase media alta en la capital del país.
Alfredo Beltrán Leyva «El Barbas», fue abatido en 2009 por La Marina también en una casa de un fraccionamiento privado y no en una gran mansión.
En el imaginario colectivo todavía están frescas las imágenes de esas grandes mansiones como la del chino nacionalizado mexicano, Zhenli Ye Gon, detenido en 2007 por la venta de insumos para la fabricación de metanfetaminas.
El empresario vivía en una especie de palacio en las Lomas de Chapultepec, en la capital, una de las zonas más caras de América Latina. La decoración incluía finos candelabros, pisos de madera, una piscina techada, un amplio jardín, baños con acabados exclusivos y jacuzzi, un lujoso gimnasio, entre otros, además de USD 205 millones escondidos, lo que se recuerda como el mayor decomiso de dinero en la historia del país.
LOS TIEMPOS DE LAS NARCO MANSIONES
Un arquitecto de la Universidad de Guadalajara que pidió omitir su nombre relata que las casas de las generaciones pasadas de narcos que vivieron en la Zona Metropolitana de Guadalajara como Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo del extinto, Cártel de Guadalajara, tenían grandes portones, decoración excesiva «pero sin valor artístico», una serie de muros que «no respetaban la armonía».
Para ellos el tener una gran casa con el mayor lujo posible era «un sueño realizado, mostrar poder excesivo con el dinero porque ellos creen que lo grande es lo poderoso. Esos cuartos gigantes llenos de mármol. Lo peor es que compran voluntades, con dinero corrompen autoridades, constructores, arquitectos y reglamentos», señaló el arquitecto.
En Guadalajara, durante mucho tiempo se le atribuyó a Caro Quintero la propiedad de una casona en las avenidas Américas y Pablo Neruda, en la exclusiva zona de Providencia, pero después de haber sido abandonada fue demolida y ahora es un terreno baldío.
Unas cuadras adelante estaba otra mansión que se le atribuye a «Don Neto», pero ya tampoco existe. Después de estar preso 31 años en una cárcel de alta seguridad, dejó atrás los tiempos de las grandes mansiones para mudarse a un exclusivo fraccionamiento de la llamada Zona Esmeralda en el municipio de Atizapán, en el Estado de México.
En México, la autoridad federal incauta propiedades relacionadas con el narco para después subastarlas o mantenerlas bajo resguardo. Esto sucedió con una mansión de 2. 297 metros cuadrados de Francisco Javier Arellano Félix, del Cártel de Tijuana, a quién en 1993 se le decomisó una propiedad estilo español con arcos y balcones en el municipio de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco.
La propiedad permaneció dos décadas bajo resguardo de la Fiscalía Federal, pero a través de un juicio, la madre del clan Alicia Félix, recuperó la propiedad en 2015 para venderla meses después en USD 12 millones, según comprobó el semanario Zeta.
En 2016 publicó un análisis de las actas de registro de la propiedad y detectó que sólo en Jalisco, los Arellano gastaron entre finales de los setenta y la primera mitad de los noventa más de 1.100 millones de pesos en la compra de 23 propiedades que juntas miden dos veces el tamaño de la cancha de futbol del Estadio Azteca (7.140 metros cuadrados). Siete de estas propiedades ya no pertenecen a la familia y el resto fueron incautadas.
«Ha habido una evolución desde aquellas casas de los años 80 que eran unas mansiones con unos terrenos grandísimos en las cuales se podía identificar a narcos pesados. Hoy te puedo decir que son más discretos», señala por su parte a Infobae Juan Carlos Ayala, investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa y uno de los grandes conocedores de los cárteles en ese estado.
Los últimos rastros de estas grandes mansiones están en Michoacán, con el extinto Cártel de los Caballeros Templarios. A principios de 2014, los autodefensas incautaron simbólicamente las mansiones de sus líderes Enrique «Kike» Plancarte, en el municipio de Múgica.
Sus excesos fueron plasmados por el fotógrafo francés Jerome Sessini publicó en la revista TIME.
En el municipio de Parácuaro, aseguraron una casona de un capo identificado como «El Botas». Aquí, los autodefensas se encontraron con acabados rústicos, alberca y techos altos, donde plasmó su firma para dejar claro de quién era la propiedad.
NO SIN JACUZZI O SIN TERRAZA
Aunque ahora viven en casas más modestas, los narcos no están dispuestos a renunciar al jacuzzi, confirman el investigador y el arquitecto.
Un experto en bienes raíces que también pidió omitir su nombre expresó que casi todos los fraccionamientos privados que se han construido en los últimos años cuentan con jacuzzi, una comodidad que los clientes exigen.
«Pero eso no significa que todos los que compran aquí sean delincuentes», dejó en claro.
La terraza es otro placer al que no quieren renunciar los nuevos capos porque «el jacuzzi para ellos es un lugar para relajarse, pero la terraza es un espacio que les sirve también para relajarse y tener ahí a la vista a todas las mujeres que llevan a sus casas», señala el investigador.
De alguna forma, expresó Ayala, los nuevos capos no sólo quieren ser más discretos, sino que también han cambiado sus preferencias. Para ellos el tener una gran mansión ya no es el símbolo de estatus.
«Lo que buscan ahora son las cosas de marca y artículos lujoso, pero de diseñador o de marca, como los carros, por ejemplo. Por fuera las casas son normales como las de cualquier persona, pero por dentro están llenas de lujo y siguen teniendo esos sótanos y puertas falsas donde esconden dinero y armas», afirma.
También buscan no cometer el error de sus antecesores, que con esas grandes casas incautadas por la Fiscalía, perdieron millones.
Tal es el caso de la casa de Miguel Ángel Félix Gallardo fundador del Cártel de Guadalajara, pero nacido en Sinaloa. Tenía en Culiacán una casa en la zona Colinas de San Miguel que daba a un arroyo en el que tenía toboganes, pero fue decomisada, saqueada y ahora está en ruinas.
La de Inés Calderón Quintero, uno de los grandes narcos de los años setenta y ochenta en la colonia Guadalupe de Culiacán tenía tres pisos, cantina, billares, albercas, pero también fue saqueada a tal grado que desaparecieron hasta las puertas.
«Quedan para los vándalos. Se convierten en nidos de adictos o basureros en lugar de haber sido aprovechadas para donarlas a alguna causa», señala Ayala.
El arquitecto afirma que tampoco pueden ponerse en venta por toda esa serie de puertas falsas, paredes sin sentido y otras estructuras que las hacen poco funcionales para vivir o para darles otro uso.